Soledad Lorenzo, la dama blanca del arte español

CUENTO: YLENIA ÁLVAREZ | ILUSTRACIÓN: JESÚS LEARTE

Soledad es alta y delgada y tiene la piel muy morena. Lleva el pelo de color blanco perla y cuando se mueve emite pequeños destellos de luz. Es distinguida, elegante, magnética. Si por casualidad te cruzas por la calle con ella, es fácil que sientas una gran atracción por observarla en silencio. Algo parecido a una fascinación profunda. ¿El motivo? Es bastante sencillo. Es una mujer con una fuerza interior enorme.

Nació–hace más de ochenta años– en Torrelavega, un pueblo de Cantabria donde pasó parte de su infancia. Pero llegó la Guerra Civil y las cosas se pusieron difíciles para ella y su familia en la zona, así que tuvieron que irse a Madrid, a Zaragoza y a Barcelona. Fue justo en la ciudad catalana donde, pegadita del brazo de su padre, comenzó a ir a tertulias, museos y exposiciones, y creció con el respeto por la cultura y el amor por el arte.

Con veintidós años se casó y se fue a vivir a Londres, la ciudad del Big Ben y de las famosas cabinas de teléfono rojas. Allí fue muy feliz hasta que su vida dio un vuelco y se volvió complicada. Gris. Triste. Su marido murió y poco después también sus queridos padres y sus dos hermanos. En diez años se quedó sola.

Sin embargo, a pesar del profundo dolor que sentía dentro, un buen día Soledad se sentó en la cama y se gritó:

—¡No seas tonta! ¡Estás viva! ¿De qué te quejas?

Entonces decidió cambiar el rumbo de su vida. Regresó a España y empezó a trabajar en una galería para promocionar a artistas. La emoción que le daba ver y descubrir el arte le hacía sentirse tan bien, que pronto montó su propio espacio, luminoso y con personalidad, en el centro de Madrid.

Por las paredes de su galería pasaron obras de grandes pintores y escultores. Infinidad de artistas. La mayoría, cuando Soledad se fijó en ellos, no eran muy conocidos, pero hoy son famosos en todo el mundo y sus cuadros valen cientos de miles de euros –o sea, montañas de billetes–.

Gracias a Soledad, la obra de estos artistas fue creciendo y gracias al arte, Soledad fue saliendo de su negra burbuja y las piezas del puzle de su vida encajaron otra vez. Sin duda, lo que vivimos de pequeños nos enseña cosas muy valiosas para la vida.

El arte puede rescatar a las personas. Cuando el suelo parece romperse a nuestros pies, la luz, el color o la emoción que desprende una gran obra puede cambiar nuestro estado de ánimo. El arte puede hacernos sentir vivos en momentos duros o débiles.

Pasó casi cuarenta años trabajando como galerista de arte, pero un buen día, Soledad decidió que ya estaba muy mayor y que nada podía durar para siempre:

—Debo cerrar mi galería, pero ¿qué haré con todos los cuadros que he ido adquiriendo con el paso de los años?

 

Pensó durante algún tiempo hasta que dio con una solución genial:

—Quiero regalar todos mis cuadros a un gran museo nacional para que todo el mundo pueda disfrutar del arte como lo he hecho yo.

Y así fue como, poco a poco, con mucho trabajo, Soledad Lorenzo se convirtió en una de las galeristas de arte contemporáneo más reputadas del siglo XX en España y Europa. Y hasta se hizo popular la expresión: «¡Me he comprado un «soledad lorenzo!» cuando alguien se llevaba un cuadro de su galería.

Entre las mejores cosas que he hecho está el donar mi colección. No tengo duda. Quién me iba a decir a mí que un día mis obras estarían en un museo. ¡En un museo tan increíble!”.
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Soledad Lorenzo

Nacida en la localidad cántabra de Torrelavega el 13 de septiembre de 1937, Soledad Lorenzo es una galerista de arte contemporáneo, referente indiscutible del mercado del arte en nuestro país en el último cuarto del siglo XX.