Celia Sánchez-Ramos, inventora del siglo XXI

CUENTO: MARTA BAÑOS | ILUSTRACIÓN: LUKA ANDEYRO

Érase una vez, hace no mucho, una niña que vivía felizmente con sus tres hermanas, un ángel sabio (su papá) y una mamá mágica. Ella era la mayor, así que cuidaba y quería infinito a sus hermanas pequeñas. También era constante, perseverante y generosa, pero sobre todo soñadora. Soñaba con un futuro lleno de luz, aunque luego se daría cuenta de que a veces tanta luz no es muy buena, pero volvamos a nuestra historia:

Sin saber muy bien a qué podía dedicar sus sueños y qué sería cuando fuera mayor, un día pasó algo. Celia iba dando un paseo por la calle, vio un local que se traspasaba y le dijo a su madre:

—Mamá, ¿por qué no ponéis una óptica? —Y su mamá, que quería montar una librería, le hizo caso y así empezó la historia de Celia.

Pasaron los años, y la niña fue creciendo. Un día y sin haberlo pensado mucho, tomó una decisión:

—Voy a estudiar Farmacia. —Y así lo hizo.

Más adelante se dijo:

—Voy a estudiar óptica y así llevaré el negocio de papá y mamá—. Y lo consiguió. Después se dijo:

—Voy a ser profesora. —y comenzó a enseñar todo lo que sabía en la universidad. Luego se dijo:

—¿Por qué no ser investigadora? E investigó y descubrió muchas cosas. Y un día, después de ver lo que había descubierto se dijo:

—Voy a ser inventora— así que inventó lentes, gafas y protectores especiales para los ojos de las personas que tienen que trabajar mucho rato mirando una pantalla.

Ahora, además de investigadora, profesora e inventora, es la maravillosa mamá de Pepo y Nacho, sus dos hijos, y a su vez una estupenda abuela que se preocupa mucho por sus nietas. Nos ha dado este mensaje para vosotros:

—Niños y niñas, no paséis mucho rato jugando con videojuegos, móviles, o tablets porque, aunque entretienen mucho, la luz de sus pantallas no es muy buena para vuestros ojitos.

Además, nos ha dicho que, si os esforzáis mucho en aquello que os gusta, de mayores conseguiréis cumplir vuestros sueños.

Así que ya sabéis: soñad muy fuerte todas las noches y pasito a pasito, como Celia, podréis convertir esos sueños en realidad.

¿Quién quiere ser inventora?

Y así fue como Celia Sánchez Ramos, paso a paso y con mucho esfuerzo, se convirtió en la primera mujer española que inventó lentes, gafas y protectores especiales para gente que trabaja o juega mucho con pantallas.

"El político más miope es el que no ve que la ciencia es el futuro"
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La protagonista

Celia Sánchez-Ramos

Farmacéutica e investigadora en el área de protección y prevención de la visión.
Nació en Zaragoza en 1959.

Mariana Pineda: la defensora de la libertad

CUENTO: BEATRIZ BECERRA | ILUSTRACIÓN: LÍA ATECA

Hace justo dos siglos, vivía en Granada una muchacha llamada Mariana Pineda. Huérfana desde muy pequeña, pasó al cuidado de un tutor tras otro, y entre todos ellos se fueron quedando poco a poco con la herencia que le había dejado su padre. Mariana era pobre y no tenía a nadie, pero era valiente y muy despierta. Tenía mucho carácter y sabía bordar muy bien, así que supo salir adelante. La trataban como a una criada, pero era una superviviente.

Por entonces había en España un rey absolutista llamado Fernando VII que gobernaba como un tirano y al que el pueblo pasó de llamar «el Deseado» a «el Felón» porque era un soberano cruel y sin escrúpulos, vengativo y traicionero, que vivía rodeado de aduladores.

Con quince años, Mariana se casó con un hombre mucho mayor que ella y poco después, a los dieciocho años, se quedó viuda y con dos niños pequeños. Pero resulta que, entretanto, España había vivido un breve respiro del absolutismo opresor de Fernando VII que se llamó El Trienio Liberal. Los liberales obligaron al rey a jurar la Constitución de Cádiz y a suprimir la Inquisición. Pusieron en marcha reformas y miraron al futuro y a Europa. Y claro, Mariana descubrió los valores de la libertad que defendían y se entregó a la causa.

Pero aquel periodo de libertad duró poco, y cuando Fernando VII retomó el poder absoluto de antes, empezó a perseguir sin descanso a los liberales. Entonces Mariana decidió esconder en su casa y ayudar a todos los liberales perseguidos que podía. Pedrosa, el jefe de la policía de Granada, la tenía en su punto de mira. En España todo eran conspiraciones, y aunque Mariana, por ser mujer, no era considerada una cabecilla liberal, querían detenerla para que delatara a los líderes liberales.

Así que un día, entraron en su casa y la registraron. Allí encontraron una bandera liberal que llevaba medio bordadas las tres palabras que resumen las ideas liberales: «Libertad. Igualdad. Ley». Pedrosa y los suyos la habían colocado ahí a propósito para tender una trampa a Mariana y así poder detenerla.

Pedrosa ofreció a Mariana la libertad a cambio de que delatara al resto de liberales, pero no contaba con su espíritu indomable. A pesar de encerrarla en la cárcel y amenazarla con ser condenada a muerte, no logró que Mariana delatara a nadie así que, aunque estaba secretamente enamorado de ella, Pedrosa la condenó a muerte. Tenía solo 26 años.

Mariana eligió ser fiel a sus ideas y leal a sus compañeros. Cuando oyó su sentencia dijo:

—El recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo.

Al final, aquel malvado rey terminó siendo odiado por todos y la causa liberal consiguió sobrevivir en España.

Y así fue como Mariana Pineda se convirtió en un símbolo de la defensa de la libertad. Su nombre está grabado en la puerta principal del Parlamento Europeo en Estrasburgo.

"Nunca una palabra indiscreta saldrá de mis labios"
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La protagonista

Mariana Pineda

Heroína liberal y símbolo de las libertades.
Vivió en Granada en el siglo XIX.

Jurdana de Irisarri, la bruja buena

CUENTO: ANGÉLICA RUIZ | ILUSTRACIÓN: JORGE ESTEBAN

¿Acaso pensáis que las brujas no existen? Os voy a contar un cuento de una bruja que sí existió. Hace muchos, muchos años en un país no muy lejano, en el reino de Navarra, vivió una niña que se llamaba Jurdana.

Jurdana conocía todas las plantas y árboles de los bosques. Se sabía sus nombres y para qué servía cada raíz, cada hoja, cada fruto y cada tallo. En aquellos años no había medicinas y las hierbas eran lo más parecido. Unas calmaban el dolor de muelas, otras hacían que los enfermos vomitaran lo que les había sentado mal, las de más allá apaciguaban el escozor de las picaduras.

Jurdana no iba a la escuela, pero desde que era un bebé, acompañaba a su madre cuando ayudaba a parir al ganado y también a las mujeres o cuando acudía a curar a alguien con sus remedios de hierbas. Luego, Jurdana y su mamá volvían a su casa en el bosque.

Jurdana era muy curiosa y se adentraba en aquellos frondosos parajes, acompañada tan solo por su perrita Laiala. Conocía cada rincón, cada flor

Pero había algo que a Jurdana le habían prohibido: recoger raíces de mandrágora; aquella era la planta más increíble que existía, curaba casi todo. Su madre le había advertido:

—Nunca arranques de la tierra una mandrágora, debajo de las hojas viven pequeños hombrecillos que al verse descubiertos chillarán y su voz es tan fuerte y aguda que atravesará tu cabeza y morirás.

Un día su madre se puso muy enferma, con fiebre muy alta, tanta que no se podía levantar. Según los libros, su única cura sería beber un caldo de raíz de mandrágora. Jurdana no quería desobedecer a su madre, pero tenía que salvarla.

—Tendré que arrancar una mandrágora, aunque si al chillar muero, no servirá de nada. He de encontrar una solución. Y esto fue lo que se le ocurrió: fabricó con cera de velas unos tapones para sus oídos.

—Lo siento, amiga, esta vez, no podrás venir conmigo. —Le dijo a su perrita mientras la ataba en casa para que no la siguiera y evitar que muriera al escuchar los alaridos.

Fue al bosque donde había visto flores moradas de mandrágora, se colocó sus tapones, se ajustó también un gorro y su capucha y ¡zas! arrancó la planta: allí estaba la raíz, con forma de persona, pero no tuvo la sensación de que chillara, ni siquiera tenía boca. De repente, al quitarse los tapones y volver a oír, escuchó a su lado los ladridos de Laiala que había roto la cuerda y saltaba feliz a su alrededor jugueteando. Jurdana se dio cuenta entonces de que las mandrágoras no chillaban, porque la perrita hubiera muerto si aquello fuera verdad, y ese día, gracias a su arrojo, logró curar a su madre.

Después de aquello, Jurdana siguió aprendiendo en los libros y probando las propiedades medicinales de las plantas. Llegó a conocer el remedio para todo tipo de males. Eran tantas y tan increíbles sus recetas que se hizo famosa en todo el reino.

Finalmente, llegó el día en que su sabiduría se volvió demasiado peligrosa para algunos, así que empezaron a hacer circular la mentira de que Jurdana no podía saber tanto si no le ayudaba el diablo, un ser imaginario en el que muchos creían; y que si hablaba con el diablo era una bruja mala y había que castigarla.

Jurdana lo sabía, pero igual que hizo con sus tapones de cera, prefirió no escuchar las críticas y siguió curando a la gente. Y, aunque parecía magia y algunos creían que curar de aquella forma solo podía ser cosa de seres malignos y misteriosos, ella sabía que solo utilizaba lo que la naturaleza ponía a su disposición y que aquello no podía ser malo porque hacía mucho bien a sus vecinos.

Y así fue como Jurdana de Irisarri, a pesar de los peligros, decidió seguir siendo quien era.

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La protagonista

Jurdana de Irisarri

Herbolera.
Vivió en Navarra en el siglo XIV.
Fue quemada en la hoguera en 1330 acusada de brujería.

La gran oportunidad de Montserrat Caballé

CUENTO: EVA SOLANS | ILUSTRACIÓN: DAQ

Nació Montserrat en una familia sencilla y trabajadora, sin apenas oportunidades. Solía escuchar a los mayores:

—Los que tienen poco, no llegan lejos.

Su vida había peligrado antes de nacer y sus padres hicieron una promesa a la Virgen de Montserrat: si nacía sana, la llamarían Montse, y así es como tuvo su primera oportunidad en la vida.

Desde muy joven, empezó a trabajar en una pequeña tienda remendando medias y allí trabó amistad con un ratoncito al que llamó Puccini, como el compositor. Puccini siempre aparecía cuando oía a Montse cantar, se acurrucaba en un calcetín y la miraba con ojos grandes y embelesados. Cuando no le cantaba, Montse le ponía la radio y escuchaban juntos a las más grandes divas de la ópera como María Callas o Renata Tebaldi. La música estaba siempre presente en su vida, se dormía y se despertaba con ella. En la tienda, le decían:

—Montse, van a llegar las clientas. Deja de cantar. De la música no se vive.

Ella le cantaba a Puccini:

—Amiiiigo mío, vooooy a llenar teatros, DO, RE, MI. Demooooostraré que con esfueeerzooo todo se consiiiiigue.

Trabajaba y estudiaba y, en sus ratos libres, iba a la puerta del Liceo, el teatro más importante de Barcelona, y escuchaba las óperas desde la calle de Las Ramblas. Soñaba con cantar ante el gran público, aunque sabía que nunca habría un público más agradecido y entregado que su querido Puccini. En la tienda, el ratoncito hizo correr la voz y pronto fueron muchos más los ratoncitos que acudían a escuchar su canto melodioso cada tarde. Montserrat les puso los nombres de sus compositores favoritos: Verdi, Wagner, Tchaikovsky… todos se deleitaban y emocionaban con su voz. Le pedían:

—Montse, llévanos contigo cuando seas una diva. Queremos ir a La Scala de Milán; al Bolshoi de Moscú y cruzar el charco e ir al Teatro Colón de Buenos Aires. —Y ella les respondía con un do de pecho:

—¿Cómo voy yo a abandonaroooos, a mi público más fieeeeel y queriiiiiido?

Pasaron los años y logró éxitos a pesar de las dificultades. Estudió música y canto en el conservatorio, donde aprendió a leer la música en las partituras y a saber usar su hermosa voz. Se esforzaba tanto que obtuvo una beca e hizo sus primeros conciertos de ópera en Italia. Finalmente debutó en el Liceo, su gran sueño, con Arabella de Strauss. Aquel día Montse estaba pletórica, pero, a la vez, algo le impedía disfrutar del todo de su gran momento. Un día, después de un concierto, se paró frente a un escaparate y vio a un ratoncito correr.

—¿Dónde estarán mis queridos ratoncitos? ¿Cómo puedo haber olvidado a mi público más fiel? —Dijo Montse entre sollozos llenos de melancolía.

Y entonces llegó la gran oportunidad, la que le habían negado por sus orígenes humildes. Fue en el teatro Carnegie Hall de Nueva York, el día en que tuvo que sustituir a una soprano interpretando Lucrezia Borgiade Donizetti.

Montserrat cantó de maravilla y fue largamente ovacionada. Su interpretación fue tan espléndida que la hizo famosa en el mundo de la ópera. Fue una noche de inmensa alegría y esta vez, la melancolía desapareció.

Lo que pasó esa noche es un secreto jamás desvelado hasta ahora. Lo que nadie sabe es que debajo de esos grandes vestidos con pliegues y vuelos que luce Montserrat en los escenarios, se esconden siempre Puccini y un ejército de ratoncitos que la acompañan allá adónde va y que estaban con ella la noche de su gran oportunidad.

Y así fue como Montserrat Caballé se convirtió en una de las mejores sopranos de la historia de la ópera y demostró que todos, hasta los que menos oportunidades tienen, pueden alcanzar sus sueños si los desean de verdad y nunca se rinden.

“No hay nada mejor en el mundo que el hecho de aprender. Es la clave de la vida. Si no, te sientas en un sillón y se acabó.”
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La protagonista

Montserrat Caballé

Una de las más grandes cantantes de ópera del siglo XX, admirada por su técnica vocal como soprano.
Nació en Barcelona en 1933.

María de Estrada, la conquistadora de México

CUENTO: ANGÉLICA RUIZ Y CRISTINA CAMPO | ILUSTRACIÓN: LUPE CRUZ

Había una vez una niña que vivía en Sevilla y que tenía diez años cuando Cristóbal Colón llegó a América.

—¡Oh no, abuela!, ¡otra vez la misma historia de Cristóbal Colón no!

—Esta no es una historia como las demás. Tened un poco de paciencia… como iba diciendo:

Aquello cambió la vida de su ciudad, que se convirtió en el puerto más grande de Europa. De allí empezaron a salir barcos con tripulaciones dispuestas a arriesgar su vida para conquistar el Nuevo Mundo.

María y los demás chavales y chavalas escuchaban a los marineros que volvían de allá contar las historias de sus aventuras.

—Hoy ha llegado a puerto un barco desde las Américas, Cuentan que han visto islas increíbles, llenas de animales exóticos, con plantas y árboles que nadie había visto antes y ¡con minas de oro!

Todos los niños soñaban con conocer el otro lado del Atlántico. Y María, que no tenía miedo al mar, empezó también a imaginar el modo de poder viajar a esos lugares, así que en cuanto creció se embarcó rumbo a Cuba. No había muchas mujeres que lo hubieran hecho antes que ella, pero a María no le importó.

—¿Por qué las mujeres no lo hacían, abuela?

—Pues porque en aquellos tiempos se suponía que los hombres eran los únicos valientes y capaces de hacer algo así.

—Ya… lo típico. Sigue abuela, ¿qué pasó después?

Llevaba unos cuantos años en aquella maravillosa isla y era muy feliz, pero el deseo de aventura permanecía intacto en ella, como cuando era niña. Un día, supo que se estaba organizando una expedición para conquistar una nueva tierra. No se lo quiso perder y buscó a la persona que iba a estar al mando, el capitán Hernán Cortés, para decirle que podía ayudarle.

—He sabido de su expedición y quiero embarcarme con vos. —dijo María con determinación.

—Mi tripulación ya está formada, no hay sitio para nadie más—respondió Cortés.

—¡Pues vaya! ¡Qué tío más tonto!

María no se dio por vencida y siguió insistiendo. Como además ya era famosa en la isla entera por su valentía, Cortés finalmente accedió.

De Cuba partieron once barcos con quinientos cincuenta hombres y tan solo doce mujeres. Llegaron a tierra y, asombrados, vieron que estaba habitada por un avanzado imperio: los aztecas. La expedición de Cortés se encaminó hacia la capital, Tenochtitlan, el antiguo nombre de Ciudad de México. Cuentan las crónicas, que son como cuentos de historias de verdad, que en el camino María luchó «valerosamente con más furia y ánimo que los hombres» y que cuando los demás soldados descansaban, María curaba a los heridos.

Al llegar por fin a Tenochtitlan, la guerrera quedó admirada con la impresionante vista: canales, avenidas, puentes, templos, palacios, mercados. Ni los más veteranos, que conocían ciudades como Venecia o Constantinopla, habían visto nunca nada tan grande ni tan bonito.

Los aztecas no se iban a dejar conquistar tan fácilmente, así que se sublevaron contra las tropas de Cortés para defender su imperio. Todos sabían que la lucha sería feroz y el capitán quiso mantener a salvo a las mujeres, pero María protestó:

—Capitán, no es bueno que las mujeres dejen solos a sus maridos yendo a la guerra; dónde ellos murieron moriremos nosotras.

María luchó de nuevo con su espada y un escudo y junto a sus compañeros conquistó definitivamente Tenochtitlan.

—¿Pero no murió, verdad abuela?

—No, vivió muchos más años y siguió siendo una mujer conocida y respetada por todos. En recompensa a sus servicios fue nombrada por Hernán Cortés encomendera de varias ciudades y llegó a fundar otras. Pero, sobre todo, su historia demuestra que los hombres no fueron solos a América. ¿Os ha gustado este cuento?

—Bueno, no ha estado mal. Por cierto, abuela, si alguna vez quieres contarnos otro cuento como este, no nos importará mucho…

 

Y así fue como María, intrépida y valiente, se convirtió en soldado y participó activamente en la conquista de México, algo impensable para una mujer de su época.

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La protagonista

María de Estrada

Fue una mujer soldado española que participó en la conquista de México junto a Hernán Cortés en el siglo XVI.

Neus Català, la enfermera que plantó cara a los nazis

CUENTO: RUTH PRADA | ILUSTRACIÓN: JORGE ESTEBAN

A la pequeña Neus, su padre siempre le decía:

—Nunca te acobardes y no le bajes la mirada a nadie.

Esta consigna fue para ella como un talismán que la cargó de valor para enfrentarse a las situaciones más difíciles que se puedan imaginar.

Neus vivía en un pequeño pueblo y era hija de campesinos pobres. De niña no podía entender por qué todos los esfuerzos de la familia se reservaban para que su hermano se hiciera maestro mientras que ella no podía estudiar. Así que se fue a Barcelona a estudiar para ser enfermera.

Cuando terminó sus estudios, empezó a trabajar en un orfanato atendiendo a ciento ochenta niñas y niños huérfanos. Pero entonces estalló la guerra en España. El día que las tropas llegaron a las puertas del orfanato y a Neus no le quedó otra alternativa que huir del país, dijo con voz firme:

—¡No sin mis niñas y mis niños! —entonces los cogió a todos y consiguió llevarlos sanos y salvos a Francia, donde fueron adoptados.

Sin embargo, lo peor estaba por venir. En Francia también había guerra; el país había sido ocupado por los nazis. Neus decidió quedarse y se unió a la Resistencia para luchar contra los alemanes, hasta que un día la descubrieron y la enviaron a un campo de concentración. Al llegar al campo vio tanto horror que se quedó paralizada. Pero entonces recordó la frase que tantas veces le había dicho su padre cuando era niña, alzó la mirada y decidió que no desfallecería.

En el campo de concentración las mujeres se organizaban como familias para protegerse unas a otras y las mayores cuidaban a las más jóvenes. Neus adoptó a una chica llamada Titi.

—Titi, quédate a mi lado y no te pasará nada malo. —le decía siempre Neus cuando las cosas se ponían feas.

Los nazis enviaron a Neus a trabajar a una fábrica de armas, pero ella y sus compañeras no querían que esas municiones sirvieran para ayudarles a ganar la guerra, así que empezaron a hacer sabotaje: mientras manipulaban las balas, escupían y les metían moscas dentro para dejarlas inservibles. Fueron tan listas y lo hicieron tan bien, que los nazis creyeron que las cosas salían mal porque eran vagas y las llamaban «comando de gandulas».

Neus resistió hasta el día en que terminó la guerra y se abrieron las puertas del campo de concentración. Consiguió sobrevivir muchos más años hasta llegar a ser una anciana centenaria. Y durante su larga vida, siempre mantuvo la mirada alta y desafiante, como le enseñó su padre.

Y así fue como Neus Català, con valentía y arrojo, luchó contra los nazis, salvó muchas vidas y consiguió resistir las situaciones más duras.

"Nos tocó aquello, teníamos que sobrevivir"
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La protagonista

Fue la única superviviente española del campo de concentración nazi de Ravensbrück.
Nació en Guiamets, Tarragona, en 1915.

Carme Chacón, la vuelta al mundo con 35 latidos

CUENTO: LETICIA IGLESIAS | ILUSTRACIÓN: JOJO CRUZ

Nació la pequeña Carme con un corazón enfermo y un manual de instrucciones con todo lo que le estaba vetado:

«No te lances. Cuidado con el deporte. No tengas hijos. Ojo al esforzarte demasiado…»

Pero como ya sabéis que los bebés no pueden leer, la niña creció sin pensar en todo aquello que «NO, NO y, para ti, especialmente NO» le indicaban dejar a un lado.

No supo hasta los diez años de su enfermedad y para entonces un revolucionario SÍ ya se había instalado en su cabeza. La joven Carme decía que tenía el corazón del revés y también anhelaba, por ese motivo, dar la vuelta a aquello que fuera injusto. No había entonces presidentas del gobierno ni abundaban las altos cargos o grandes líderes políticas.

A esos Noes, pensaba, también habría que darles la vuelta.

Llenó su frágil corazón de ánimo y dedicación, y llegó a ser vicepresidenta del Congreso de los Diputados, ministra de Vivienda y ministra de Defensa entre otros logros. Aunque le desaconsejaban volar, dio varias vueltas al mundo uniendo todos sus viajes.

No solo fue la primera mujer en el país en ser ministra de Defensa: la nombraron embarazada de su pequeño Miquel. Su foto con la enorme barriga del bebé al empezar en el cargo dio la vuelta al mundo.

—Qué barbaridad —dijeron algunos.

—Señal de modernidad en España —contestaron otros.

—Una embarazada no es una enferma —zanjó Carme, tachando de paso otro NO de su manual (Miquel fue la mayor de sus pasiones contraindicadas).

En uno de sus primeros actos oficiales eligió un esmoquin en lugar del habitual vestido y se sucedieron las críticas por su ropa.

—¡Se ha saltado el viejo protocolo! —gruñían.

En realidad, muy hábil, consiguió que hablasen de ella por «llevar los pantalones» y los mayores dicen que eso significa ser quien manda. Carme volvió a soñar con que nunca nadie juzgara a una mujer por su atuendo sino por sus actos.

Peleó por ser la número uno de su partido y, de haberlo conseguido, también habría podido luchar por ser la primera presidenta del Gobierno del país —muchos la veían como tal— pero se quedó sin tiempo.

El corazón es un pequeño motor que bombea sangre a entre 50 y 100 latidos por minuto. Para que pueda llevarla a todos los órganos, debe hacerlo a una determinada presión y a una determinada frecuencia: es un equilibrio mágico.

A Carme le faltaron latidos —tenía solo 35 por minuto— pero, a cambio, compartió un corazón lleno de sueños y posibilidades restringidas hasta entonces a las mujeres.

Y así fue como Carme, sin hacer caso a los que le decían que no podía hacer cosas, llegó a ser la primera ministra de Defensa del país.

"Cada vez que una de nosotras (las mujeres) da un paso adelante, lo da el género humano entero".
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La protagonista

Carme Chacón

Abogada, profesora universitaria y política.
Nació en 1971 en Esplugas de Llobregat, Barcelona. Falleció en Madrid el 9 de abril de 2017.

Maite Mendióroz, la detective del cerebro

CUENTO: RAQUEL MARTOS | ILUSTRACIÓN: LUPE CRUZ

Cuando Maite era niña y le regalaban alguna muñeca, no se fijaba solamente en el vestidito o en el peinado porque lo que más le interesaba era algo que no podía ver: el contenido de su cabeza. Mayte se preguntaba qué habría ahí dentro. ¿Las muñecas tendrían la cabeza llena de pensamientos, como ella?, ¿guardarían allí sus sueños?, ¿almacenarían los recuerdos de su mejor verano, de las canciones del cole, de la primera vez que montaron en bici?

Un día, en la escuela, aprendió que las muñecas no podían pensar, soñar o almacenar recuerdos porque ellas no tenían una cosa importantísima que los humanos tenemos dentro de la cabeza: el cerebro.

¿Qué sería eso del cerebro? Maite sintió tanta curiosidad que una tarde, a escondidas, se subió a una silla para alcanzar la enciclopedia que estaba en la librería del salón de su casa y se puso a buscar por la letra «c».

Cuando descubrió que el cerebro, eso que parecía una nuez pelada, era el gran jefe de nuestro cuerpo, que es él quien da las órdenes y que, si no le pide a nuestra lengua que salga de la boca, no podemos hacer burla y si no ordena a nuestras piernas que salten, no podemos tirarnos a la piscina desde el bordillo, quedó fascinada.

Maite, entusiasmada, corrió a preguntar a los mayores por su nuevo descubrimiento, pero todos le respondían con las mismas palabras:

—¿El cerebro? Es un misterio, se sabe muy poco de él.

Como era una niña inquieta y le encantaba desvelar enigmas, decidió que de mayor se haría experta en cerebros, intentaría saberlo todo de ellos y trataría de curar sus males. Así que estudió mucho y se convirtió en una gran neuróloga e investigadora.

Hoy Maite dirige un laboratorio muy importante en Navarra. Allí ella y su equipo investigan para poder curar los cerebros dañados. Su sueño es llegar a conseguir que ninguna persona pierda sus recuerdos y que todos podamos acordarnos de nuestro mejor verano, de las canciones que aprendimos en el cole y del día en que montamos en bici por primera vez.

Y así fue como Maite Mendioroz llegó a ser neuróloga y se convirtió en una investigadora del cerebro.

“Me incliné por esta rama porque para mí el cerebro es uno de los mayores enigmas del cuerpo y es un órgano esencial para la vida del ser humano”.
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La protagonista

Maite Mendioroz

Neuróloga, dirige el Laboratorio de Epigenética-Alzhéimer de Navarrabiomed