María de Estrada, la conquistadora de México

CUENTO: ANGÉLICA RUIZ Y CRISTINA CAMPO | ILUSTRACIÓN: LUPE CRUZ

Había una vez una niña que vivía en Sevilla y que tenía diez años cuando Cristóbal Colón llegó a América.

—¡Oh no, abuela!, ¡otra vez la misma historia de Cristóbal Colón no!

—Esta no es una historia como las demás. Tened un poco de paciencia… como iba diciendo:

Aquello cambió la vida de su ciudad, que se convirtió en el puerto más grande de Europa. De allí empezaron a salir barcos con tripulaciones dispuestas a arriesgar su vida para conquistar el Nuevo Mundo.

María y los demás chavales y chavalas escuchaban a los marineros que volvían de allá contar las historias de sus aventuras.

—Hoy ha llegado a puerto un barco desde las Américas, Cuentan que han visto islas increíbles, llenas de animales exóticos, con plantas y árboles que nadie había visto antes y ¡con minas de oro!

Todos los niños soñaban con conocer el otro lado del Atlántico. Y María, que no tenía miedo al mar, empezó también a imaginar el modo de poder viajar a esos lugares, así que en cuanto creció se embarcó rumbo a Cuba. No había muchas mujeres que lo hubieran hecho antes que ella, pero a María no le importó.

—¿Por qué las mujeres no lo hacían, abuela?

—Pues porque en aquellos tiempos se suponía que los hombres eran los únicos valientes y capaces de hacer algo así.

—Ya… lo típico. Sigue abuela, ¿qué pasó después?

Llevaba unos cuantos años en aquella maravillosa isla y era muy feliz, pero el deseo de aventura permanecía intacto en ella, como cuando era niña. Un día, supo que se estaba organizando una expedición para conquistar una nueva tierra. No se lo quiso perder y buscó a la persona que iba a estar al mando, el capitán Hernán Cortés, para decirle que podía ayudarle.

—He sabido de su expedición y quiero embarcarme con vos. —dijo María con determinación.

—Mi tripulación ya está formada, no hay sitio para nadie más—respondió Cortés.

—¡Pues vaya! ¡Qué tío más tonto!

María no se dio por vencida y siguió insistiendo. Como además ya era famosa en la isla entera por su valentía, Cortés finalmente accedió.

De Cuba partieron once barcos con quinientos cincuenta hombres y tan solo doce mujeres. Llegaron a tierra y, asombrados, vieron que estaba habitada por un avanzado imperio: los aztecas. La expedición de Cortés se encaminó hacia la capital, Tenochtitlan, el antiguo nombre de Ciudad de México. Cuentan las crónicas, que son como cuentos de historias de verdad, que en el camino María luchó «valerosamente con más furia y ánimo que los hombres» y que cuando los demás soldados descansaban, María curaba a los heridos.

Al llegar por fin a Tenochtitlan, la guerrera quedó admirada con la impresionante vista: canales, avenidas, puentes, templos, palacios, mercados. Ni los más veteranos, que conocían ciudades como Venecia o Constantinopla, habían visto nunca nada tan grande ni tan bonito.

Los aztecas no se iban a dejar conquistar tan fácilmente, así que se sublevaron contra las tropas de Cortés para defender su imperio. Todos sabían que la lucha sería feroz y el capitán quiso mantener a salvo a las mujeres, pero María protestó:

—Capitán, no es bueno que las mujeres dejen solos a sus maridos yendo a la guerra; dónde ellos murieron moriremos nosotras.

María luchó de nuevo con su espada y un escudo y junto a sus compañeros conquistó definitivamente Tenochtitlan.

—¿Pero no murió, verdad abuela?

—No, vivió muchos más años y siguió siendo una mujer conocida y respetada por todos. En recompensa a sus servicios fue nombrada por Hernán Cortés encomendera de varias ciudades y llegó a fundar otras. Pero, sobre todo, su historia demuestra que los hombres no fueron solos a América. ¿Os ha gustado este cuento?

—Bueno, no ha estado mal. Por cierto, abuela, si alguna vez quieres contarnos otro cuento como este, no nos importará mucho…

 

Y así fue como María, intrépida y valiente, se convirtió en soldado y participó activamente en la conquista de México, algo impensable para una mujer de su época.

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La protagonista

María de Estrada

Fue una mujer soldado española que participó en la conquista de México junto a Hernán Cortés en el siglo XVI.