Las mil vidas (en la sombra) de María de la O Lejárraga

CUENTO: ADRIANA HERREROS | ILUSTRACIÓN: LARA NORIEGA

Es una tarde de finales del mes de diciembre y nieva sobre un valle lleno de bosques de hayas. En este gran valle al norte –en una región que llaman La Rioja, famosa por sus vinos y hortalizas– hay un pueblo, San Millán de la Cogolla; también varias aldeas. A la sombra de su famoso monasterio comienza este cuento.

En esa tarde de finales de diciembre acaba de nacer María de la O Lejárraga, envuelta en copos de nieve. La niña María de la O coge algo de frío al abrir sus ojos por primera vez y llega al mundo siendo friolera.

De espíritu un poco salvaje, nuestra protagonista amará para siempre los bosques de hayas, los montes, las hortalizas y los monasterios.

Un día, siguiendo los pasos del padre Leandro Lejárraga, que era cirujano de profesión, la familia se traslada a vivir a Carabanchel Bajo, en Madrid. En sus calles estrechas, en el piso alquilado, la niña campesina echa de menos el valle.

—Pero, ¿por dónde se sale a la huerta?

—Aquí no hay huerta, María.

—Y, ¿cuándo la traen? ¡Que me traigan la huerta!

Su madre Natividad intenta distraerla y enseña a la pequeña María de la O, por pura diversión y sin obligaciones, geografía, matemáticas, latín, francés y el curioso arte de razonar. Una educación muy diferente a la del resto de niñas.

¿Sabes? Algunas personas viven una vida feliz, pero tranquila, sin cambios; viven la vida que esperan. Otras personas, sin embargo, encuentran varios caminos a lo largo de los años y eligen seguirlos todos; viven muchas vidas en una. María de la O Lejárraga es una de estas personas.

Al cumplir los trece años comienza sus estudios en la Escuela de Comercio, un cole moderno creado por la progresista y nueva Asociación para la Enseñanza de la Mujer. Ahí aprende que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos y practica mucho eso de pensar por sí misma.

Cumple su sueño y obtiene el título de maestra. Al poco, gana su plaza por oposición para las escuelas de Madrid, y empieza su primera vida como maestra en la Escuela Modelo Municipal.

—Voy a montar una gran biblioteca en la escuela y voy a hacer que aprender sea divertido. ¡Verás!

Entonces llega el Modernismo y a María le pica el gusanillo de la literatura. También conoce a Gregorio, un joven poeta, y juntos comienzan a tener ideas, a escribir obras de teatro y a fundar revistas literarias. Empieza su segunda vida como escritora.

María de la O y Gregorio también se casan y pasa algo curioso: esas ideas que tienen entre los dos, incluso las ideas que son solo de ella, aparecen firmadas solo con el nombre de Gregorio.

Hace no tantos años, las mujeres no podían escribir todo lo que les pasaba por la cabeza en libros que luego se vendían en librerías. Era un trabajo que muchos creían destinado a los hombres. Esto era algo tonto y muy injusto. Pero así era.

Con el nombre de Gregorio Martínez Sierra, María de la O escribe muchísimas obras de teatro, zarzuelas, piezas de ballet moderno… estas obras tienen mucho éxito y Gregorio se hace famoso.

—No importa que aparezca solo el nombre de Gregorio. Yo quiero escribir y que todo el mundo lo lea —pensaba María.

Entonces, en un viaje a París conoce al compositor Manuel de Falla. Él le enseña los secretos de la composición y la armonía. Empieza así su tercera vida. María de la O escribe los libretos para obras musicales y se convierte en una elogiada libretista. Siempre en la sombra.

Con la República, participa activamente en política y es una de las principales voces feministas que defienden la igualdad de derechos de las mujeres. Consigue también algo muy importante para una mujer en aquella época: ser elegida diputada. Esa será su cuarta vida.

Después viene la Guerra Civil y María tiene que exiliarse y vivir en otros países ¡Llega hasta a Hollywood! Tiene otra vez muchas ideas y escribe hasta películas. Pero ya no lo hace con el nombre de su marido. Decide usar su propio nombre. Este será el comienzo de su quinta vida, pero eso ya es otro cuento.

Y así fue como María de la O Lejárraga, que vivió y trabajó casi en la sombra, se convirtió en la autora más prolífica e influyente de su generación y en una figura fundamental para la historia cultural española del siglo XX.

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María de la O Lejárraga

María de la O Lejárraga nació en San Millán de la Cogolla, La Rioja, el 28 de diciembre de 1874. Novelista, dramaturga, ensayista, traductora y feminista, escribió las obras con las que su marido, Gregorio Martínez Sierra, alcanzó la gloria. Suyo es, por ejemplo, el libreto de 'El amor brujo', de Manuel de Falla. Sus obras teatrales alcanzaron enorme éxito de crítica y público aunque nadie sabía que la autora era ella.

Anne Hidalgo, la primera alcaldesa de París

CUENTO: ASUN GÓMEZ BUENO | ILUSTRACIÓN: JAVIER TASCÓN

Esta es la historia de una niña que nació en un pueblo de Cádiz llamado San Fernando y que llegó a ser la primera alcaldesa de París.

La historia de Ana, que así se llama esta niña, en realidad empezó mucho antes de que ella naciera.

Era el año 1939. En España había acabado la Guerra Civil y muchos republicanos del bando derrotado huían de España por temor a ser encarcelados. Entre ellos Antonio, el abuelo de Ana.

Antonio cruzó toda España a pie desde Málaga hasta Francia, con su mujer y sus cuatro hijos. El viaje fue muy duro y peligroso, pero lograron llegar todos a salvo a su destino. Desde que llegó a Francia, el abuelo Antonio solo pensaba en volver a su tierra. Le prometieron entonces que, si volvía, le dejarían vivir en paz, así que decidió emprender el camino de vuelta a Málaga.

Pero las autoridades no cumplieron su promesa y en cuanto puso el pie en su tierra le apresaron y le condenaron a cadena perpetua. Así que, los cuatro niños crecieron sin su padre. Uno de esos niños, que también se llamaba Antonio, años después se fue a vivir a Cádiz, y allí tuvo dos niñas: María y la pequeña Ana.

María y Ana crecían felices en el pequeño pueblo de San Fernando junto a sus padres Antonio y María, sin comprender lo dura que en realidad era la vida en la España de postguerra para el hijo de un republicano que estaba en la cárcel.

Antonio, el papá de Ana, no olvidaba el viaje a Francia que hizo cuando era solo un niño. Ese país representaba el sueño de una vida mejor que nunca se cumplió para él y sus hermanos.

—María, —le decía siempre a su mujer— en Francia podremos dar a nuestras hijas una educación y un futuro mejor. Aquí no solo el abuelo Antonio está condenado, estamos condenados todos.

Así que, cuando Ana tenía solo tres añitos, decidieron emigrar a Francia.

Esta vez, el viaje lo hicieron en tren y se instalaron en Lyon, una ciudad muy grande, sobre todo si se compara con San Fernando. No hablaban francés, así que los primeros años no fueron nada fáciles, como no lo es la vida de ningún inmigrante.

El padre de Ana trabajaba como electricista y su madre como modista. Desde pequeñas, les enseñaron a sus hijas que trabajar duro era la manera de mejorar en la vida y siempre les decían:

—Tenéis que estudiar mucho. Trabajando y estudiando, podréis salir adelante y llegar muy lejos.

Y les hicieron caso. María y Ana se convirtieron en dos estudiantes excelentes.

Gracias al trabajo duro, los padres de Ana consiguieron ahorrar algo de dinero y empezaron a ir de vacaciones de verano a San Fernando, un lugar que Ana añoraba mucho, sobre todo por sus primos, el sol, los churros y las tortillitas de camarones.

Pasaron los años y para Ana llegó el momento de decidir qué quería estudiar en la universidad. Ella sabía muy bien lo difícil que era la vida para los trabajadores inmigrantes y tenía, al igual que sus padres y su abuelo, el sueño de mejorar sus vidas. Por eso, decidió hacer la carrera de Derecho y Ciencias Sociales y del Trabajo y después presentarse a un examen muy difícil para ser inspectora de trabajo. Ana logró aprobar y se convirtió en una de las inspectoras más jóvenes de Francia.

Gracias a este trabajo se fue a vivir a París y conoció a Martine, la ministra de Trabajo. Ana trabajó como su ayudante y junto con ella hizo nuevas leyes de igualdad entre hombres y mujeres. De Martine aprendió también que la política sirve para tomar decisiones que pueden cambiar la vida de la gente. Así que Ana supo que en adelante ese sería su camino.

Por eso empezó a trabajar en el ayuntamiento de París. Le encantaba ver cómo su trabajo podía mejorar la vida diaria de muchos de sus vecinos. Le gustaba tanto que un buen día Ana -que ya tenía la nacionalidad francesa y había cambiado su nombre por el de Anne- tomó una importante decisión:

—Me voy a presentar a las elecciones para ser alcaldesa de París.

Era bastante difícil porque si salía elegida, sería la primera mujer en lograrlo, pero Anne lo intentó con todas sus fuerzas. Al final ganó las elecciones y se convirtió en la primera mujer alcaldesa de París.

Anne siempre que puede vuelve a San Fernando, se convierte en Ana y disfruta del sol, el mar, de sus padres y de sus amigos y recuerda los días de veraneo y de juego por los muros, cuando iba a coger cangrejos con su cubo y luego los vendía en la plaza, sin que se enterasen sus padres.

Y así fue como Anne -Ana- Hidalgo, haciendo caso a los consejos de sus padres y estudiando y esforzándose constantemente, ha llegado a convertirse en la primera mujer y la primera inmigrante alcaldesa de París, un trabajo con el que puede luchar para hacer realidad el sueño de una vida mejor para más gente.

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ANNE HIDALGO

Ana María Hidalgo Aleu nació en San Fernando, Cádiz, el 19 junio de 1959. Cuando tenía dos años, su familia​ se trasladó a vivir a Lyon, donde estudió. En 1973 ella y su familia se naturalizaron franceses, cambió su nombre de nacimiento, Ana, por Anne y se trasladó a París. En las elecciones de 2014 se convirtió en la primera mujer alcaldesa de París por el Partido Socialista Francés.

Bibiana Fernández, la niña que nació con cuerpo de niño

CUENTO: MARÍA GARRIDO | ILUSTRACIÓN: MARTA PÁRAMO

Cuando Bibiana nació, la llamaron Manuel. Su cuerpo tenía pito de niño, así que sus padres y también los médicos pensaron que ella era eso, un bebé y no una bebé. Bibiana fue creciendo y sintiendo que había habido una confusión y que ni su nombre ni su cuerpo eran suyos. Ella era una niña y, aunque jugaba a lo mismo que sus amigos del cole, siempre quería pasar el recreo con las demás.

—¿Puedo saltar a la comba con vosotras?

—¿Pero qué dices, Manolito? Aquí estamos solo las niñas. Vete a jugar con los chicos.

Lo único que había en el cuerpo de Bibiana que sí era suyo era el corazón. Era una niña muy, muy buena. Tan sensible y noble que no se enfadaba cuando sus compañeras del cole la rechazaban.

—Claro, ellas piensan lo mismo que los demás, que soy un niño, ¡por eso no les apetece jugar conmigo! —razonaba. Y se iba tan contenta a jugar con los chicos.

Los padres de Bibiana se separaron cuando ella era pequeña y cada uno se fue a vivir a una casa diferente. Durante años, para que ninguno de los dos estuviera triste, ella, que vivía con su padre, comía en el cole y se iba corriendo a comer otra vez con su madre solo para que no estuviera sola.

Como almorzaba dos veces, engordó mucho, tanto que los médicos le decían que tenía un problema de salud y ella respondía:

—¡Pues muy bien! ¡Lo que usted diga! ¡Pero a mí lo que me pasa es que soy una chica, aunque tengo pito!

—Eso no puede pasar, Manolo —respondían los médicos.

—Sí que puede pasar, a mí me pasa. Y no me llamo Manolo, me llamo Bibiana.

Bibiana pasó muchos años diciendo que era una chica sin que nadie la creyera. A veces, incluso se reían de ella por contarlo, pero jamás se avergonzó. Como además de buenísima era muy alegre y decidida se fue a vivir a Barcelona y se hizo artista. Sus amigos comprendieron enseguida que ella era una mujer y, un día, uno le dio un consejo.

—Bibiana, en Londres pueden operarte y convertir tu pito de chico en una vagina de chica, aunque cuesta mucho dinero.

—No tengo mucho dinero, pero ahorraré.

Cuando a Bibiana ya le daba igual que se rieran de ella o no la creyeran, decidió que sí, que quería convertir su pito en una vagina. Se lo contó a todo el mundo y también lo dijo por la tele. Por fin, pudo poner en su DNI que se llamaba Bibiana y no Manuel. Ya nadie podría decirle que ella no era una mujer.

Y así fue como Bibiana Manuela Fernández demostró a los que no la creían que algunas personas nacen con un sexo que no sienten como suyo, que no es una vergüenza ni una enfermedad y con su ejemplo ayudó a que, si a quien le pasa quiere cambiar su pito por una vagina o viceversa, pueda operarse sin ir a Londres ni gastarse dinero. 

 

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BIBIANA FERNÁNDEZ

Bibiana Manuela Fernández Chica nació en Tánger el 13 de febrero de 1954. Actriz, cantante, presentadora de televisión, modelo y tertuliana, comenzó su carrera artística bajo el nombre de Bibi Andersen, que continuó como Bibiana Fernández.

África de las Heras, una espía española en el KGB

CUENTO: MILAGROS MARTÍN-LUNAS | ILUSTRACIÓN: ESTEFANÍA GARCÍA GÓMEZ

África aprendió a leer jugando con el globo terráqueo. Se tapaba los ojos, lo hacía girar y girar, lo paraba en seco con el índice y leía el nombre del lugar que se escondía debajo de la yema del dedo.

—Á-fri-ca, Ru-sia, Sud-a-mé-rica…

Ella había nacido en África, el continente más excitante del mundo. Desde niña supo que aquello no fue una casualidad. Con ese nombre, estaba destinada a vivir grandes aventuras por todo el mundo. Lo intuía, a pesar de saber que lo tenía todo en contra, porque cuando nació, hace más de cien años, en Ceuta, a las niñas se las educaba para encargarse de la casa, casarse, tener hijos y poco más.

África creció rodeada de amor, en una familia acomodada. Iba a un buen colegio, tenía muchos juguetes y no le faltaba nada de nada, pero a la pequeña, lo que más le gustaba era jugar con su hermana Virtudes a ser otra persona: le fascinaba inventarse vidas.

—Virtudes, ¿jugamos a que yo era una espía y tenía un secreto y tú tenías que descubrirlo? —le decía a su hermana mayor.

—África, ese es un juego de chicos. Mejor te llevo a tomar un helado —le contestaba Virtudes.

—Voy, pero que sepas que las chicas también podemos ser espías, detectives o lo que queramos —refunfuñaba la pequeña África.

Cuando se hizo mayor, en España estalló la Guerra Civil.

—¡Yo quiero luchar del lado de los comunistas y defender al pueblo! —Dijo África muy convencida.

Así que se fue a Barcelona donde se unió a otros muchos, algunos llegados desde la URSS, Rusia, la «casa» de todos los comunistas.

África era inteligente, intrépida y tenaz, así que los servicios de espionaje rusos, el KGB, se fijaron en ella:

—Tienes cualidades para ser espía. Te vamos a entrenar para que seas uno de nuestros agentes, ¿estás dispuesta?

—Sí, estoy dispuesta.

—Tu nombre en clave será Patria.

La Segunda Guerra Mundial había estallado. Los nazis, enemigos de Rusia, amenazaban con invadir el país, así que África fue enviada a la retaguardia alemana en Ucrania. Saltó en paracaídas con una pistola, un puñal y dos granadas. Las órdenes que tenía eran indiscutibles. No podía ser capturada viva y todas las pruebas debían ser destruidas antes de que el enemigo las encontrara. Si lograba infiltrarse, su misión era interceptar los mensajes de los alemanes y transmitirlos. Con su pequeño telégrafo, África ayudó a ganar muchas batallas contra los nazis y se convirtió en una heroína en la URSS.

Tras la Segunda Guerra Mundial, África reapareció en París con una nueva identidad y un nuevo nombre: María Luisa de las Heras. Allí se hacía pasar por una elegante modista que se codeaba con la alta sociedad, pero en realidad era una destacada espía del KGB ruso. Robaba importantes documentos para pasarlos a escondidas a la URRS.

En París, el joven y famoso escritor uruguayo Filisberto Hernández se enamoró de África. El KGB dio su consentimiento a la boda. Tenían un objetivo: situar a su agente en Sudamérica. África era tan astuta, que ni siquiera su marido supo nunca que se casaba con una espía soviética.

Cuando se casaron, el matrimonio se trasladó a Montevideo. Desde allí, África, María Luisa o Patria, realizó la labor más importante de su carrera como espía: organizó y dirigió la mayor red de espionaje soviético en América Latina durante la Guerra Fría, una de las épocas más intensas y peligrosas para los espías.

Tras más de veinte años al frente del espionaje soviético en Latinoamérica, África abandonó Montevideo sin que su labor ni su verdadera identidad fueran descubiertas jamás y regresó a Rusia, donde se convirtió en maestra de espías.

Y así fue como África de las Heras, con coraje y astucia, fue la espía más importante del KGB en Sudamérica y una de las pocas mujeres con el rango de coronel, una de las mayores distinciones del ejército ruso.

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ÁFRICA DE LAS HERAS

Nacida en Ceuta el 26 de abril de 1909, África de las Heras fue una militante comunista española nacionalizada soviética y una destacada espía de la KGB conocida como 'Patria' aunque a lo largo de su vida adoptó varios sobrenombres más.

Inma Shara y la batuta mágica

CUENTO: LARA LÓPEZ | ILUSTRACIÓN: IRENE RENEDO

Martina mira muy atenta la pantalla de su ordenador. La mira tan de cerca, que su madre empieza a preocuparse.

—Martina, no te acerques tanto a la pantalla —le dice. Y, como no le hace ningún caso, al cabo de cinco minutos insiste.

—Martinaaaa, que no te acerques tanto a la pantalla…

Y como Martina no parece ni escuchar, se acerca por detrás, sigilosamente, a ver qué mira con tanto interés.

—¿Qué miras? —le pregunta a su hija.

Martina sale de su mutismo sorprendida, como si no la hubiera oído hasta ese momento.

—Mamá —le dice— quiero ser directora de orquesta. Quiero llevar la varita y hacer música.

¿Directora de orquesta?, piensa la madre de Martina haciendo un rápido repaso mental a todas las profesiones en las que su hija ha mostrado interés en el último año: periodista, botánica, pastelera, abogada, científica. Y la que más tiempo le duró, cuando quiso ser bombera, algo que decidió el día en que rescataron al gato de Javi, el vecino de la casa de al lado, que no sabía cómo bajarse del cedro azul.

—¿Directora de orquesta? —pregunta, casi escudriñando la pantalla.

—Mira mamá, esta es Inma Shara. Yo quiero dirigir una orquesta como ella.

La madre de Martina mira junto a su hija las fotografías de una mujer rubia, muy elegante y muy sonriente.

—Parece una princesa de cuento —murmura casi para sí misma.

—No, mamá, es mucho mejor. Es directora de orquesta —dice mientras le enseña una fotografía de Inma recogiendo un ramo de flores entre sonrientes violinistas y otra en la que se la ve, batuta en mano, con los ojos cerrados, como si la música le llegara en forma de chirimiri refrescante.

Martina no para de mostrarle fotografías del blog que parece saberse de memoria.

—Y también compone, mamá, y ha estado en África y ha grabado un disco con cuentos que le podíamos regalar a Olmo. Seguro que le gusta. Mira, se titula La Isla de los sonidos. Salen dos hermanos, como nosotros, que juegan en el taller de instrumentos musicales de su abuelo René.

Martina parece entusiasmada. Su madre la escucha mientras lee «La española Inma Shara dirige obras clásicas de Brahms, Wagner, Rossini, Khachaturian, Tchaikovsky o Bizet, entre otros».

—A tu padre también le podríamos regalar el disco —le dice, y se echan las dos a reír. Al padre de Martina solo le gusta Rosendo.

—Mira, mamá, aquí dice todas las orquestas que ha dirigido, me flipa, es guay. Yo quiero ser como ella.

Y tiene razón. Es guay. La London Philharmonic Orchestra, la Filarmónica de Israel, la Sinfónica Nacional Checa, la Sinfónica Nacional Rusa…. Y sigue leyendo: Roma, Milán, Taiwán…

—No debe de pasar mucho tiempo en casa—vuelve a murmurar casi para sí.

—No te preocupes, mamá. Yo pediría a mi mánager que vinierais todos conmigo. Y lo pondría en el contrato. ¡Sería guay!

¿Mánager? ¿Contrato? La madre de Martina mira a su hija como si no la conociera.

—Pero ¿quién te ha contado todo eso?

El abu, mamá, el abu, que está leyendo un libro muy chulo que habla de una varita mágica con la que Inma encanta a todas las butacas del patio.

Desde el salón llegan las carcajadas del abuelo de Martina.

—El patio de butacas, Martina, el patio de butacas, donde se sienta el público. Y no es una varita, es una batuta—dice muerto de risa, entrando en el cuarto de Martina.

—No, abu, argumenta Martina— Es una varita porque hace magia.

Y su abuelo no tiene más remedio que darle la razón.

—Ochenta músicos tocando al compás de una batuta es verdaderamente mágico—le dice a la madre de Martina.

Y se quedan los tres riendo mientras buscan en Youtube la Sinfonía de los juguetes para ver cómo Inma Shara, una de las pocas mujeres que dirigen una orquesta sinfónica en nuestro país y en el mundo, hace magia con su varita musical.

Y así es como Inmaculada Saratxaga, Inma Shara, con mucha pasión por la música, esfuerzo y disciplina, se ha convertido en una de las mejores directoras de orquesta del mundo.

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INMA SHARA

Inmaculada Concepción Lucía Saratxaga nació en Amurrio, Álava. Todo el mundo la conoce como Inma Shara, su nombre artístico como directora de orquesta. Estudió en el Conservatorio de música de Bilbao y en el de Vitoria, ha dirigido las orquestas sinfónicas españolas más importantes y ha colaborado con algunas de las mejores orquestas del mundo.

Edurne Pasabán, la reina de los Himalayas

CUENTO: OLALLA CERNUDA | ILUSTRACIÓN: ANA MARTÍNEZ LASALA

Érase una vez una niña que soñó con llegar a lo más alto de todas las montañas. Érase una vez una niña a la que dijeron que eso era cosa de niños. Érase una vez una mujer que demostró al mundo entero que nadie puede decirle a una niña lo que puede o no puede hacer. Érase una vez una mujer alpinista llamada Edurne Pasabán.

Edurne nació en Tolosa, Guipúzcoa, en una familia que acostumbraba a salir a la montaña. Y fue con su primo Asier con quien, cuando ambos tenían quince años, descubrió primero la escalada, y después, se fue animando a subir a cumbres más altas. Primero, a las que tenía más cerca de su casa, en el País Vasco y el Pirineo. Luego, llegaron el Mont Blanc, el monte más alto de Europa; el Aconcagua, el más alto de América… y así hasta que la joven Edurne llegó al Himalaya, la cordillera donde se encuentran las montañas más altas de la Tierra.

Allí, Edurne cumplió uno de los mayores sueños de su vida: convertirse en una de las poquísimas mujeres capaces de subir y bajar el Monte Everest, el techo del mundo. Al regresar, tenía una idea fija en la cabeza: conquistar todos y cada uno de los montes de más de 8000 metros del planeta. Tenía veintiocho años.

En la Tierra, solo hay catorce montañas de más de 8000 metros de altura, los colosos del Himalaya, donde los alpinistas tienen que superar grietas, avalanchas y la zona de la muerte: todo lo que pasa a más de 7500 metros de altura, donde el cuerpo humano no es capaz de acostumbrarse a la falta de oxígeno y se va consumiendo poco a poco hasta morir.

Edurne siguió con su plan y escaló cinco de aquellos gigantes en apenas dos meses, hasta que llegó a uno de los más difíciles, el K2, la montaña asesina. Consiguió hacer cumbre también, pero a un precio altísimo: sufrió congelaciones y al bajar le tuvieron que amputar dos dedos de los pies. Después de eso, pensó en abandonar su sueño y quedarse en su casa con un trabajo tranquilo como los demás. Pero aquello no le hacía feliz, así que decidió volver a las montañas y lo hizo con más fuerza que nunca.

Pero resulta que mientras tanto otra alpinista, la coreana Oh Eun-Sun, había decidido conseguir lo mismo que Edurne, así que las dos mujeres empezaron la carrera por ser la primera alpinista en conquistar los catorce ochomiles. Mientras Miss Oh no escatimaba en medios –helicópteros para llevarla de una montaña a otra sin perder tiempo y decenas de sherpas para ayudarla a subir y bajar– Edurne prefería un estilo más íntimo: pequeñas expediciones rodeada de su primo y sus mejores amigos.

Edurne y su equipo consiguieron escalar siete ochomiles más, y cuando estaban escalando el último que les quedaba y a solo unos días de alcanzar la cumbre, Miss Oh anunció que había completado los catorce ochomiles ¡antes que ellos! Aquello fue una malísima noticia para Edurne y su equipo, pero decidieron continuar hasta hacer cumbre.

—Puede que no hayamos sido los primeros, pero nunca olvidaré esta enorme aventura que hemos vivido juntos. —dijo Edurne en la cima de aquella montaña.

Pero esta historia no termina aquí, porque mientras bajaban de la montaña, sucedió algo increíble e inesperado: se descubrió que Miss Oh en realidad no había hecho cumbre en uno de los ochomiles, se había quedado cerca, así que Edurne pasó a ser la reina de los Himalayas: la primera mujer alpinista en coronar los catorce ochomiles.

Y así fue como Edurne Pasabán, con gran pasión y dedicación, se convirtió en la primera alpinista en alcanzar la cumbre de las montañas de más de 8000 metros que hay en el mundo y demostró que las montañas no tienen por qué ser cosa de hombres, sino de cualquiera que las ame.

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Edurne Pasabán

Nacida en Tolosa (Guipúzcoa) el 1 de agosto 1973, Edurne Pasabán es la primera mujer en la historia en coronar los 14 ochomiles (sólo otras 20 personas lo han conseguido como ella). El programa de TVE 'Al filo de lo imposible' la acompañó en sus últimas ocho ascensiones. La alpinista, que estudió ingeniería técnica industrial, reside en Barcelona, donde imparte conferencias sobre superación personal en la escuela de negocios ESADE y entrena tres o cuatro horas al día en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat.

Loreto Sesma, poesía y una corona de laurel

CUENTO: LORETO SESMA | ILUSTRACIÓN: TERESA MÉNDEZ

Érase una vez una niña que decidió nacer un lunes de octubre a las tres de la tarde con los mofletes inflados como una ardilla y los ojos abiertos como ventanas. La llamaron Loreto, que significa «laurel», una plantita que le ponían en forma de corona a los poetas como recompensa a sus logros en la antigua Roma. Y también, cosas del destino, es la imagen que representa a los periodistas, carrera que más tarde terminó estudiando.

Dicen que lo primero que hizo fue llorar, como todos los bebés, y al segundo se puso a hablar. Todo el mundo la miraba asombrado.

—¡Pero cuántas cosas quiere contar esta niña!

Loreto Sesma creció siendo muy flaquita y le encantaba leer libros de historias fascinantes. Su manera de entender la vida fue a través de las palabras, de las comas, de las rimas y de los puntos suspensivos… Era una niña a la que le encantaba cantar y bailar y nunca le faltaba una sonrisa, un verso y una canción en la memoria. Sin embargo, Loreto sentía algo muy dentro de ella que no la dejaba tranquila. Era una sensación muy extraña que no conseguía explicar. ¿Qué era aquello? Preocupada, le preguntó a su madre:

—Mamá, creo que estoy malita.

—¿Qué te ocurre, cielo? —le contestó mientras le tocaba la frente para comprobar si tenía fiebre.

—Es como por aquí… —dijo Loreto tocándose la tripa— o por aquí… —y subió las manos al corazón.

—¿Pero, te duele?

—No… Es raro, muy raro. Palpita, acaricia y salpica. No sé bien qué es.

Aquella sensación se repitió en otras ocasiones, pero ya no dijo nada porque había comprobado que la tirita que le puso aquel día su madre tampoco la había hecho desaparecer y simplemente aprendió a convivir con ese sentimiento que le hacía sentir tan diferente como especial.

Cuando tenía nueve años estaba en lo alto de una montaña viendo el paisaje. Enfrente tenía un mar que se comía el horizonte, y miles de gaviotas volaban por el cielo. Entonces, se iluminó en ella una idea y se despejó una duda. No era dolor, no estaba enferma. Nunca fue fiebre. Simplemente sentía algo dentro: ese algo era el corazón. Cerró los ojos bien fuerte e intentó escucharlo. Al principio solo oía un «pum, pum, pum»; pero luego comenzó a entender lo que le decía. Entonces, cogió un papel y empezó a escribir, a poner palabras a su ritmo cardíaco. Y así escribió su primer poema. Así empezó a crecer. Aunque al principio le hacía sentirse un poco rara, siguió haciéndolo guiándose únicamente por el tacto invisible de sus emociones.

En una ocasión, cuando Loreto ganó un premio de poesía, su familia le regaló una corona de laurel. Porque ellos ya sabían que llegaría un momento en el que el significado de su nombre sería la luz de su camino. ¡Cosas de padres!

Es difícil verla porque está siempre viajando por todo el mundo recitando poesía y haciéndosela llegar a mucha gente, pero si la ves, dile que tú también puedes escucharlo.

Cierra los ojitos y escúchalo: «pum, pum, pum…» ¿Qué es lo que tu corazón quiere contarte?

Y así es como Loreto Sesma se ha convertido en una joven poetisa que ha llegado a publicar cuatro libros ¡con solo veintidós años! y ha recibido el Premio Internacional de poesía Ciudad de Melilla.

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Loreto Sesma

Nacida en Zaragoza el 14 de Octubre de 1996, Loreto Sesma es poetisa. A los nueve años ya escribía canciones y desde hace seis recita sus poemas en YouTube. En 2017 consiguió el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla con 'Alzar el duelo'. Ella misma ha escrito el cuento que recoge su historia.