Elena Asins y el alma de las máquinas

CUENTO: MYRIAM GONZÁLEZ | ILUSTRACIÓN: MARTA GALLEGO RUIZ

Desde muy pequeña a Elena le gustaba crear con su mente y con sus manos: escribía, pintaba, dibujaba o tocaba el piano. Pero Elena no era una persona como las demás y con el tiempo, la inspiración empezó a llegarle a través de cosas que la mayoría consideraba raras y excéntricas, como las matemáticas o la geometría.

Poco a poco, Elena empezó a relacionarse con otras personas que tenían intereses como los suyos. Un día, cuando era ya una estudiante de la Escuela de Bellas Artes, llegó al Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid y allí vio por primera vez el aparato que le cambiaría la vida para siempre: una computadora.

Lo que Elena había visto por primera vez en realidad era un ordenador, pero uno de los de hace más de cincuenta años. En aquella época, los ordenadores eran unas máquinas que ocupaban muchísimo espacio. Las habitaciones donde se instalaban eran enormes y estaban llenas de cables, placas y chips.

Con aquellas computadoras se podían hacer muy poquitas cosas, pero algunos jóvenes investigadores pensaban que esas colosales máquinas llegarían a revolucionar y cambiar el mundo ¡Y tenían razón! Elena conoció a alguno de estos expertos y eso le ayudó a encontrar en esos gigantes cacharros un filón de ideas nuevas.

—Voy a hacer arte generado por ordenador —pensó entusiasmada.

Para poder aprender todavía más sobre estas máquinas decidió viajar a París, Alemania y Estados Unidos, donde las computadoras eran más comunes que en España. Aún así, no fue fácil. Cuando se presentó a una beca para estudiar sobre estas nuevas tecnologías en una prestigiosa universidad americana el jurado le preguntó:

—¿Para qué quiere una artista una máquina?

—¿Cómo que para qué? —pensó Elena—¡Pues para entender el mundo!

Aunque aquellos señores no pudiesen entenderlo, ella la necesitaba. Todos estos impedimentos no la frenaron y durante años creó un montón de obras de arte en las que volcó todo aquello que había aprendido.

Aquellas máquinas llegaron a ser para ella algo fundamental y solía bromear sobre ello:

—Las máquinas tienen su almita, su manera de interpretarte y de hablarte. Yo a mi ordenador también le hablo y le llamo de todo.

Los trabajos de Elena Asins no tiene mucho color. Solo líneas y formas geométricas de una perfección matemática, y algunos están casi vacíos.

No fue pintora ni escultora ni escritora y fue todas esas cosas a la vez: sus obras son cuadros, y también poemas visuales, instalaciones y esculturas de formas puras y enigmáticas.

No son muy sencillas de entender, porque no lo muestran todo y buscan la esencia de las cosas, del alma y del mundo… tratan sobre álgebra, geometría y secuencias matemáticas, pero también sobre filosofía y sobre los mitos antiguos y la prehistoria.

Fue tan radical y experimental en esa búsqueda, que su trabajo no era muy conocido y, lo que es peor, no demasiado apreciado. Elena tuvo muchas veces la sensación de que nadie la entendía:

—Soy un poco bicho raro, pero voy a seguir haciendo lo que me gusta. Lo que me pide mi cuerpo y mi alma.

Y se fue a vivir a un pueblo de Navarra, lejos de todo y rodeada de naturaleza para poder dedicarse plenamente a su trabajo. Aquel paisaje sombrío le encantaba porque le ayudaba a concentrarse.

Pasaron los años y cada vez más jóvenes artistas y críticos de arte empezaron a ver que su obra era realmente brillante. Ya mayor, cuando llevaba cerca de veinte años viviendo en Navarra, empezaron a llegarle los premios. Hasta el Museo Reina Sofía le dedicó una exposición en la que se reunían sus trabajos más importantes. Ella agradeció todos estos premios, pero también dijo que quizás habían llegado “un poquito tarde”.

Elena era generosa y amaba el arte, así que, pese a todo, antes de morir decidió que quería que sus trabajos pudiesen ser apreciados por todo el mundo. Por eso donó toda su obra al Museo Reina Sofía, donde ahora existe una sala dedicada exclusivamente a ella.

Y así fue como Elena Asins, con gran perseverancia y esfuerzo, consiguió crear de una forma única y al margen de las modas una obra artística que hoy se considera una de las pioneras del arte asistido por ordenador en España.

COMPARTIR ESTE CUENTO

Nacida en Madrid en 1940, Elena Asins fue artista plástica, escritora, conferenciante y crítica de arte. Fue una de las primeras creadoras españolas en utilizar la tecnología como aliada del arte. Falleció en la localidad navarra de Azpíroz el 14 de diciembre de 2015.

Caterina Llull i Sabastida, la primera comerciante del Mediterráneo

CUENTO: MARINA SANMARTÍN | ILUSTRACIÓN: ANA MARTÍNEZ LASALA

Hace mucho, mucho tiempo, tanto que aún faltaban unas décadas para que Colón emprendiera su imprevisible viaje a América, nació en Barcelona Caterina Llull. La pequeña Caterina tenía tres hermanos y una hermana, Joana; y aunque no era muy frecuente que en aquella época se enseñara a leer y escribir a las niñas, los padres de Caterina y Joana sí quisieron que sus hijas aprendieran; gracias a ello, las dos hermanas, que estaban muy unidas, pudieron mantenerse en contacto por carta durante toda su vida.

Cuando se hicieron mayores, ambas hermanas se casaron, pero Caterina, cuyo esposo Joan Sebastida era mercader y funcionario real en Sicilia, se fue a vivir a la ciudad de Siracusa.

Caterina tuvo cuatro hijos, un niño y tres niñas, y se convirtió en una mujer resuelta y con una facilidad para la contabilidad que aprovechaba para gestionar las cuentas del hogar. Cuando era pequeña, también le habían enseñado a contar y esto le ayudó mucho en su vida.

Cuando su esposo falleció y la dejó sola con sus cuatro hijos y el negocio familiar, una de las primeras cosas que ella hizo fue escribirle una carta a Joana en la que le explicaba lo siguiente:

—Querida hermana, ¡qué difícil es abrirse paso siendo mujer en el mundo del comercio, que se mueve entre la acción de los hombres y la acción de Dios!

Joana le respondió:

—No te rindas, Caterina, tú eres una mujer valiente y lista, conoces bien el mundo de las mercaderías. Siempre te ha gustado. Estoy convencida de que muy pronto serás la mejor comerciante del Mediterráneo.

Caterina leyó las palabras de Joana y, al darse cuenta de que su hermana tenía razón, decidió que le haría caso, inspiró hondo, apretó los puños y se dijo a sí misma que, aunque tenía miedo, no se daría por vencida porque quizás en eso consistía ser valiente: no en no tener miedo, sino en ser capaz de enfrentarlo.

Caterina, incansable, defendió sus derechos en toda clase de tribunales e incluso a veces delante de la reina Isabel. Además, siguiendo el ejemplo de sus padres y sabiendo lo importante que había sido para ella, se encargó de enseñar a leer, a escribir y a contar a sus hijos e hijas.

Y así fue como Caterina Llull i Sabastida logró convertirse en la primera mujer mercadera del Mediterráneo, gestionando importantes operaciones comerciales entre Barcelona y Sicilia durante el último cuarto del siglo xv.

COMPARTIR ESTE CUENTO

Caterina Llull i Sabastida

Nacida en Barcelona en 1440, Caterina Llull i Sabastida, mercader y empresaria, asumió los negocios de la familia a la muerte de su marido y emprendió largos pleitos para hacer valer sus derechos y los de sus hijos sobre los bienes y títulos que le confió su esposo.

Carme Ruscalleda, la cocinera que transformó las chacinas en estrellas

CUENTO: AINHOA MURGA GONZÁLEZ | ILUSTRACIÓN: BEATRIZ CUESTA

Carme nació en Sant Pol de Mar, un pueblo costero muy cerquita de Barcelona. Desde pequeña, como era una niña curiosa e inquieta, disfrutaba de la belleza de la zona en la que vivía, El Maresme. Unos días corría por la larga playa donde vivía, con aguas azul verdosas y gaviotas graznando a cada paso. Otros, se maravillaba con los colores de los campos donde los agricultores hacían crecer las fresas que tanto le gustaban, los tomates y un montón de verduras y frutas más.

A Carme estos colores le inspiraban grandes cuadros y por eso quería ser una gran artista bohemia. Pero en los años 60, cuando ella era pequeña, a las niñas no les preguntaban qué querían ser de mayor. Así que Carme, que había crecido ayudando a sus padres en la charcutería que tenían, se fue a estudiar cómo se preparan los embutidos para seguir trabajando en la tienda.

Pero trabajando entre chorizos y salchichones se dio cuenta del poder oculto de las chacinas:

—¡Con la comida también se puede hacer arte!

¡Chis! ¡Chas! ¡Chis! ¡Chas!, sonaban sus cuchillos mientras los afilaba animada pensando en nuevas recetas para hacer embutidos aún más ricos. ¡Butifarras de colores!

Por esta época ya se había hecho mayor y se había casado con Toni, su novio. Toni era también de su pueblo y hacían un gran equipo. Juntos transformaron el negocio familiar en un colmado más moderno donde vendían también comida para llevar.

Y Carme descubrió que se le daba muy, muy bien pensar en nuevas maneras de combinar ingredientes y fue experimentando con distintas recetas. Fíjate, a ella tampoco le gustaban las habas cuando era pequeña. Por eso, de mayor, un día pensó:

—¿Y si le ponemos también unos guisantes, unos ajos tiernos y un pellizco de menta?

Et voilà! ¡Una delicia!

Desde el escaparate de su tienda, Carme y Toni veían un viejo edificio que llevaba un tiempo cerrado. Era grande, tenía jardín y vistas al mar y pensaron:

—¿Y si lo compramos y abrimos ahí nuestro restaurante?

Al principio, la idea parecía una locura. Pero Carme lo tenía claro:

—Vamos a intentarlo y si no sale bien, ¡volvemos a la tienda y ya está!

Los padres de Carme les ayudaron a comprar el edificio y a poner en marcha el restaurante, al que llamaron Sant Pau. Al principio fue difícil, ¡cómo atravesar un desierto al sol! No tenían casi clientes y estaban solos ellos dos para hacer de todo: desde cocinar a atender las mesas y lavar los cacharros, pero no perdían la ilusión.

Carme nunca fue a una escuela de cocina. Aprendió a cocinar ella sola, experimentando e inspirándose en la naturaleza que tanto ama. Se inspiraba en los colores del campo y del Mediterráneo y los combinaba con carnes y pescados para cocinar platos únicos.

Los platos que imaginaba y llenaba de color gustaron tanto que la gente empezó a viajar desde los lugares más dispares del mundo para visitar su casa frente al mar y probar sus recetas. Y estaban tan buenos que en el cielo de los grandes cocineros se encendieron ¡una! ¡dos! ¡y hasta siete! estrellas con su nombre: Carme Ruscalleda.

Un día, llegó al Sant Pau un señor que venía de Japón. Comió y bebió lo que Carme preparó y, sin remedio, se enamoró de esos sabores. El señor Shimoyama, que así se llamaba, les dijo a Carme y a Toni:

—Quiero tener un restaurante así en Tokio.

Ellos no le hicieron mucho caso, pero el señor Shimoyama volvió una y otra vez hasta que les contagió la ilusión y se lanzaron a abrir un Sant Pau… ¡en Japón!

Carme tiene dos hijos y desde pequeños les ha enseñado a cocinar y también a comer, todos juntos en familia, sin tele ni móvil. Para Carme, lo que comemos es una forma de unir a las familias y a la gente que vive en distintos países. El estómago tiene ese súper poder: nos enseña a respetar y disfrutar de las tradiciones y alimentos de distintos lugares del mundo.

Después, y por si dos restaurantes fueran poco trabajo, el hijo de Carme y Toni quiso seguir los pasos de su madre y ser cocinero. Así que abrió sus puertas el tercer restaurante con sello Ruscalleda, esta vez en Barcelona.

Y así es como Carme Ruscalleda ha logrado ser una de las mejores cocineras de todo el mundo, porque ha enamorado con su cocina que conecta la modernidad con la naturaleza y las tradiciones. Su manera de pensar y de cocinar ha hecho que gane siete estrellas Michelin, que son los Óscar de los chefs, y otra decena de premios.

COMPARTIR ESTE CUENTO

Carme Ruscalleda

Nacida en San Pol de Mar en 1956, Carme Ruscalleda es la cocinera española con más estrellas de la Guía Michelín. Sus platos, basados en la cocina tradicional catalana, se mezclan con técnicas culinarias japonesas que adapta al estilo y los productos de su tierra. Cuenta con numerosos reconocimientos a su labor.

Isabel Quintanilla, la pintora del vaso de cristal

CUENTO: RAQUEL RODRÍGUEZ | ILUSTRACIÓN: NURIA GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

En el taller de Isabel siempre hay mucha luz. Puede venir del sol o del enchufe. Es pintora y tiene pinceles, lienzos, botes de pintura y caballetes por todas partes. Y también mandarinas, flores, frascos de colonia, platos y cucharas, una sandía partida en trozos y un vaso de cristal grueso, de esos que duran toda la vida.

¡Ah, se me olvidaba! Isabel pinta las cosas tal como las ve: en sus cuadros una pera es como una pera de verdad, tiene el mismo tamaño, color y brillo. Es la mejor pintora realista del mundo mundial.

El otro día, Isabel se despertó muy temprano. En su taller estaba todo revuelto y los cuadros que llevaba años pintando estaban en blanco. Las flores, frutas y objetos que tanto esfuerzo le costó dibujar habían desaparecido de los lienzos. Isabel se quedó pálida. Se restregó los ojos y se pellizcó los brazos para comprobar que no era un sueño. ¿Quién había borrado sus cuadros? Solo el vaso de cristal se había quedado quieto en su lienzo.

—¿Qué ha pasado? ¿dónde están todas las cosas que he pintado? —le preguntó Isabel al vaso.

—No lo sé. Esta mañana, cuando el sol todavía no había salido, escuché murmullos y vi como el melocotón, la coliflor y la jarra salían del lienzo y se escapaban de casa. Del resto no tengo noticias, respondió.

Resulta que el membrillo se había marchado a una frutería del barrio, el ramo de espinacas se perdió en el súper, el plato sopero se camufló en una estantería de un centro comercial y el frasco de colonia se coló en un escaparate…

—Pero ¿por qué? —se preguntaba Isabel— ¡Con lo bien que los había pintado!

Los días pasaban y los cuadros seguían en blanco. El vaso de cristal también se puso triste. Se sentía solo. Isabel lo había pintado lleno de agua, pero se iba vaciando poco a poco como si fuesen lágrimas que se evaporan.

En la ciudad, el membrillo se sentía raro en la frutería porque mucha gente lo tocaba, pero siempre lo volvían a dejar en la misma caja. Al ramo de espinacas le ocurría lo mismo. El plato sopero pasaba las horas muertas junto a otros platos iguales, nadie era capaz de distinguirlos. Y el frasco de colonia se aburría de ver pasar gente todo el día sin que nadie lo reconociera.

Una semana después, Isabel miraba por los enormes ventanales de su habitación cuando, de repente, sonó el timbre. La pintora bajó corriendo a abrir la puerta y allí se encontró al melocotón, la coliflor y la jarra; al membrillo, las espinacas, el plato y el frasco de colonia. Isabel se puso muy contenta. Subieron todos juntos y cada uno eligió en qué cuadro meterse. El vaso de cristal, de esos que duran toda la vida, volvió a llenarse.

Y así fue como Isabel Quintanilla siguió pintando bodegones con objetos comunes y corrientes de la vida cotidiana y siguió jugando con su luz y sus texturas para reflejar toda la verdad que hay en las cosas de la gente sencilla.

COMPARTIR ESTE CUENTO

Isabel Quintanilla

Nacida en Madrid en plena Guerra Civil, Isabel Quintanilla murió en octubre de 2017. Formó parte del grupo conocido como 'Nuevo Realismo Español'. Durante largo tiempo fue una pintora ignorada en España, pero muy reconocida en países como Alemania, donde vendió gran parte de sus bodegones y donde era respetada. 'El vaso' es una de las obras más conocidas de esta artista de gran talento técnico.

María Teresa León, la niña de ojos grandes que se cayó en una sopa de letras

CUENTO: ITXASO RECONDO | ILUSTRACIÓN: BEATRIZ MENÉNDEZ @voilailustracion

Érase una vez un plato de sopa en el que una niña de enormes ojos jugaba a pescar letras con una cuchara.

–¡María Teresa, otra vez eres la última en comer, estás castigada! –le gritó muy enfadada la monja que cuidaba el comedor del colegio.

–Lo siento, pero es que estoy escribiendo con las letras de la sopa –respondió María Teresa sin levantar los ojos del plato.

–¿Y qué es eso tan importante que escribes? –le preguntó la monja con un tono socarrón.

–Escribo la palabra más importante del mundo, la que nadie debería olvidar: LI-BER-TAD.

Y nada más pronunciarla, cogió el plato con las dos manos, se lo acercó a la boca, y de un solo trago se tomó la sopa.

Aquella palabra que tanto le gustaba la aprendió en casa de sus tíos, Ramón Menéndez Pidal y María Goyri. Los dos estudiaban y leían mucho y tenían una gran biblioteca. María Teresa se pasaba días enteros en aquella casa que olía a papel. Admiraba mucho a su tía, María Goyri, porque había sido la primera española que se doctoró en Filosofía y Letras.

–Yo quiero ir a la universidad como mi tía María y ser escritora –protestaba a menudo María Teresa en el colegio.

Como no se callaba casi nada de lo que pensaba, las profesoras se enfadaban mucho con ella y al final la echaron del colegio. Sus tíos más bien se alegraron, pero a sus padres, en cambio, no les hizo ninguna gracia, así que decidieron irse de Madrid a otra ciudad, a Burgos, para ver si a la niña se le iban esas ideas de la cabeza.

Pero en Burgos María Teresa no se curó de querer ser escritora y, para poder escribir sin miedo se puso un nombre de mentira, Isabel Inghirami, una heroína de un libro que le gustaba mucho.

–Ahora nadie me prohibirá contar lo que pienso –se decía a sí misma recordando su palabra favorita de ocho letras.

¿Recuerdas qué palabra era?

(¡LIBERTAD!)

En Burgos le pasaron muchas más cosas. Conoció a un profesor de universidad y al poco tiempo se casó con él. Entonces solo tenía diecisiete años, era casi una niña, pero sus padres pensaron que a lo mejor así dejaría de escribir cosas raras.

Al poco de casarse, fue mamá de un niño, Gonzalo. Y a los cinco años nació su segundo hijo, Enrique. Ella los quería muchísimo, les cantaba canciones y les leía muchos cuentos, algunos escritos por ella. Pero María Teresa quería estudiar más, conocer a gente que le enseñara historia, literatura, ciencia…

–En Burgos no aprendo nada. Tengo que irme de aquí –le dijo muy triste un día a su marido.

–Si quieres irte, lo harás tú sola, sin mí y sin los niños –le respondió su marido muy enfadado.

–Eso es lo que más me duele –le dijo ella. Y se echó a llorar–. Pero voy a seguir mi camino. Cuando los niños se hagan mayores les explicaré lo que ha pasado.

En aquella época, las mujeres no podían divorciarse de sus maridos, y si lo hacían, por la razón que fuera, perdían a sus hijos.

Por fin volvió a Madrid. Empezó a visitar bibliotecas, a conocer a otros escritores y escritoras, a ir al teatro, a visitar a sus tíos, a inventar historias… Un día le presentaron a un poeta andaluz; se llamaba Rafael. Al saludarse, él exclamó con acento de Cádiz:

–¡Tus ojos son dos luceros! ¿Me dejarás bañarme en ellos?

El poeta era Rafael Alberti, y quería ligar con ella. Así que le empezó a recitar versos y versos y más versos hasta que la luna se quedó sopa, las estrellas bostezaron y por las calles de Madrid solo corrían los gatos. Medio dormida, María Teresa le explicó:

–Yo también escribo cuentos, obras de teatro, novelas… Soy escritora, me moriría sin escribir.

–¡Qué bien!, porque podremos trabajar juntos e iluminaremos el mundo con nuevas ideas.

–Bueno, tú ya deslumbras, Rafael, das tanta luz como un cometa. Yo a tu lado podría ser la cola del cometa –apuntó María Teresa.

A partir de aquí, el cuento se convierte en el cuento de los dos escritores. Juntos aprendieron, juntos publicaron libros, juntos viajaron por un montón de países, juntos apoyaron a los soldados republicanos en la guerra civil española, juntos protegieron de las bombas los cuadros del Museo del Prado, juntos descubrieron el comunismo y juntos se fueron al exilio, juntos tuvieron una hija, Aitana… Juntos vivieron toda la vida y se quisieron mucho.

Rafael se hizo muy famoso. En cambio, María Teresa, que escribía tanto como él, vivió a su sombra, ayudando al poeta con su trabajo, cuidando de su hija, cuidando de que nada les faltara.

¡Eso significaba ser la cola del cometa! Estar a la sombra. Porque poco a poco a María Teresa León, que era su nombre completo y como firmaba sus libros, la empezaron a llamar simplemente «la mujer de Alberti», a pesar de que ella escribía muchísimo y muy bien: obras de teatro, guiones de cine, cuentos, ensayos, novelas…

Un día, mientras Rafael daba las últimas pinceladas a un cuadro, María Teresa, que había empezado a olvidarse de muchas cosas por culpa del Alzheimer, le dijo:

–Tengo ganas de comer sopa, de esa sopa de letras que nos daban en el colegio.

–¿Cómo puedes acordarte de esa sopa si ya no te acuerdas de casi nada? –exclamó sorprendido Rafael.

–Yo soy mujer de letras, Rafael, por eso escribo todos los días de mi vida. No lo olvides nunca, aunque yo me esté olvidando de mí misma. Quiero buscar de nuevo las letras de mi palabra favorita porque echo de menos aquel sabor.

Y así fue como María Teresa León, escribiendo todos los días de su vida, hizo realidad su sueño de ser escritora. Formó parte de la generación del 27 y se convirtió en un referente de la cultura española en el exilio.

COMPARTIR ESTE CUENTO

María Teresa León

Mª Teresa León nació en Logroño en 1903 y murió en Madrid en 1988. Vivió 40 años en el exilio. Es autora de más de 20 libros de diverso género: cuento, teatro, novela, ensayo, biografía y guion para cine y radio. Los últimos años de su vida sufrió Alzheimer.

Dolors Aleu, la primera licenciada en Medicina

CUENTO: ARANTZA COULLAUT | ILUSTRACIONES: ÓSCAR TORRAS

Metro de Madrid. En la actualidad.

 

¡Hola tía!

¡Hola!

¿Qué haces?

Buscando información sobre Dolors Aleu.

¿Cómo os imagináis a la primera mujer médico?

No sé… Yo creo que con ganas de curar a muchas personas, valiente y amable…

Pues yo me la imagino como una científica.

1869. Barcelona

Papá, quiero ser médico.

Dolors, tendrás que ir a la Universidad, rodeada solo de hombres, va a ser una época muy difícil.

Lo sé, pero es mi sueño.

  1. Barcelona.

Me miran mal, pero lo conseguiré. Las mujeres también podemos ser médicos, como los hombres.

El catedrático Joan Giné y Partagás…

Antes de comenzar la clase, quiero dar la bienvenida a nuestra facultad a la alumna Dolors Aleu.

  1. Barcelona.

He terminado Medicina, pero no me dejan leer la tesis en Madrid. Creo que voy a abandonar.

No, no voy a abandonar. Quiero tener mi consulta y ser una médico brillante.

¡Lo conseguiré!

  1. Barcelona.

Lo he logrado, profesor.

Me alegro mucho. Ganan la Medicina y las personas. Eres una médico brillante, Dolors.

  1. Barcelona. Consulta de la Doctora Dolors Aleu.

Hola, doctora. Muchas gracias por recibirme.

Hola, ¿qué tal se encuentra?

Centro Socio Sanitario Putget-Dolores Aleu. En la actualidad.

Tía, ¡mira lo que acabamos de encontrar en el móvil! El centro de Dolors es chulísimo y pone que curan a muchísimas personas…

Y así fue como Dolors Aleu se convirtió en la primera mujer licenciada en Medicina de España y la primera en ejercer como ginecóloga y pediatra en su consulta de Barcelona durante más de veinticinco años.

COMPARTIR ESTE CUENTO

Dolors Aleu

Nacida en Barcelona el 7 de abril de 1857, Dolors Aleu i Riera fue la primera licenciada en Medicina en España y la segunda en alcanzar el título de doctora. Especializada en Ginecología y Pediatría, llevó una vida profesional muy activa durante 25 años y fue autora de textos de carácter divulgativo, orientados a mejorar la calidad de vida de las mujeres, especialmente en el ámbito de la maternidad.