Concepción Arenal, pionera del feminismo

CUENTO: RAQUEL PELÁEZ | ILUTRACIÓN: LAURA RIVEIRO

Concepción Arenal nació en Ferrol, una ciudad rodeada de mar, de esas donde los pájaros son gaviotas. En aquel tiempo todo el mundo se trataba de usted y las mujeres solo podían hacer una cosa en la vida: echarse un novio, casarse, tener hijos y cuidar el resto de sus días de esos hijos y de aquel novio, que ahora era marido. Su familia era rica, pero ni siquiera el dinero podía cambiar las cosas.

Cuando el hombre de la casa moría, las mujeres de la familia se vestían como cuervos y, estuviesen tristes o alegres, ya no podían ponerse nada que no fuese negro. El padre de Concepción murió cuando ella tenía nueve años, así que, a ella, a su madre y a sus hermanas, les tocó vestir de negro durante muchos años.

Pero aquel hombre, que tenía unas ideas muy modernas, no desapareció del todo: en casa quedó su impresionante biblioteca. Cada vez que pasaba por delante de aquellos libros, Concepción sentía que la llamaban:

—¡Eh! ¡Ven aquí! ¡Aprende cosas! —

Pero cada vez que su madre la pillaba husmeando en aquella habitación se enfurecía y decía:

—¡Vosotras no tenéis que leer libros sino aprender a comportaros en sociedad! —

Es decir: ocuparse de la casa, sentarse muy rectas y expresar su opinión lo menos posible. Las hermanas de Concepción, que eran dos, obedecían, pero ella era incapaz.

Cuando cumplió quince años, a escondidas, se puso a aprender francés e italiano sin ayuda de nadie. Su madre, cuando se enteró, le riñó:

—¡Conchi! ¡Tú lo que tienes que aprender es a hacer las tareas del hogar! —.

Y Conchi, que así llamaban a Concepción cuando era joven, parapetada tras los libros de filosofía y de ciencias de su padre, le contestó:

—¿Pero, madre, por qué esto no cuenta como tareas del hogar? ¡Si lo estoy haciendo dentro de casa! —

Esto ocurría en un pequeño pueblo de Cantabria, al que Conchi, su madre y sus hermanas se habían mudado para cuidar de su abuela, que era muy anciana. En el pueblo se extendió el rumor de que la niña Conchi tenía la mala costumbre de leer.

—Ahí va la Filósofa —murmuraban a su paso.

Su madre, avergonzada, suspiraba.

—¿Por qué me habrá salido una hija tan rara? ¿Por qué no será como las demás? —

Pero Concepción, simplemente, no lo era. Y por eso, a pesar de vestir siempre de negro, todo el mundo la miraba como si fuese un babuino cubierto de pelos de colores.

Solo había una persona que nunca se reía de ella y que le devolvía una sonrisa de arcoíris siempre que la veía: su abuela.

Cuando la anciana murió, Concepción recibió una noticia tan buena que casi le dio vergüenza sentirse alegre: le había dejado todo su dinero. Al poco tiempo murió su madre también y aunque estaba muy, muy triste, se dio cuenta de que ahora era libre. ¡Y rica! ¿Qué podía hacer con aquella fortuna?

La misma voz que la llamaba desde la biblioteca le dijo:

—¡Ve a la universidad a estudiar! — Y eso hizo.

Cuando llegó a Facultad de Derecho, Concepción se encontró con que su dinero y sus ganas tremendas de aprender no eran suficientes. Allí solo admitían a chicos. Todos los profesores, que por supuesto eran hombres y también vestían con colores oscuros, le dijeron que no era bienvenida. Se puso tan triste como el día en que murió su abuela y, de pronto, echó de menos el mar de Ferrol y las montañas verdes de Cantabria.

Pero ella, que nunca había sido obediente, pensó que no quería pasar el resto de su vida poniendo la mesa, sentándose recta y callándose la boca, así que esta vez tampoco haría caso.

—Si tengo que ser un hombre, intentaré parecerme lo más posible a uno —se dijo.

Sin pensarlo dos veces, se cortó el pelo, se embuchó unos pantalones, se puso un sombrero de copa y una capa y, ocultándose lo más posible la cara, se presentó en clase. Un plan perfecto… que no funcionó.

Muy pronto sus compañeros se dieron cuenta de que aquel tipo menudo vestido de forma tan estrafalaria era muy raro. Tan raro que era ¡una mujer!

Aquello fue un escándalo y fue expulsada inmediatamente. Pero ya hemos dicho que Concepción no era capaz de callarse cuando tenía una opinión diferente a la del resto. Por eso, pidió hablar con el rector.

—¿Pero no ve usted, señorita, que este no es un lugar para las mujeres? —le recriminó aquel hombre oscuro con solemnidad ceniza.

—Pero ¿por qué no? ¡No soy diferente a ninguno de mis compañeros! ¡Yo también puedo leer y aprender! —repuso ella mirándole con ojos de luz blanca.

—¡Ah! ¿Sí? —le dijo él con mirada negra—

—¡Sí! ¡Y puedo demostrarlo! —le contestó ella.

—El rector miró a Concepción como si, a pesar de sus ropas negras, fuese un ornitorrinco cubierto de plumas multicolores y le dijo:

De acuerdo. Si de verdad es tan lista, le pondré un examen. Si lo aprueba, podrá ir a clase, ¡pero con mis condiciones! —.

Concepción lo aprobó. ¡Con sobresaliente! Así que al rector no le quedó más remedio que dejar que se quedase a escuchar las clases.

 

Nunca le dieron el título, pero gracias a lo que hizo, años después, el 8 de marzo del año 1910, en España se permitió a las mujeres estudiar en centros de enseñanza. Y por eso el 8 de marzo es una fecha importante, tan importante como que siempre hagas caso a la voz interior que te dice lo que realmente quieres hacer con tu vida.

 

Y así fue como Concepción Arenal se convirtió en la primera mujer en España que fue a la universidad. Ocurrió en 1842. Desde entonces, luchó toda su vida por defender la igualdad en educación y en oportunidades entre hombres y mujeres.

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La protagonista

Concepción Arenal

Licenciada en Derecho, visitadora de prisiones, periodista y escritora española encuadrada en el Realismo literario, fue además pionera en el feminismo español. Nació en Ferrol en 1820.

Ágatha Ruiz de la Prada, la niña que imaginó un mundo de color

CUENTO: ADRIANA MOURELOS | ILUSTRACIÓN: DAVID HERREROS

Había una vez una niña que tenía nombre de piedra preciosa. No de una cualquiera, sino de una especial compuesta por un mineral que puede ser de distintos colores. Su nombre era y es Ágatha.

En las paredes de su casa no había fotos de familia o paisajes del pueblo. Mientras la niña Ágatha merendaba, lo que veía en las paredes eran cuadros. No eran unos cuadros cualesquiera, sino obras de arte de grandes pintores.

Así que esta niña no hacía más que mirar los colores de aquellos cuadros. Sus favoritos eran los de un tal Picasso. Era Ágatha una de esas niñas de ojos muy abiertos que siempre saben lo que pasa a su alrededor. Y es que, además, a su alrededor pasaban muchas cosas interesantes.

No quería ser princesa ni ponerse largos vestidos incómodos o grandes lazos en el pelo. Ella quería vestir para estar cómoda y para divertirse, para mirarse y gustarse, y para ir a las fiestas que ofrecía su familia, especialmente su abuela, que tenía una casa en la que siempre había gente.

Cuando creció, decidió estudiar diseño de moda en Barcelona, donde vivía. Así, aprendería a hacer bien lo que ya le gustaba mucho. Cuando terminó, la niña Ágatha se fue a Madrid a descubrir la vida y la moda.

Madrid era entonces una fiesta, Agatha tenía ya veinte años, y se convirtió en una de las musas de un despertar artístico y cultural que se vivió en aquellos años. Enseguida empezó a trabajar en el estudio de un diseñador y pronto abrió su primera tienda y presentó su propia colección de ropa: convirtió veinte cuadros pintados por artistas en veinte vestidos.

La joven Ágatha tenía muchos amigos artistas, como Andy Warhol, un americano muy famoso que pintaba latas de sopa, y hasta la mujer del presidente del gobierno quiso llevar uno sus vestidos.

Sus diseños tenían colores y corazones, tenían rayas, lunares y medias lunas, tenían estrellas y hasta orejas de gato. Eran rojos, verdes, azules, amarillos y fucsias –el fucsia era su color favorito–. El mundo de color de Ágatha costaba mucho esfuerzo y también mucho dinero, pero ella nunca se rindió. Siguió trabajando duro y disfrutando con cada diseño y cada desfile.

Los vestidos que diseñaba tenían dibujos, pero también tenían formas: el vestido nube, el vestido globo, el vestido aro… como los vestidos de las fiestas de su infancia que ahora se ponían las mujeres, y también, claro, las niñas y los niños. Estos vestidos desfilaron en las mejores pasarelas de Madrid, pero también de París, la capital de la moda.

Su mundo de color creció cada vez más y Ágatha se convirtió en una diseñadora muy famosa y en una especie de reina de corazones. Lo que más le gustaba era trabajar, porque disfrutaba con cada puntada y cada trazo y porque quería crear un mundo más divertido.

No entendía la mujer Ágatha que una persona que lleve una ropa bonita y divertida tenga una casa fea, así que pronto sus famosos corazones fucsia y las lunas y las estrellas aparecieron por todas partes en sábanas, vajillas y sofás.

El mundo que siempre había imaginado a su alrededor era real: su tienda y su casa eran así y poco a poco más tiendas y más casas porque su imaginación llegó hasta Asia y dio la vuelta al mundo.

Agatha pertenece a una familia noble. Cuando llegó el momento de heredar los títulos nobiliarios como hija mayor, resultó que no podía porque hay una regla que dice que los títulos solo pasan de padres a hijos y nunca de madres a hijas. La mujer Ágatha pensó que aquello no era justo, así que reclamó los títulos y abrió el camino para cambiar esa regla y que otras mujeres pudieran hacer lo mismo. Ahora Agatha es diseñadora, madre, marquesa y baronesa.

Así fue como Ágatha Ruiz de la Prada se convirtió en una mujer de éxito que consiguió hacer lo que quería cuando quería y, ¿sabes qué es lo mejor de esta historia? Que lo sigue haciendo. Así que, si miras a tu alrededor, tal vez descubras un pequeño sueño de la niña Ágatha en tu mochila o en tu armario.

Lo que me deja atónita es que, en teoría, la moda cambia cada 6 meses, y sin embargo, todo el mundo viste igual
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La protagonista

Agatha Ruiz de la Prada

Es diseñadora de moda y empresaria, además de ostentar los títulos nobiliarios de marquesa y baronesa. Ha recibido, entre otros premios, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y el Premio Nacional de Diseño de Moda.
Nació en Madrid en 1960.

Isabel Barreto, la exploradora que capitaneó navíos en los Mares del Sur

CUENTO: RUTH PRADA | ILUSTRACIÓN: PATRI EIRÍN

Hace mucho tiempo, en la época de los grandes viajes de exploración, vivía en Galicia una niña que era valiente, indomable y quería conquistar el mundo. Se llamaba Isabel.

La familia de Isabel pertenecía a la nobleza y su padre quiso darle la misma educación que a sus hermanos, algo poco habitual en aquellos tiempos. Ella leía y estudiaba mucho, aunque entonces no se podía imaginar que toda la geografía y geometría que aprendía le iban a resultar tan útiles años más tarde, cuando se convertiría en una auténtica exploradora.

La familia de Isabel se fue a vivir a Perú y allí formaron parte de la alta sociedad de Lima. Isabel disfrutaba de todo lo que una señorita podía desear, pero a ella la atraía demasiado la aventura y ese tipo de vida la aburría. Ella quería vivir peripecias como en los fabulosos libros de piratas que tanto le gustaban.

Entonces conoció a uno de los exploradores más intrépidos de la historia de los descubrimientos, Álvaro de Mendaña, un experto navegante que en ese momento estaba en la ruina. Se casaron y con el dinero de la dote de Isabel pudo comprar los navíos necesarios para poner en marcha una nueva expedición.

—Yo quiero ir contigo —le dijo Isabel a su esposo.

Los aguerridos miembros de la tripulación protestaron y dijeron que una travesía tan peligrosa no era lugar para una mujer. Pero como era la esposa del almirante pudo emprender ese viaje rumbo a los Mares del Sur.

Cuando estaban cerca de las Islas Salomón, una epidemia acabó con la vida de muchos marineros, incluido el esposo de Isabel. Para sorpresa de todos, antes de morir Álvaro la nombró heredera de todos sus cargos ya que confiaba plenamente en ella.

—Dejo por heredera universal y nombrada como gobernadora a mi esposa, doña Isabel de Barreto.

Así pues, Isabel tomó las riendas de la expedición como almiranta y tuvo que demostrar todas sus dotes de mando para dominar a un grupo de hombres que renegaban de que la jefa fuera una mujer. Fue una dura travesía llena de fatalidades: pasaron hambre y sed, hubo motines, conspiraron contra ella y además perdieron navíos.

Sin embargo, Isabel hizo frente a todas las adversidades con decisión y valentía y consiguió llegar hasta Filipinas, donde la esperaba un triunfal recibimiento. Desde entonces es conocida como la «reina de Saba de los Mares del Sur».

Así fue como Isabel Barreto se convirtió en la primera mujer con el cargo de alminante en la historia de la armada española y en una gran navegante y exploradora.

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La protagonista

Isabel Barreto

Navegante y exploradora. Está considerada como la primera mujer que ostentó el cargo de almirante en la historia de la navegación.
Nació en Pontevedra en el siglo XVI.

Emilia Pardo Bazán, la escritora que se metía en todo

CUENTO: CHARO MARCOS | ILUSTRACIÓN: laperroverde

Emilia nació en una casa llena de libros en A Coruña y, cuando aprendió a leer, sus padres le dejaron meter su naricilla en todos los que quiso. Vaya cosa, pensarás, a mí también me dejan abrir todos los cuentos que quiero. Ya, claro, pero es que, en 1851, que es cuando nació Emilia, las niñas no podían leer cualquier cosa ni estudiar lo que quisieran.

La familia de Emilia era rica y sus padres le procuraron una educación nada habitual para las niñas de la época. Hablaba varios idiomas y viajó por todo el mundo, pero en vez de convertirse en una señorita refinada lista para bailar con apuestos jóvenes en los salones de la época, Emilia fue una revolucionaria. Una provocadora. Se convirtió en escritora, ¡una muy buena!, tanto que los grandes autores del momento no tuvieron más remedio que reconocer su mérito, aunque muchos la rechazaron porque envidiaban su talento.

La obra más conocida de Emilia se llama Los pazos de Ulloa y es muy importante en la historia de la literatura europea porque, hasta entonces, la mayoría de las novelas que se publicaban eran relatos de amor romántico que poco tenían que ver con lo que de verdad pasaba en el mundo. Emilia había aprendido en sus viajes que también podía inventar libros que contaran la vida de las fábricas y de los obreros, las cosas de la gente, y eso fue lo que más le gustó hacer.

Con esas novelas, Emilia se convirtió en el altavoz de todas las mujeres de la época, que vivían atrapadas en un mundo en el que los hombres dictaban qué tenían que hacer, decir e incluso pensar. Y aquello, claro, fue un escándalo. Emilia se había casado a los diecisiete años con un joven rico como ella. Tuvieron tres hijos. Pero su esposo no pudo soportar que su mujer causara un alboroto tras otro con sus libros, sus críticas literarias, sus artículos periodísticos y en las conferencias, repletas de intelectuales, en las que participaba. De ella decían algunos que siempre se estaba metiendo en todo. Así que al final su marido le pidió que dejara de escribir y, como ella se negó, se separaron.

Emilia siguió escribiendo novelas en las que las mujeres protagonistas se comportaban como lo hacían los hombres y, por ejemplo, se saltaban las normas que les prohibían ir a una verbena con un chico que no fuera su marido o tener un novio que no hubiera elegido su familia.

Era una mujer con una fuerte personalidad y nunca se dejó acobardar por las críticas. En 1906 fue nombrada presidenta de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, la primera mujer en ocupar este cargo. Sin embargo, no consiguió nunca que la eligieran miembro de la Real Academia Española porque estaba prohibido. La primera mujer que lo logró fue otra escritora, pero ya en 1979, mucho después de que doña Emilia, que es como se la conoce en todo el mundo, muriera a causa de una gripe.

 

Y así fue como Emilia Pardo Bazán utilizó sus privilegios sociales y culturales para convertirse no solo en una de las grandes escritoras de finales del siglo XIX y principios del XX sino también para reivindicar y defender los derechos de las mujeres.

“¡Ay del género humano si la Historia se redujese a la opresión del débil por el fuerte, al triunfo de la violencia!”
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La protagonista

Emilia Pardo Bazán

Aristócrata, novelista, periodista, ensayista, crítica literaria, poetisa, dramaturga, traductora, editora y catedrática. Fue una precursora del feminismo.
Nació en A Coruña en el siglo XIX.

SuperMariana, la guerrera que venció a Alergia

CUENTO: ESTHER PANIAGUA | ILUSTRACIÓN: IDOIA ASENSIO

Había una vez una joven con alma de heroína médica. Se llamaba Mariana Castells, aunque todos la conocían como SuperMariana. Su misión era luchar contra las enfermedades y encontrarles una cura. Por eso estudió Medicina y se hizo científica.

SuperMariana sabía que no podía acabar con todas las enfermedades a la vez. Por eso, eligió luchar contra la malvada Alergia. Esta villana llamada Alergia se dedica a hacer que algunas personas se pongan coloradas, o les pique la piel, o algo peor, por cosas normales como comer tomates, respirar polen, o tomar algún medicamento. Con su ejército, llamado Los Mastocitos, Alergia desprende una serie de sustancias que provocan esas reacciones.

Por suerte, SuperMariana estaba decidida a luchar contra Los Mastocitos. Sobre todo contra los que se encargan de fastidiar a alguien cuando se toma alguna medicina que necesita. Por eso pasó años investigándolos, como toda una superdetective. Los observó con el microscopio, los fotografió y aprendió todos sus movimientos ¡Para vencerlos, tenía que conocerlos muy bien!

Un día, la supercientífica estaba en su laboratorio y descubrió algo: sus enemigos tenían un punto débil.

—¡Ajá! ¡Ya os tengo! —exclamó.

Si introducía en el cuerpo de una persona la misma sustancia que ponía en marcha a Los Mastocitos, pero en una cantidad menor, podía paralizarlos. Es decir, que si la villana Alergia atacaba a alguien cuando se tomaba una medicina, lo único que había que hacer era darle una cantidad mucho más pequeña de esa misma medicina. Así varias veces, aumentando poco a poco la cantidad, conseguía engañar a los Mastocitos y evitar su ataque.

Con estas armas del conocimiento, la supercientífica podía vencer -de forma pacífica- a sus enemigos.

Cuando se lo contó a sus compañeros, a quienes ella admiraba, muchos no la creyeron:

—Su trabajo, jovencita, no tiene ningún interés— le dijeron.

—Eso no es cierto. Con este descubrimiento podemos salvar vidas, y voy a demostrarlo —respondió la investigadora.

En efecto, SuperMariana probó que decía la verdad. Gracias a ella, cientos de personas atacadas por Alergia pudieron curarse. Fue algo tan maravilloso que sus compañeros le pidieron perdón y la felicitaron por su importantísimo trabajo.

Hoy en día, esta superguerrera científica española sigue salvando vidas y sigue investigando, porque la guerra aún no ha terminado y Alergia tiene muchos ejércitos. ¡Que tiemblen todos, SuperMariana al ataque!

Así fue como la científica Mariana Castells, con tenacidad y determinación, consiguió salvar la vida de muchas personas alérgicas al medicamento que podía curarlas y demostró que si crees verdaderamente en lo que haces y no te rindes, puedes conseguir lo que te propongas.

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La protagonista

Mariana Castells

Profesora de Medicina en la Universidad de Harvard. Es especialista en la lucha contra las alergias.
Nació en Barcelona en los años 50.

Carmen Angoloti, una heroína con capa (de enfermera)

CUENTO: CAROLINA JIMÉNEZ | ILUSTRACIÓN: ANABEL LEE

Érase una vez una niña que inventaba aventuras entre las macetas del patio de una casa elegante de Madrid. Carmen no imaginaba que ella misma tendría que ir, años después, a una guerra de verdad, porque lo cierto es que no la educaron para eso.

Carmen leía mucho, rezaba y tocaba el piano y cuando se hizo mayor, viajó por toda Europa. También le encantaba hacer deporte, se subía sin miedo en los primerísimos aviones recién inventados y una vez se tomó un té con la reina en un submarino en el fondo del mar.

Carmen pudo hacer eso porque era Dama de Corte de la Reina Victoria Eugenia. También era su amiga, así que estaba dispuesta a todo por ella. Como Carmen no dejaba nada a medio hacer, no solo ayudó a la reina a fundar hospitales de la Cruz Roja, sino que estudió para ser Dama Enfermera y poder trabajar en ellos.

Pero entonces estalló una guerra horrible en Marruecos. Muchos soldados morían todos los días por las heridas y las infecciones. La reina sabía que Carmen era una excelente enfermera y por eso le confió una difícil misión.

—Carmen, quiero que vayas a África y ayudes en lo que puedas—le dijo.

Así que Carmen cambió los palacios de Madrid por una guerra en unas montañas desérticas. Al llegar a Melilla, se encontró con que el militar que estaba al mando de los hospitales de guerra la recibió con mala cara.

—Este no es sitio para señoras —le dijo.

Pero ella no se rendía fácilmente.

—O con usted o contra usted, es orden de la reina y basta—le respondió con determinación.

En pocas semanas, Carmen y sus Damas Enfermeras organizaron un nuevo hospital y dieron órdenes para que funcionase como habían aprendido en la Cruz Roja.

—El instrumental y las manos de los médicos deben estar relimpios y hay que atender primero a los heridos más graves, aunque sean simples soldados y no capitanes.

Así ayudó a salvar muchas vidas. Carmen no paraba ni un segundo: un día estaba consiguiendo edificios para nuevos hospitales y al siguiente vendaba y limpiaba heridas, transportaba mantas, vigilaba toda la noche a un paciente o iba al frente para evacuar a los heridos. Hasta organizó barcos-hospitales.No tenía miedo ni de las bombas ni de las enfermedades y ponía el corazón en todo lo que hacía.

En una ocasión, durante un ataque, los mandos del ejército le dijeron a Carmen:

—Hay que cerrar el hospital y apagar todas las luces. Somos blanco del enemigo.

—Es durante un ataque cuando más necesitamos actuar. El hospital no cerrará —les respondió.

De ella se dijo que había sido «la única heroína de esa guerra». Como las de los cómics, Carmen fue una heroína con capa y todo: la de su uniforme de enfermera.

Y así fue como Carmen Angoloti, la Duquesa de la Victoria y Dama de de la Reina, se convirtió en una pionera de la enfermería moderna y en la primera mujer en recibir la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar.

“Yo he venido aquí a trabajar todo lo que puedo, pero no a buscar una popularidad que pugna con el respeto que merecen todos esos pobres heridos por España”
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La protagonista

Carmen Angoloti

Duquesa de la Victoria y Dama de la Reina. Se hizo enfermera y coordinó los trabajos de la Cruz Roja en la Guerra del Rif.
Nació en Madrid en 1875.

¡A sus órdenes, mi comandante Bettina Kadner!

CUENTO: LORENA GARCÍA DÍEZ | ILUSTRACIÓN: CLARA MONTAGUT

Todas las niñas de su edad jugaban con muñecas, pero Bettina… Bettina no era como todas las niñas de su edad. Podía pasar horas cada tarde construyendo maquetas de aviones que luego colgaba del techo de su habitación. Ella no soñaba con ser princesa, ella soñaba con volar.

¡Claro que recordaba el día que decidió que lo que más quería en el mundo era subirse a un avión, de los de vedad! Pero no como un pasajero más, no… Lo que Bettina quería era ser ella la que volara, o más bien, la que hiciera volar aquellos aparatos que tanto le gustaban. Aquel día fue la primera vez que acompañó a su madre al trabajo. Su madre no trabajaba en una aburrida oficina, sino en el lugar más fascinante del mundo: el aeropuerto de Madrid. Ese día pudo ver desde muy cerca aquellos increíbles aparatos aterrizando y despegando por la pista a toda velocidad. Desde entonces, lo segundo que más quería en el mundo después de volar, era volver con su madre a ese lugar tan increíble lleno de aviones. Con doce años ya lo tenía claro: de mayor quería ser piloto.

Cuando se lo contó a su madre, al principio vio que ella no ponía muy buena cara, pero después sí, aunque se puso muy seria… Las madres siempre se ponen serias cuando van a decirte algo importante:

—Yo siempre te apoyaré, hija, pero quiero que sepas que conseguir tu sueño no va a ser nada fácil. Vas a tener que esforzarte mucho.

¡Y así fue! Cuando llegó el momento de prepararse para ser piloto, llegaron también los problemas. En aquella época, solo los chicos podían estudiar en la escuela militar de pilotos, la más importante. Pero Bettina no estaba dispuesta a rendirse así que no paró hasta encontrar una escuela que admitiera mujeres. Finalmente lo logró y consiguió su título de piloto, pero sus problemas no terminarían ahí.

Cuando quiso encontrar su primer trabajo como piloto, Bettina tuvo que pelearse con los señores que trabajaban en el Ministerio del Aire para que dejaran pilotar aviones a las mujeres.

Un buen día recibió una llamada de una pequeña y casi desconocida compañía aérea:

—Señorita Kadner, tenemos entendido que sabe usted pilotar aviones muy bien. Sería un honor que se convirtiera en piloto de nuestra compañía.

Su primer vuelo fue a Ibiza. Así Bettina acababa de convertirse en la primera mujer en pilotar un avión comercial en España. Tenía 22 años. Desde entonces ya no dejó de volar. Además, llegó a ser comandante, la autoridad que más manda en un avión. Fue la primera de España y la segunda en toda Europa.

Así fue como Bettina hizo de su sueño su trabajo durante más de treinta años hasta que se jubiló. Hoy su historia inspira a muchas niñas que como ella se atreven a soñar y a luchar por sus sueños.

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La protagonista

Bettina Kadner

Piloto de aviación, fue la primera mujer que en 1969 pilotó un avión de pasajeros en España y en Europa. Tenía 22 años.
Nació en Madrid en 1947.