Marcela, Elisa y el vuelo de las gaviotas

CUENTO: NOEMÍ SABUGAL | ILUSTRACIÓN: ISMAEL RECIO

—Mira, Marcela, ya te dije que nos acompañarían todo el viaje.

Las gaviotas son flechas sobre el mar, por fin azul y en calma. La niña está dormida en los brazos de Marcela. Es el primer día que no llueve desde que han salido de Oporto y en la cubierta del barco hay muchos pasajeros. El sol se derrama sobre ellos. Se oyen risas y la música de un acordeón.

—¿Serán iguales las gaviotas en Buenos Aires? —pregunta Marcela.

—Creo que tienen acento argentino y bailan el tango sobre los mástiles —bromea Elisa.

Todo lo malo parece haber quedado atrás. La precipitada huida de A Coruña y la tristeza de Oporto, con sus noches larguísimas. El miedo de esas noches es una oscuridad que las perseguirá siempre, ya lo saben. Tampoco podrán olvidar nunca el encarcelamiento, aquellos trece días eternos en los que no habían podido verse ni escribirse.

Solo el nacimiento de la niña había traído un poco de luz. Ella les había dado la valentía que necesitaban para hacer ese viaje, para dejarlo todo atrás.

—Cuentan que Buenos Aires es tan grande que podrías caminar durante un mes entero y no llegar ni a la mitad de la ciudad, ¿será verdad? —dice Marcela.

—No lo sé. Ojalá fuera cierto. Así nadie podría encontrarnos nunca.

Los ojos de Elisa se han oscurecido a pesar de la claridad de la mañana. Unas nubes se le enredan en las pestañas, como si dentro de ella permaneciera la tormenta que las ha mantenido despiertas toda la noche. Ella es la que más ha sufrido, Marcela lo sabe. Fue la que tuvo que vestirse de hombre para engañar a todos, convertirse en ese Mario que se habían inventado para poder estar juntas. Pero ahora vuelve a ser ella, su Elisa, aunque el pelo todavía no le ha crecido.

La niña bosteza, abre los ojos de pronto y se queda hipnotizada con el vuelo de los pájaros blancos sobre el mar inmenso. Marcela le coge la mano a Elisa y sonríe.

—A nuestra hija también le gustan las gaviotas —le dice—. De ellas hemos aprendido nosotras a volar.

Y así fue cómo Marcela y Elisa consiguieron casarse por la iglesia cien años antes de que se aprobara la ley que permitió a los homosexuales españoles contraer matrimonio.

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Las protagonistas

Marcela y Elisa

En 1901, Marcela y Elisa se casaron en A Coruña por la Iglesia. Para conseguirlo, Elisa se hizo pasar por hombre.

Mala Rodríguez, una mala muy buena

CUENTO: LEYRE PAREDES | ILUSTRACIÓN: PATRICIA GUTIÉRREZ

María Rodríguez soñaba con ser artista. Desde pequeña sentía una atracción especial por los ritmos flamencos, el hip-hop y las rimas. Durante la adolescencia, sacó su vena más artística. Empezó pintando grafitis en las calles de Sevilla y decidió que Mala sería su firma.

La ciudad que la vio crecer también escuchó sus primeros raps. Porque María, a diferencia de la mayoría de los chicos y chicas de su edad, cambiaba las noches de discotecas por quedarse en la calle rapeando. En la música encontró otra forma de expresarse, de decirle al mundo lo que había en su interior.

—¡Qué gente más pesada, quillo! Me voy a rapear, que es lo mío

María, o mejor Mala Rodríguez, como eligió que fuese su nombre artístico, tenía un sueño y quiso luchar por él. Rebelde, valiente y libre, con ganas de triunfar y mucho que contar. Con diecinueve años decidió irse a Madrid, donde grabó sus primeros trabajos y sacó su primer disco. Se llamaba Lujo Ibérico y logró ser disco de oro tras vender 50.000 copias. Este fue el primero de muchos éxitos.

Su fusión de hip-hop y flamenco y la potencia de sus letras hizo que cada vez ganase más admiradores. La música se convirtió en su forma de decir «aquí estoy».

La Mala utilizaba el estilo musical más frecuente de su barrio sevillano para visibilizar las cosas que allí sucedían, y que ella misma había vivido. Canciones que contaban historias reales, sin filtros. Realidades que conseguían llegar al corazón de muchas personas porque se sentían identificadas con lo que contaba.

Historia tras historia. Acorde tras acorde. Rima tras rima. Mala Rodríguez se ha convertido en una de las cantantes internacionales más reconocidas en el mundo del rap. Una mala muy buena que siempre ha expresado lo que siente, lo que ha vivido y lo que conoce, sin seguir un mismo patrón. Como ella misma dice: «No tengo una fórmula ni una brújula, veo dónde me siento bien y elijo ese camino».

Y así fue como María se convirtió en La Mala y consiguió un estilo propio uniendo rap y flamenco.

"Si no existe el camino, tú lo tienes que hacer"
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La protagonista

La Mala Rodríguez

Cantante gitana de rap.
Nació en Jerez de la Frontera, Cádiz, en 1979.

Victoria de la Cruz, la monja que rezaba al son de las castañuelas

CUENTO: ANA MEDINA | ILUSTRACIÓN: JORGE ESTEBAN

Monja monja món jamón, jamón ¡Japón! Si repites muchas veces la «profesión» de nuestra protagonista, acabas diciendo «jamón» sin querer, y si le echas un poco de imaginación, te sale «Japón», el sitio donde vivió casi toda su vida.

Desde que nació, en 1907, en una familia de nueve hermanos, Victoria demostró ser una niña alegre y muy artista. Era más malagueña que los boquerones, tocaba las castañuelas y llevaba el nombre de la patrona de la ciudad, la Virgen de la Victoria.

—Aunque me vaya lejos, lejos, nunca me olvidaré de Málaga y de ti, María.

Así le hablaba a la Virgen cuando iba a visitarla al Santuario, en el barrio del Chupitira, y cumplió su promesa. Victoria sintió que quería ser monja, y se hizo adoratriz.

En 1936, la mandaron a Japón de misionera y allí trabajó para educar a las niñas pobres, animándolas a cumplir sus sueños, fueran cuales fueran.

Al poco tiempo de llegar, empezó la II Guerra Mundial y tuvo que esconderse de los bombardeos en la montaña con las demás misioneras. Les llegaba la nieve por las rodillas y comían arroz. A veces mucho, a veces poco.

—¿Saldremos de esta? —le preguntaban sus compañeras.

—¡Claro que sí! ¿Cómo se va a olvidar Dios de nosotras, con lo que nos quiere? —Y tocaba las castañuelas para animarlas.

Y por supuesto que salieron. Victoria iba a vivir muchos años, y durante ellos viajó a Estados Unidos, fundó colegios y fue maestra de miles de niños. También tuvo tiempo de volver a España a visitar a su familia.

—Japón es muy bonito, pero no me olvido de vosotros, ni de Málaga. ¡Viva mi tierra!

En Japón se hizo tan conocida que el gobierno la premió por hacer tanto bien y sus castañuelas llegaron a sonar en escenarios de todo el país, a los que Victoria se subía acompañando a una orquesta. Hasta el último día de su vida, con ciento diez años, no dejó de tocar su instrumento favorito.

Así fue como Victoria de la Cruz se hizo misionera, se instaló en Japón y ayudó a tantas personas que el Gobierno la condecoró.

«Acordaos de mí cuando miréis al Mediterráneo»
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La protagonista

Victoria de la Cruz

Monja, misionera y superiora de varias comunidades.
Nació en Málaga en 1907 y murió el 4 de junio de 2018 en Japón, a pocos días de cumplir 111 años.

Teresa Perales, la nadadora que rompe barreras

CUENTO: LEYRE PAREDES | ILUSTRACIÓN: MALU BARNUEVO

Desde que era pequeñita, Teresa soñaba con ser médica y trabajar en África ayudando a quienes más lo necesitaban. Pero la vida empezó a ponerle grandes barreras en su camino. Con quince años perdió a su padre y con diecinueve se quedó en silla de ruedas a causa de una enfermedad llamada neuropatía.

Un día de sus vacaciones de verano, Teresa fue con su familia a pasar la mañana a la piscina. Todos estaban en el agua y Teresa los observaba desde su silla, fuera del agua. Entonces su hermano y su tío le dijeron:

—Teresa, ven al agua con nosotros.

—No me gusta el agua y, además, no sé nadar. 

Después de decir esta frase, Teresa se quedó pensativa. Ella no era de rendirse sin ni siquiera haberlo intentado. Llamó a su hermano y a su tío y les dijo:

—He cambiado de idea, quiero meterme en el agua.

Entró a la piscina con un chaleco salvavidas y un silbato por si le pasaba algo. Su tío y su hermano la acompañaron en todo momento. Este primer intento fue un poco lío, pero dentro de la piscina sucedió algo increíble.

—¡Puedo moverme sin necesitar la ayuda de nadie! —dijo muy contenta. 

En el agua Teresa sintió una gran libertad, no necesitaba la silla de ruedas ni a nadie. Así que, a partir de ese momento, la piscina se convirtió en su lugar favorito. 

Después de las vacaciones se apuntó a un club de natación donde se pasaba horas y horas dentro del agua. Allí, Ramiro, que era entrenador de un equipo de competición, vio a Teresa y le dijo:

—¿Quieres entrar en nuestro equipo? He visto cómo nadas y creo que podrías hacerlo muy bien.

—¡Claro! Me encantaría —contestó Teresa.

Pronto empezó a participar en competiciones de natación. Teresa cada vez lo hacía mejor y se esforzaba mucho por superar sus marcas. Primero fue a campeonatos de España y del mundo y, más tarde, llegó hasta los Juegos Paralímpicos de Sidney.

—¡Unos Juegos Paralímpicos! Esto sí que es un reto —pensó Teresa, encantada de tener otra oportunidad para superarse a sí misma.

En Sidney ganó cuatro medallas, pero como ninguna fue de oro, Teresa se puso un nuevo reto: 

—En los siguientes lograré la medalla de oro. 

Entrenó mucho durante cuatro largos años hasta los siguientes, los Juegos Paralímpicos de Atenas. Gracias a su gran empeño no ganó una medalla de oro: ¡ganó dos! 

Teresa siguió compitiendo, superando retos y sumando medallas a su palmarés.

 

Así fue como Teresa Perales se convirtió en la deportista española con más medallas en la historia de los Juegos Paralímpicos.

“Ojalá tenga que decir un millón de veces que me equivoqué, pero jamás tenga que preguntarme por qué no lo intenté”.
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La protagonista

Teresa Perales

Campeona de natación, ha ganado 26 medallas en los Juegos Paralímpicos.
Nació en Zaragoza en 1975.

María Pacheco, la niña que sabía montar a caballo

CUENTO: LUCÍA HIDALGO GALLEGO | ILUSTRACIÓN: JORGE ESTEBAN

Sí, sí, estamos de suerte, ¡vamos a conocer a alguien!, mirad aquel palacio de ahí, es el palacio de Yusuf III en Granada.  Si nos asomamos por esa ventana podemos ver un gran pasillo. Ahora está vacío, pero hace muchos, muchos años estaba lleno de niños. Por ahí corrían María y sus hermanos. ¡Si cerramos los ojos seguro que podemos verlo!

¡Mirad, aquella es María! Tiene el pelo negro, muchos rizos y está jugando con una pelota.  Parece un poco enfadada ¿Qué le pasará? Seguro que la han obligado a ponerse un vestido rosa que ella no quería usar.

—Mi señora: las niñas no llevan pantalones —le explica con dulzura su doncella a María.

María parece sonreírle, pero pronto se vuelve a enfadar.

—No entiendo por qué no —responde.

En este siglo todas las niñas llevan vestidos y solo pueden hacer cosas como coser, cocinar o cuidar a bebés. A María esto le parece un rollo y por eso está enfadada, ella quiere leer libros, montar a caballo, jugar a la pelota y enterarse por fin de qué pasa con ese tal Hermoso que tiene una mujer un poco loca. Todo el mundo habla de ello, pero ella no entiende nada.

Pues así, entre libros, pelotas y enfados, María se hizo mayor y una noche su padre le presentó a Juan, el caballero con el que iba a casarse.

—No me agrada la elección, padre. No lo desposaré —replicó María.

María no tuvo más remedio que casarse e irse a vivir con su esposo a Castilla. Al cabo de los años, esta mala noticia se convirtió en buena, pues Juan resultó ser bueno y cariñoso. Además, tenían mucho en común: los dos estaban un poco hartos de que en su reino hubiera un rey muy mandón y que siempre les tocase a ellos hacer lo que nadie quería.

Por eso María, Juan y sus amigos decidieron que aquello no podía seguir así y emprendieron una gran marcha montados en caballos para hablar con aquel rey tan mandón. Hicieron un gran grupo y se llamaron los Comuneros.

—¡El reino antes que el rey! —decían todos a una.

Fue una marcha muy dura. De hecho, Juan se quedó en el camino y todos tuvieron que seguir sin él. Entonces, María se convirtió en ¡la líder de los Comuneros! Consiguió resistir y mantener a los Comuneros unidos.

Aunque al final no pudieron cumplir su objetivo y el rey y sus amigos mandones no les hicieron caso, gracias a mujeres como María hoy las niñas ya no solo hacemos cosas aburridas, sino lo que nos gusta: llevamos pantalones, estudiamos, montamos a caballo, jugamos al fútbol ¡y un montón de cosas más!

Y así fue como María Pacheco se convirtió en un ejemplo de mujer rebelde y valiente que enseñó a las niñas que también ellas pueden ser líderes.

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La protagonista

María Pacheco

Fue una noble castellana que se puso al frente de la sublevación de las Comunidades de Castilla.

Alaska, la bruja de colores

CUENTO: LA GATA MUNGUÍA | ILUSTRACIÓN: NURIA PALENCIA

Érase una vez una tarde suave de primavera y un patio de flores. Charlaban allí Eva y su tía Emma. La joven Eva estaba muy nerviosa.

—Es mi primera fiesta importante. Una fiesta de disfraces es guay, pero tienes que ir súper. Y no tengo ni idea de qué ponerme.

—Espera, que acabo de regar las caléndulas y saco el costurero. Algo saldrá de esa caja mágica —replicó la tía.

—¿Caléndulas? Siempre usas palabras raras. ¿No podías tener un patio de rosas como todo el mundo?

—Las caléndulas impiden que te frían los mosquitos, los espantan.

—Pero es más normal tener rosas.

—Normal, dices. ¡Esa sí que es una palabra rara! Te voy a contar la historia de una persona súper a la que no le importa nada ser normal.

Eva resopló con resignación. ¡Ella solo quería un disfraz! Pero todos los que se le ocurrían eran un poco raros: detective, vaquera del oeste, directora de orquesta, pirata…

—Había una vez una niña, de nombre Olvido, que vivía en México.

—¿Olvido?

—Olvido era especial. Desde pequeña, sentía la necesidad de contar historias y de actuar. Su madre, América, lo sabía y siempre la apoyaba.

—América, otro nombrecito…

—Es un nombre precioso.

—No sé… es raro —insistió Eva.

—Olvido abandonó México y llegó a España con apenas quince años. Al principio le costó adaptarse. La vida en Madrid no se parecía en nada a México. Olvido se sentía como un bicho raro. Siempre inquieta, un día decidió que no iba a tratar de parecerse a los demás, así que se colgó una guitarra al hombro y con su amigo El Zurdo formó el grupo Kaka de Luxe. Hacían punk, como rock a toda mecha. También fundó una revista, Bazofia. Y hasta se cambió el nombre; decidió llamarse Alaska. Pronto empezó a formar parte de una «movida» en la que ser un poco raro molaba más.

Volaba la imaginación de Eva. ¿Alaska? Eso es una zona de América… es como llamarse Albacete. ¿Y un grupo que se llama «caca»? ¿Qué es «bazofia»? ¿Y qué «movida» rara es esa?

—Y esto no fue todo —prosiguió la tía Emma– Alaska montó más grupos: Pegamoides, Dinarama, Fangoria… Tenía y tiene mucho éxito. Una imagen impactante: el pelo naranja o rapado y con trenzas o con plumas… Y aunque vista de negro, siempre me parece una bruja de colores: le salen de dentro. Y también es actriz. Imagínate, con solo veinte años hizo una película con Pedro Almodóvar. ¡Ah! y cuando yo tenía tu edad, hacía un programa en la tele maravilloso: La bola de cristal. ¡Vaya pintas, vaya amigos y qué gran programa! Y ahí sigue Alaska, cantando, bailando en la tele y haciendo lo que le gusta sin parecerse a nadie.

La pequeña escuchaba fascinada.

—Tía Emma, Alaska mola. Pero no es muy normal ¿no?

—¿Qué es ser normal? ¿Estar dentro de la norma? ¿Hacer lo que todos hacen? ¿Y qué pasa si no lo haces?

La tía Emma sonrío a Eva y le ofreció el costurero. Eva lo agarró y dijo:

—Tía Emma, ¿me ayudas a hacerme un disfraz de Alaska?

Y así fue como Alaska se convirtió en un icono haciendo todo lo que le gustaba: cantar, componer, actuar en películas y presentar programas de televisión.

"Crecí con dos mujeres singulares como mi madre y mi abuela, que no encajaban en los típicos modelos femeninos y no te hacían pensar en casarte o en fregar".
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La protagonista

Olvido Gara, conocida como Alaska

Cantante, compositora y actriz.
Nació en Ciudad de México en 1963.

Laia Sanz, la Reina del Desierto

CUENTO: ILUSTRACIÓN | MALU BARNUEVO

Laia no tenía miedo de caerse, porque sabía que, si se caía, se podía levantar. Así que con cuatro años cogió a escondidas la moto de su hermano y se puso a dar botes por el campo. No se cayó, pero sus padres se llevaron un susto de muerte.

—Mamá, es que me gusta mucho.

—Pues, Laia —le dijo su madre—, si te gusta montar en moto, montarás.

Y Laia siguió subida en la moto, hasta que con siete años su madre la apuntó a una carrera en su pueblo. La carrera era solo de chicos.

—Las chicas no montan en moto —le dijeron.

—Me da igual, a mí me gusta —respondió.

En aquella carrera quedó la última, pero como no siempre se gana, Laia siguió montando en moto y entrenando. Entrenaba porque quería ser mejor, y porque cuando algo te gusta mucho no puedes dejar de hacerlo.

Un día Laia empezó a ganar carreras. Y entonces decidió apuntarse al campeonato del mundo de trial femenino. El trial es como montar en moto por el campo, pero en vez de ir rápido vas saltando piedras muy altas y agujeros profundos.

Es algo muy difícil, pero Laia lo hacía muy bien y ganó ¡el Campeonato del Mundo! Que no sé si os habéis dado cuenta porque no lo había puesto en mayúsculas, pero es algo importantísimo. Y Laia no lo ganó solo una vez, sino que lo ganó ¡trece veces!

Con el tiempo, empezó también a correr en campeonatos de enduro con unas motos más grandes con las que vas superrápido por el campo. Campeonatos del Mundo de estos ganó cinco.

Pero Laia no se conformaba porque su mayor ilusión era correr el rally Dakar, la competición más famosa y más difícil del mundo, que atraviesa desiertos, montañas y selvas. Una carrera larguísima y muy difícil; mucho más que saltar piedras altas, mucho más que correr rápido por el campo, y en la que muy pocas mujeres participan y que muchas menos consiguen terminar. Así que Laia entrenó mucho y muy duro hasta que, por fin, gracias a su fuerza de voluntad, consiguió correr en el Dakar y llegar a la meta.

Desde entonces participa todos los años y no solo consigue acabarla, sino que ¡ha ganado ya ocho veces la categoría femenina! En el rally Dakar duerme poco, pasa frío, calor y le duelen cosas. A veces pierde el equilibrio, pero Laia no tiene miedo de caerse, porque sabe que, si se cae, siempre se vuelve a levantar.

Así es como Laia se ha convertido en la mejor piloto de motos de la historia, con más campeonatos del mundo que dedos en pies y manos (en una carrera casi se queda sin un dedo gordo) y la mujer con mejor clasificación en la categoría general del Rally Dakar. Por algo la llaman La Reina del Desierto.

"El mayor orgullo es que otras chicas se fijen en mí"
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La protagonista

Laia Sanz

Campeona mundial de Trial, Enduro y piloto del Dakar.
Nació en Corbera de Llobregat (Barcelona) en 1985.

María Blanchard, la gran dama del cubismo

CUENTO: ASUN GÓMEZ BUENO | ILUSTRACIÓN: CLARA MONTAGUT

Hace muchos años, en el siglo XIX, nació en Santander una niña a quien sus padres llamaron María.

Durante el embarazo su madre se cayó al bajar de un coche de caballos y por eso María sufrió una doble desviación de columna que deformó su cuerpo.

María creció acostumbrada a las miradas de los demás, a que la señalaran con el dedo y a que los otros niños la llamaran bruja. Pero desde muy pequeñita también, descubrió algo que aliviaba el dolor que le provocaba su enfermedad y le hacía sentirse bien: María pintaba y dibujaba durante horas y horas las flores de los hermosos jardines de su ciudad, tanto y tan bien que cuando se hizo mayor, sus padres le animaron a viajar a Madrid para estudiar con el artista Emilio Sala, un pintor muy respetado y conocido en la época.

Su maestro le enseñó los secretos del color y de las formas.

En aquella época había muy pocas mujeres artistas, pero en Madrid María descubrió que el arte sería su vida. Pronto todos reconocieron su gran talento y empezó a exponer y vender sus cuadros.

Ganó varias medallas, conoció a los más importantes pintores de entonces.

Sus amigos pintores le decían:

—María, tienes que viajar a París. Allí están los artistas más vanguardistas del mundo.

Así que hasta París se fue María.

—Tan menudita como era, con el pelo castaño despeinado en flotantes vuelos y con su mirada de niña —así la describió una vez uno de sus amigos artistas.

En París descubrió la libertad y el Cubismo, una nueva forma de pintar que fascinó a María. Conoció a genios de la pintura como Diego Rivera y Juan Gris y por fin fue feliz. Pintaba, exponía, le concedían premios y se valoraba su arte. Hasta Paul Claudel le dedicó un poema a uno de sus cuadros.

Su maltrecho cuerpo no frenó sus ganas de seguir aprendiendo y pintando, así que viajó a Londres y Bruselas, aunque para ello tuvo que empeñar los objetos de plata heredados de su familia.

Pero llegó un día en el que su cuerpo no pudo más y su salud se debilitó definitivamente.

—Si vivo, voy a pintar muchas flores —dijo antes de morir.

María no pudo volver a pintar, pero nos dejó muchos cuadros con flores, retratos y otros dibujos en los principales museos del mundo que demuestran que cualquier sueño se puede hacer realidad si nos esforzamos y lo acompañamos de ilusión.

Y así fue como María Blanchard se convirtió en una de las más importantes pintoras vanguardistas del siglo XX.

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La protagonista

María Blanchard

Pintora cubista
Nació en Santander en el siglo XIX