Remedios Varo, la pintora de sueños

CUENTO: ANGÉLICA RUIZ | ILUSTRACIÓN: CARMEN REVUELTA

Había una vez una niña que se llamaba Remedios porque, antes de que naciera, se había muerto su hermana mayor y ella fue el «remedio» para la tristeza de sus padres.

Remedios, que tenía ojos negros de gato, soñaba con figuras de colores y animales imaginarios que le fascinaban, pero cuando se despertaba no sabía bien cómo contarlo. Probó a escribir sus sueños en forma de historias que luego ocultaba bajo los baldosines.

—¿Por qué escondes tus historias? —preguntó su padre.

—No me acaban de gustar, papá. Me salen solo garabatos y tachones.

Remedios vivía con su familia en un pueblo de Girona e iba algunas veces con su madre a la catedral. Allí, un buen día descubrió los dibujos de un libro ilustrado hacía siglos por una mujer llamada En.

—¡Mamá, mira! ¡una serpiente con siete cabezas! ¡Oh, esto es fantástico! ¡Se parece a mis sueños!

Así que pensó que quizás podría intentar dibujar sus sueños con lápiz y papel en un cuaderno.

Su familia se tuvo que trasladar a Algeciras, al sur de España. En la nueva casa, Remedios colocó sus dibujos en las paredes: en ellos aparecían serpientes, hechiceros y brujas. Aunque aquello tenía mejor aspecto, sus sueños seguían siendo más vivos y coloridos.

La familia se mudó de nuevo, esta vez a Madrid, y viendo que Remedios no parecía muy alegre, sus padres le preguntaron por ello:

—Mis dibujos tampoco se parecen a mis sueños —respondió.

—Remedios, para eso, mejor que el cuaderno son los cuadros, y en lugar del lápiz, necesitarás unas varitas mágicas llamadas pinceles.

Dicho y hecho, Remedios empezó a estudiar pintura en la Academia de Bellas Artes de Madrid. Sus sueños empezaron a aparecer mucho mejor en los lienzos: serpientes, figuras esbeltas, mecanismos, sombras, gatos, caballeros alados, calles de Cataluña, bicicletas… pero todavía faltaba algo en su obra.

Cuando en España empezó la Guerra Civil se fue a París, pero allí estalló la Guerra Mundial, y con tanta guerra por todas partes, Remedios no conseguía pintar ni un cuadro, así que se tuvo que ir a México. Al llegar, descubrió de inmediato el último ingrediente que le faltaba: los vivos colores de los paisajes, los vestidos y las máscaras mexicanos.

Sus pinturas se convirtieron en las más bonitas, sorprendentes y diferentes del mundo porque, ahora sí, eran igual de brillantes y mágicas que sus sueños.

Y así fue como Remedios Varo se convirtió en una de las mejores pintoras surrealistas del mundo y una de las mejores de la historia.

"Yo pensaba que para un creador lo importante es el crear y que el devenir de su obra era cuestión secundaria y que fama, admiración, curiosidad de la gente, eran más bien inevitables que cosas deseadas"
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La protagonista

Remedios Varo

Pintora surrealista.
Nació en Anglès, Girona, en 1908.

María Sanz de Sautuola, los ojos que descubrieron los bisontes de Altamira

CUENTO: CHARO MARCOS | ILUSTRACIÓN: LUKA ANDEYRO

María vivía en una casa enorme, con una biblioteca repleta de libros a la que se asomaba de vez en cuando con la profesora que le enseñaba geografía y la obligaba a leer durante larguísimas horas. No veía el momento de salir a jugar afuera. La casa estaba rodeada de un inmenso jardín en el que su padre, Marcelino, cultivaba árboles, flores y plantas procedentes de todo el mundo. Tal era la pasión de su padre por aquel prado y con tal mimo lo cuidaba que, con los años, se convirtió en uno de los más hermosos no solo de Cantabria, donde vivía la familia, sino de todo el país.

A veces, María husmeaba la gran colección de ciencias naturales que atesoraba su padre, pero lo que más le gustaba era acompañarle en sus largos paseos por los montes cercanos en los que él le enseñaba todo lo que aprendía de sus libros de historia y botánica. Durante aquellas caminatas, recogían muestras de árboles y plantas y exploraban las numerosas grutas que encontraban en las rocas.

Hacía años que su padre sabía de la existencia de aquella cueva que hoy se llama Altamira en los alrededores de su casa, pero no le había prestado más atención que a otras. Un buen día, sin embargo, decidió que había llegado el momento de explorarla. María, que ya tenía ocho años, quiso acompañarle en la excursión. Conocía cada rincón del jardín de su casa con tal detalle, que su curiosidad le pedía descubrir nuevos lugares.

—Papá, ¿puedo ir contigo? Yo también quiero entrar en la cueva —preguntó María justo después del desayuno.

—Está bien, cariño, pero prométeme que no te moverás de mi lado.

La niña asintió entusiasmada, se prometió a sí misma que cumpliría su palabra y, de la mano de su padre, partió hacia la aventura. Al llegar, su padre se entretuvo con unos restos de huesos y piedras que había en la entrada y ella, acostumbrada a trepar entre las rocas de la zona, se adelantó unos metros hasta llegar a una sala en la que, de repente, vio algo en el techo:

—¡Papá, papá, mira, toros pintados!

Aquellos toros que María encontró en la bóveda de Altamira eran en realidad bisontes pintados durante la prehistoria y son la obra de arte más antigua y también la más bella de cuantas hay en el mundo. Su padre pasó el resto de su vida defendiendo el hallazgo de su hija porque muchos científicos pensaron durante años que no eran de verdad. Pero sí que lo eran, y gracias a su tesón y a la mirada curiosa de María, hoy las admiran miles de personas de todo el planeta.

Y así fue como la curiosidad de María la llevó a descubrir la cueva de arte prehistórico más importante del mundo, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

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La protagonista

María Sanz de Sautuola

Descubridora.
Nació en Santander, Cantabria, en 1871, donde murió el 25 de enero de 1946.

Carmen Balcells, la superagent dels llibres

CUENTO: KARINA SAINZ BORGO | ILUSTRACIÓN: CLARA MONTAGUT

Vet aquí que una vegada quan els escriptors malvivien. Tots sols pel món, teclejant sense parar. Eren tan pobres que havien de demanar diners per poder enviar per correu els seus lligalls i pregar a Déu perquè algun editor els llegís. De tant escriure i tan poc menjar, molts es van quedar prims com una neula. Van ser anys durs fins que va aparèixer a les seves vides una dona: la Carme Balcells.

De petita, la Carmen volia muntar un banc, inventar una màquina del temps i també conduir una ambulància, però al capdavall el seu primer treball va ser com a secretària a Barcelona i, gairebé per atzar, va anar a parar a una agència literària. En certa manera, tampoc no es va equivocar de camí. El seu treball consistia a fer totes aquelles coses alhora: administrar els recursos, modernitzar un negoci endarrerit i auxiliar els escriptors que malvivien perquè les editorials es quedaven amb la major part dels beneficis de la seva obra.

Prou, ni un minut més. Les coses havien de canviar. I això és el que es va proposar. La Carmen mai no perdia el temps, per aquesta raó, va establir una oficina en la planta de dalt de la seva casa de Barcelona. No podia perdre el temps ni tan sols arribant al seu despatx. Era tossuda com una mula i tenia un do natural per oferir els altres allò que els seus escriptors no sabien vendre. Si ells es deixaven la pell escrivint, ella, tractant que els seus llibres arribaren a tanta gent com fos possible. No estava sola en aquesta tasca; centenars de persones treballaren amb ella, tractant de seguir el seu ritme d’huracà. Molts es cansaven i desertaven, però ella seguia amb el tretze són tretze.

Al començament, l’anomenaven pel seu cognom, la Balcells, però tothom va acabar coneixent-la com la superagent. Era una dona rabassuda i tenia les galtes llustroses com pomes. Treballadora i detallista amb els escriptors i també amb la resta. Els detalls ho eren tot per a ella. Si havia d’enviar un sobre o una carta, ho feia amb un florista i no amb un missatger qualsevol. Era dura i implacable amb els editors. Anava sempre amunt i avall amb un magnetòfon amb què dictava les seves cartes i telegrames. Dictava un paràgraf breu puntuant en veu alta i després apagava l’aparell per fer altres coses.

De cap de les maneres estem d’acord. (stop)

Els autors han de cobrar els drets íntegrament, no la meitat. (stop)

Que potser els fabricants de paper us regalen la meitat per fer promoció?

Salutacions,

Carmen Balcells

Res podia quedar a l’atzar a la seva feina: ella era l’encarregada de descobrir el que altres escrivien i portar-ho a grans editors, llavors desitjosos de publicar les històries excepcionals del Gabito, un dels autors més estimats de la Carmen Balcells i qui, amb els seus llibres, va deixar els lectors bocabadats. Va ser ella qui va emplenar les llibreries amb relats màgics d’ancians que vivien més de cent anys i que naixien amb cua de porc. Sota la seva ala, els escriptors assoliren allò que semblava impossible: trobar temps i calma per imaginar les seves històries, en comptes de córrer d’un lloc a l’altre amb torres de paper a les portes de les oficines de correus. Per molt reconeguts, respectats i guardonats que fossin els seus autors, amb ella eren com nens petits. S’acostaven fent el ronsa i li demanaven si encara els estimava. Aleshores se li dibuixava al rostre el somriure de negociadora, agafava l’enregistrador i es posava a despatxar els seus afers. Així era la Carme, la superagent, la dona que va omplir el món de llibres.

—M’estimes Carmen? —li va demanar el Gabriel “Gabito” García Márquez, el més consentit dels seus escriptors.

—Això no t’ho puc dir.

—Com que no?

—Ets el 40 % de la meva facturació.

Així era la Carmen. Llesta, astuta. Una dona de poquíssimes paraules. Però amb això va tenir prou per canviar el món del llibre. Per convertir-se en la superagent.

I així va ser com la Carmen Balcells, amb el seu entusiasme i determinació, es va convertir en la superagent dels llibres i va aconseguir que els escriptors visquessin millor.

«Per a mi, la literatura ho és tot. La lectura hauria de ser la necessitat més gran de l’home».
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La protagonista

Carmen Balcells

Agent literària
Nascuda a Santa Fe de Segarra, Lleida, el 1930

Carmen Balcells, la superagente de los libros

CUENTO: KARINA SAINZ BORGO | ILUSTRACIÓN: CLARA MONTAGUT

Hubo un tiempo en que los escritores malvivían. Andaban solos por el mundo, tecleando sin parar. Eran tan pobres que tenían que pedir dinero prestado para mandar por correo sus legajos y rogar a Dios para que algún editor los leyera. De tanto escribir y de tan poco comer, muchos se quedaron en los puros huesos. Fueron años duros, hasta que apareció en sus vidas una mujer: Carmen Balcells.

De niña, Carmen quería montar un banco, inventar una máquina del tiempo y también conducir una ambulancia, pero resultó que su primer trabajo fue de secretaria en Barcelona y, casi por casualidad, fue a caer en una agencia literaria. A su manera no equivocó el camino. Su trabajo consistía en hacer todas esas cosas a la vez: administrar una intendencia, modernizar un negocio atrasado y salir en auxilio de los escritores que malvivían porque las editoriales se quedaban con la mayor parte de los beneficios de su obra.

Ni un minuto más. Las cosas tenían que cambiar. Y así se lo propuso. Jamás perdía el tiempo Carmen, así que montó una oficina encima de la planta de su piso de Barcelona. No podía perder tiempo ni siquiera para llegar a su despacho.  Era terca como una mula y tenía un don natural para ofrecer a los demás lo que sus escritores no sabían vender. Si a ellos la vida se le iba en escribir, a ella en conseguir que sus libros llegaran a la mayor cantidad de gente. No lo hizo sola, junto a ella pasaron cientos de personas, que intentaban alcanzar su paso de huracán. Muchos se cansaban y desertaban, pero ella seguía erre queerre.

Comenzaron llamándola por su apellido, la Balcells, pero todo el mundo acabó conociéndola como la superagente. Era una mujer regordeta y tenía las mejillas lustrosas como manzanas. Trabajadora y detallista con los escritores, y con los que no lo eran también. Para ella los detalles lo eran todo. Si iba a enviar un sobre o una carta, lo hacía con un florista y no con un mensajero cualquiera. Dura e implacable con los editores. andaba siempre de un lado a otro con una grabadora magnetofónica en la que dictaba sus cartas y telegramas. Dictaba un breve párrafo puntuando en voz alta y luego oprimía el botón del aparato para ponerse a otra cosa.

No estamos en absoluto de acuerdo y no aceptamos esta propuesta. (stop)

Los autores deberán cobrar los derechos íntegramente, y no la mitad. (stop)

¿O es que los fabricantes de papel os regalan la mitad para promociones?

Saludos

Carmen Balcells

 

En su trabajo nada podía decidirlo la suerte: ella era la encargada de descubrir lo que otros escribían y llevarlo a los grandes editores, ansiosos en aquellos años por publicar historias excepcionales de Gabito, uno de los autores que más quiso y que con sus libros dejó a los lectores boquiabiertos. Fue ella quien llenó las librerías con relatos mágicos de ancianos que vivían más de cien años y niños que nacían con cola de cerdo. Bajo su ala, los escritores consiguieron lo que parecía imposible: encontrar tiempo y tranquilidad para imaginar sus historias, en lugar de correr de un lado a otro con torres de papel a las puertas de las oficinas postales. Aunque ya fueran conocidos, respetados y premiados autores, con ella se comportaban como niños. Se acercaban remolones, para preguntarle a Carmen si aún los quería.  Entonces ella sacaba a relucir su sonrisa de negociante y su grabadora, y se ponía a despachar sus asuntos. Así era Carmen, la superagente, la mujer que llenó el mundo de libros.

-¿Me quieres Carmen? Le preguntó Gabriel “Gabito” García Márquez, el más consentido de sus escritores.

-A eso no te puedo contestar.

-¿Cómo así?

-Porque eres el 40% de mi facturación.

Así era Carmen. Lista, astuta. De poquísimas palabras. Con eso le bastó para cambiar por completo el mundo del libro. Para convertirse en la Súper-Agente.

Y así fue como Carmen Balcells, con su entusiasmo y su determinación, se convirtió en la superagente de los libros y logró que los escritores vivieran mejor.

"Para mí, la literatura lo es todo. La lectura debería ser la necesidad mayor del hombre"
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La protagonista

CARMEN BALCELLS

Agente literaria
Nació en Santa Fe de Segarra, Lleida, en 1930

Pilar Miró, la cineasta que modernizó el cine y la televisión en España

CUENTO: OLALLA NOVOA | ILUSTRACIÓN: BELÉN GARCÍA MENDOZA

Cuando Pilar nació en Madrid solo hacía un año que se había terminado la guerra. Porque, aunque os parezca imposible, hubo una vez en España una guerra tremenda de la que nos costó muchísimo tiempo remontar.

Fueron años secos y ásperos, con días largos y pedregosos. También para Pilar, que como no entendía muy bien el motivo de tanto silencio buscó fuera de casa un lugar mágico donde refugiarse.

—Pilar, ¿adónde vas? —le preguntaba su madre una tarde cualquiera.

—A ver películas —respondía ella.

—¡Pero bueno, de ninguna manera! —le decía su madre Concha muy seria, mirándola fijamente y frunciendo el ceño —¡Mañana hay clase!

Pero ella ya se había largado con viento fresco para meterse en el cine tooooda la tarde. ¿Sabíais que antes se podía entrar en el cine y enganchar una peli tras otra sin pagar más que una entrada? ¡Qué maravilla! En esas salas de cine Pilar descubrió lo que quería hacer de mayor: crear sus propias películas.

Así fue creciendo, entre aventuras de piratas y exploradores, romances y dramas que le hacían soñar en medio de tanta grisura. Y así, fue construyendo su propio personaje: astuta y sorprendente como Bugs Bunny, implacable y dura como los vaqueros de John Wayne, sensible pero luchadora como Escarlata O’Hara –¿no te suenan? ¡Corre, pregúntales a tus padres quiénes son!) – vamos, una crac con un carácter de armas tomar.

En la universidad estudió Derecho, pero a los veintidós años se plantó en Televisión Española y pidió que la dejaran trabajar ahí.

La verdad es que Pilar no tenía ni idea cuando empezó, pero aquello ya fue un no parar: primero trabajó como ayudante, luego fue reportera, después dirigió series y programas como realizadora… Mientras tanto, estudiaba Periodismo y también guion. Desde retransmitir informativos a obras de teatro o bodas reales, no le quedó nada por probar. ¡Y Llegó a ser directora general de la radio y la televisión!

Y por el medio, ¡el cine! Pilar hizo lo que siempre había soñado: dirigir películas. Desafiando a las críticas y contra viento y marea, consiguió hacer el cine en el que ella creía y hablar de las cosas importantes de la vida: de ser libres, de ser honestos, de ser justos, de ser felices, de ser iguales.

Con sus filmes ganó premios nacionales e internacionales, pero además sacó tiempo para la política y se propuso impulsar aquello que más quería, el cine español. ¡Hasta le pusieron su apellido a una ley! La ‘ley Miró’ que quería mejorar y hacer más moderno el cine realizado en nuestro país.

No le resultó fácil: ser mujer y mandar mucho no era habitual, ni tampoco decir lo que a una le viniera en gana. Pero ella, como hacía desde pequeña, peleó con uñas y dientes por lo que creía y nunca dio un paso atrás.

Cuando tienes las cosas claras, importa poco el qué dirán.

Y así fue como Pilar Miró hizo de su gran pasión su profesión y se convirtió en la primera mujer que dirigió Radio Televisión Española, en la primera directora de cine que ganó un premio Goya y en una figura imprescindible en la modernización del cine y de la televisión en España.

"Nadie me enseñó a vivir"
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La protagonista

Pilar Miró

Directora de cine, teatro y televisión, nació en Madrid en 1940. Entre 1986 y 1989 dirigió la radiotelevisión pública española. Firmó películas como 'El crimen de Cuenca', 'Gary Cooper que estás en los cielos' o 'El Perro del Hortelano', que consiguió siete premios Goya. Murió en 1997, a los 57 años, de un infarto agudo de miocardio.

María Pita, la mujer que derrotó al Capitán Drake

CUENTO: CARMEN CASTROMIL | ILUSTRACIÓN: RAQUEL ORDÓÑEZ LANZA

María Pita nació hace más de cuatrocientos cincuenta años, muy cerca de A Coruña. Era peleona y, como diría Buzz Lightyear, perseguía sus sueños hasta el infinito y más allá. Pero, sobre todo, María era una mujer muy valiente que, desde niña, no soportaba las injusticias.

Aquella mañana, se volvió a despertar con el ruido de los cañonazos y el olor a pólvora. La flota británica había invadido el puerto coruñés. Daban mucho miedo: eran veinte mil soldados armados hasta las cejas, comandados por el Capitán Drake, un corsario muy temido en todos los mares. Aquel día, con la ciudad a punto de ser tomada por los ingleses, María podría haberse quedado paralizada por el miedo, pero no fue eso lo que ocurrió.

—¡Gregorioooo!

Al ver a su marido caer fulminado de un disparo, María gritó desconsolada. ¡No podía ser! Ella y sus dos hijas se quedaban solas. ¡SOLAS! Perder un padre en una guerra injusta, morir a manos de corsarios sin escrúpulos. Al capitán Drake y los suyos les daba igual matar a uno que a mil, con tal de obtener botín. No lo permitiría. Nadie iba a dejar a más hijas solas. ¡NADIE! Ni siquiera el temible Drake.

Llena de rabia y dolor, sacó toda la fuerza que le quedaba dentro y haciendo de tripas corazón, consiguió ponerse de nuevo en pie.

—¡Ahora o nunca!

Con paso firme, se dirigió hacia el soldado que había matado a su Gregorio. Unos dicen que le lanzó una pedrada, otros que fue con un cuchillo y la leyenda dibuja a María Pita clavándole el mástil de la bandera de San Jorge, la misma que aquel alférez iba a poner en lo alto de A Coruña en señal de victoria.

En ese momento, María se subió a la muralla de la ciudad y, ondeando la bandera, gritó con todas sus fuerzas.

—¡Quien tenga honra, que me siga!

Y la ciudad entera siguió a María Pita. En manada, como leones a por sus presas, defendiendo lo suyo con uñas y dientes contra los invasores ingleses.

Al ver que los coruñeses iban a por ellos como fieras, los soldados británicos empezaron la retirada. Los temibles ‘perros del mar’ del imbatible Francis Drake huían con el rabo entre las piernas gracias a una mujer valiente.

Al terminar la guerra, María Pita decidió enviarle varias cartas al rey Felipe II pidiéndole un premio a su valentía. Tal fue su insistencia, que el rey la premió dándole cargo y sueldo de alférez para toda la vida.

Y así fue como María Pita, una mujer humilde, se convirtió en una heroína que cambió el rumbo de la historia y en un símbolo de la lucha por la libertad.

"¡Quien tenga honra, que me siga!"
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La protagonista

María Pita

Heroína y alférez. Consiguió que toda la ciudad de A Coruña la siguiera y vencieron al ejército británico.
Nació en A Coruña, en el siglo XVI

Maruja Mallo, la pintora surrealista que lanzó al aire su sombrero

CUENTO: RUTH PRADA | ILUSTRACIÓN: TUTTI CONFETTI

Había una vez una niña que llevaba a todas partes un cuaderno y un lápiz para poder dibujar cada cosa que veía. Esta niña se llamaba Maruja y además de amar la pintura y ver el mundo de una forma muy original, le gustaba disfrazarse, andar en bici y hacer todas las cosas que en aquellos tiempos no podían hacer las niñas.

Los padres de Maruja y la enorme familia formada por catorce hermanas y hermanos se fueron a vivir a Madrid, algo que a Maruja le hizo mucha ilusión porque así podría estudiar en la mejor escuela de Bellas Artes del país. Maruja se presentó a las pruebas de acceso y consiguió algo excepcional: fue la única chica que aprobó el examen.

En esa escuela conoció a un joven tímido y extravagante que se convirtió en su gran amigo, Salvador Dalí.

—Maruja, tú eres mitad ángel, mitad marisco — le decía su amigo surrealista.

Dalí le presentó a su grupo de amigos de la Residencia de Estudiantes, que con el tiempo llegaron a ser los mejores poetas, escritores, pintores, directores de cine y filósofos del país. Maruja encajó en ese grupo como el pájaro que encuentra su bandada. A esos chicos y chicas con tanto talento se los conoció como la Generación del 27.

Maruja era tan imaginativa que siempre se le ocurría alguna idea extravagante y divertida: hacía que la llamaran “Marúnica” y en una ocasión que visitó un monasterio y le dijeron que allí las faldas no podían entrar, se metió por las piernas las mangas de una chaqueta para hacer ver que llevaba pantalones. Pero la más extravagante de las ocurrencias la tuvieron Maruja y sus amigos cuando decidieron destaparse la cabeza por la calle. En aquellos tiempos estaba muy mal visto andar sin sombrero, en especial las chicas.

—¡Vamos a quitarnos los sombreros para liberar las ideas! —dijo Maruja muy resuelta mientras la gente les lanzaba miradas furibundas.

Aquel gesto fue un escándalo y de ahí viene el nombre de “Las Sinsombrero” por el que se las conoce a ella y a su grupo de amigas, todas ellas rompedoras y modernas.

Maruja pintó mucho durante aquellos años. En sus cuadros hay verbenas con tiovivos, estrellas de mar y medusas, constelaciones con naves espaciales, dedos de los que salen espigas de trigo, rascacielos y flores geométricas. Viajó por todo el mundo y se hizo amiga de los grandes artistas de su tiempo, que admiraban el talento de esta pintora tan original y transgresora.

Y así fue como Maruja se convirtió en una de las grandes pintoras surrealistas y dio nombre al grupo de chicas artistas ‘Las Sinsombrero’.

"Todos los días de mi vida han tenido un pedazo de felicidad"
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La protagonista

Maruja Mallo

Pintora surrealista, miembro de la Generación del 27, dio nombre al grupo de mujeres artistas Las Sinsombrero.
Nació en Viveiro, Galicia, en 1902

María de Villota, veloz como el viento en el circuito de Fórmula 1

CUENTO: YASMINA BARGALLÓ | ILUSTRACIÓN: JOJO CRUZ

María tenía mucha suerte. Ella, a diferencia de todos sus compañeros, conocía personalmente a su héroe. Se llamaba Emilio, era piloto de Fórmula 1 y, lo mejor de todo: ¡era su padre!

Cuando María era pequeña, nadie sabía qué era exactamente eso del circuito de carreras, pero a ella no le importaba. Era la niña más feliz del mundo cuando su padre los llevaba a ella y a sus dos hermanos a la pista. Le encantaba el olor a gasolina y el ruido del motor… María soñaba día y noche con ponerse el mono y conducir uno de esos coches.

Cielo, ¿no prefieres jugar a tenisque es menos peligroso? le decía su madre preocupada.

A fin de cuentas, María era una niña y las mujeres no corrían en las carreras, lo sabía todo el mundo. Bueno, todo el mundo, no. Un día, cuando María tenía dieciséis años, su hermano Emilio llegó a casa con dos inscripciones para una prueba de pilotos.

—¿Te apuntas conmigo?—le dijo Emilio entusiasmado.

—¡Claro! Pero ¿qué opinarán papá y mamá? No creo que les guste mucho —dudó María.

—Tienen miedo, y es normal, papá sabe lo que es ser piloto y no quiere que sus hijos se pongan en peligro.

—Pero Emilio, yo soy muy buena conduciendo y tú, también —dijo convencida—. Riesgos hay siempre: cuando cruzas la calle, cuando viajas en un avión… Si dejas que el miedo te guíe, nunca cumplirás tus sueños.

La noche anterior a la prueba, toda la familia estaba muy inquieta. Sus padres, preocupados, tenían la esperanza de que les descalificaran pronto y olvidaran así la idea de convertirse en pilotos. María y Emiliosin embargo, soñaban con correr juntos por las pistas de todo el mundo.

Y llegó el gran día. 3, 2, 1… María empezó a rodar y, justo detrás, su hermano. Los dos pasaron muchas pruebas, pero, en la última, Emilio quedó eliminado. María respiró hondo, pisó el acelerador y ganó el campeonato. ¡Ya era piloto!

Sin embargo, todavía le quedaba mucho por delante. Para llegar a la élite hay que ser muy fuerte. Ella lo sabía, y por eso empezó a entrenar duro para conseguir su sueño.

Y así fue como María logró lo que ninguna mujer española había conseguido jamás: pilotar un Fórmula 1.

¿Sabéis qué frase inspiraba siempre a María? «No sabía que era imposible y lo hizo».
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La protagonista

María de Villota

Piloto de Fórmula 1
Nació en Madrid en 1980.
En julio de 2012 sufrió un grave accidente mientras realizaba unas pruebas de aerodinámica para su equipo. Pese a que se recuperó de las heridas sufrida aquel día, murió un año después por "causas naturales" relacionadas con el accidente.​

Lydia Valentín, campeona olímpica sin trampas

CUENTO: PALOMA DEL RÍO | ILUSTRACIÓN: RAÚL ARIAS

Había una vez una niña que nació en la zona del Bierzo leonés. A esta niña, que se llamaba Lydia, le gustaba mucho hacer deporte. Un día, un entrenador le dijo que probara a levantar pesas, así que lo hizo. Y, desde ese momento, Lydia tuvo la sensación de que ser halterófila era lo que más le gustaba en el mundo.

Su afición fue creciendo y creciendo y lo hacía tan bien que, ya con quince años, le propusieron irse a Madrid, al Centro de Alto Rendimiento, en donde viviría y entrenaría junto con el resto de los deportistas españoles de élite. Así que Lydia viajó hasta la capital.

Allí Lydia estaba entusiasmada porque cada vez conseguía mejores resultados y, además, verse rodeada de tantos deportistas le hacía sentirse muy bien. Su entrenador le decía que, gracias a que trabajaba duro, se estaba convirtiendo en una de las mejores levantadoras de pesas del mundo, y que podría ser campeona olímpica. Así que Lydia empezó a soñar con ir a los Juegos Olímpicos y ganar una medalla.

Se alimentaba bien, dormía bien, entrenaba mucho y llegó a participar en tres Juegos Olímpicos, pero nunca conseguía ser la primera. Siempre había otras competidoras que la adelantaban en la clasificación. Lydia se dio cuenta de que esas chicas no hacían las cosas como las hacía ella: las otras deportistas tomaban pastillas que las ayudaban a ser más fuertes, pero que no estaban permitidas. Lydia sabía que, si no las tomaba ella también, nunca conseguiría la medalla olímpica, pero prefirió seguir con su dieta, su entrenamiento, su esfuerzo y resignarse al resultado que conseguía por sí misma.

Pero un buen día, los que dirigen el deporte mundial se dieron cuenta de que había deportistas que tomaban las pastillas prohibidas y que, además, eso les podía hacer daño a su salud, así que empezaron a hacerles análisis a todos, y descubrieron que algunas de las chicas que competían con Lydia las tomaban también y que por eso tenían mejores resultados que ella. Y eso no era justo.

Entonces, los jurados de los Juegos Olímpicos quitaron las medallas a aquellas chicas que las habían ganado haciendo trampa, y resultó que Lydia era la que había conseguido el mejor resultado de forma limpia en los tres Juegos Olímpicos, así que le dieron las medallas a ella.

Hoy Lydia tiene tres medallas olímpicas, una de cada color: un oro, una plata y un bronce, además de los títulos de campeona de Europa y campeona del mundo. Ahora se está preparando para ir a sus cuartos Juegos Olímpicos. Después, quiere dedicarse a ayudar a otros niños a cumplir sus sueños deportivos, como ella cuando era pequeña.

Y así fue como, sin hacer trampas y trabajando duro, Lydia consiguió el sueño que tenía desde pequeñita: ser la mejor en su deporte.  

“Me centro en entrenar al máximo, las medallas son la consecuencia del trabajo diario”
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La protagonista

Lydia Valentín

Deportista
Nació en Ponferrada, León, en 1985
Lydia Valentín compite en halterofilia, en la categoría de 75 kg. Ha conseguido tres medalles olímpicas (oro en Londres 2012, plata en Pekín 2008 y bronce en Río 2016) y se ha proclamado cuatro veces campeona de Europa, la última, el pasado 31 de marzo en Bucarest.

Lola Touza y sus hermanas, tres valientes contra los nazis

CUENTO: ANA CERMEÑO | ILUSTRACIÓN: PILAR VEGA

Lola y sus hermanas pequeñas, Amparo y Julia, atendían una cantina en la estación de tren de Ribadavia. Los viajeros siempre se paraban a probar las riquísimas rosquillas que las chicas preparaban según una receta secreta.

Eran tiempos de guerra y pobreza, así que cuando alguien miraba con cara de hambre sus rosquillas, Lola, Amparo y Julia se las regalaban con un café calentito.

Una noche de invierno, un extranjero se quedó a dormir en un banco de la estación. Lola, para protegerlo de la lluvia y el frío, lo cubrió con su abrigo. Entonces aquel hombretón de tristes ojos azules le contó que había huido de Alemania, donde perseguían a todos los judíos como él. Ella no sabía qué era ser judío, pero lo mismo le daba. Lola y sus hermanas lo escondieron en la cantina. Al día siguiente, Lola habló con un amigo pescador:

—¿Cuándo sale tu barco? Necesito que cruces a un amigo mío hasta Portugal. Es judío. Está prohibido ayudarlos. Arriesgas la vida con esto. Sé que te pido mucho.

El hombretón cruzó a Portugal y desde allí consiguió llegar a América. Desde entonces empezaron a llegar a la cantina muchas familias judías que huían de Polonia y Alemania porque los nazis, que así se llamaban los malos que les perseguían, querían acabar con ellos.

Las hermanas los escondían en la bodega, y por la noche, cuando nadie los veía, el pescador y otros amigos que también quisieron ayudarlos cruzaban la frontera con los judíos escondidos. Así, las tres hermanas y sus amigos salvaron a más de quinientas personas durante la Segunda Guerra Mundial.

Lola, Amparo, Julia y sus amigos hicieron un pacto de silencio: nadie podría enterarse nunca de su secreto. Muchos años después, al otro lado del océano, en Nueva York, un judío viejecito quiso darles las gracias a las tres hermanas que lo habían salvado. Y las buscó. Así conocimos la heroica aventura de las hermanas Touza.

En una colina en Jerusalén hay un árbol que recuerda la generosa hazaña de Lola, Amparo y Julia. Ellas guardaron el secreto como el de la receta de sus riquísimas rosquillas, en la caja mágica de su gran corazón.

Y así fue como tres valientes hermanas consiguieron salvar la vida de muchas mujeres, hombres y niños judíos desde su humilde cantina en Galicia.

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Las protagonistas

Lola, Amparo y Julia Touza

Heroínas de la Segunda Guerra Mundial
Ribadavia, Galicia, siglo XX