Jurdana de Irisarri, la bruja buena

CUENTO: ANGÉLICA RUIZ | ILUSTRACIÓN: JORGE ESTEBAN

¿Acaso pensáis que las brujas no existen? Os voy a contar un cuento de una bruja que sí existió. Hace muchos, muchos años en un país no muy lejano, en el reino de Navarra, vivió una niña que se llamaba Jurdana.

Jurdana conocía todas las plantas y árboles de los bosques. Se sabía sus nombres y para qué servía cada raíz, cada hoja, cada fruto y cada tallo. En aquellos años no había medicinas y las hierbas eran lo más parecido. Unas calmaban el dolor de muelas, otras hacían que los enfermos vomitaran lo que les había sentado mal, las de más allá apaciguaban el escozor de las picaduras.

Jurdana no iba a la escuela, pero desde que era un bebé, acompañaba a su madre cuando ayudaba a parir al ganado y también a las mujeres o cuando acudía a curar a alguien con sus remedios de hierbas. Luego, Jurdana y su mamá volvían a su casa en el bosque.

Jurdana era muy curiosa y se adentraba en aquellos frondosos parajes, acompañada tan solo por su perrita Laiala. Conocía cada rincón, cada flor

Pero había algo que a Jurdana le habían prohibido: recoger raíces de mandrágora; aquella era la planta más increíble que existía, curaba casi todo. Su madre le había advertido:

—Nunca arranques de la tierra una mandrágora, debajo de las hojas viven pequeños hombrecillos que al verse descubiertos chillarán y su voz es tan fuerte y aguda que atravesará tu cabeza y morirás.

Un día su madre se puso muy enferma, con fiebre muy alta, tanta que no se podía levantar. Según los libros, su única cura sería beber un caldo de raíz de mandrágora. Jurdana no quería desobedecer a su madre, pero tenía que salvarla.

—Tendré que arrancar una mandrágora, aunque si al chillar muero, no servirá de nada. He de encontrar una solución. Y esto fue lo que se le ocurrió: fabricó con cera de velas unos tapones para sus oídos.

—Lo siento, amiga, esta vez, no podrás venir conmigo. —Le dijo a su perrita mientras la ataba en casa para que no la siguiera y evitar que muriera al escuchar los alaridos.

Fue al bosque donde había visto flores moradas de mandrágora, se colocó sus tapones, se ajustó también un gorro y su capucha y ¡zas! arrancó la planta: allí estaba la raíz, con forma de persona, pero no tuvo la sensación de que chillara, ni siquiera tenía boca. De repente, al quitarse los tapones y volver a oír, escuchó a su lado los ladridos de Laiala que había roto la cuerda y saltaba feliz a su alrededor jugueteando. Jurdana se dio cuenta entonces de que las mandrágoras no chillaban, porque la perrita hubiera muerto si aquello fuera verdad, y ese día, gracias a su arrojo, logró curar a su madre.

Después de aquello, Jurdana siguió aprendiendo en los libros y probando las propiedades medicinales de las plantas. Llegó a conocer el remedio para todo tipo de males. Eran tantas y tan increíbles sus recetas que se hizo famosa en todo el reino.

Finalmente, llegó el día en que su sabiduría se volvió demasiado peligrosa para algunos, así que empezaron a hacer circular la mentira de que Jurdana no podía saber tanto si no le ayudaba el diablo, un ser imaginario en el que muchos creían; y que si hablaba con el diablo era una bruja mala y había que castigarla.

Jurdana lo sabía, pero igual que hizo con sus tapones de cera, prefirió no escuchar las críticas y siguió curando a la gente. Y, aunque parecía magia y algunos creían que curar de aquella forma solo podía ser cosa de seres malignos y misteriosos, ella sabía que solo utilizaba lo que la naturaleza ponía a su disposición y que aquello no podía ser malo porque hacía mucho bien a sus vecinos.

Y así fue como Jurdana de Irisarri, a pesar de los peligros, decidió seguir siendo quien era.

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La protagonista

Jurdana de Irisarri

Herbolera.
Vivió en Navarra en el siglo XIV.
Fue quemada en la hoguera en 1330 acusada de brujería.