María Teresa León, la niña de ojos grandes que se cayó en una sopa de letras

CUENTO: ITXASO RECONDO | ILUSTRACIÓN: BEATRIZ MENÉNDEZ @voilailustracion

Érase una vez un plato de sopa en el que una niña de enormes ojos jugaba a pescar letras con una cuchara.

–¡María Teresa, otra vez eres la última en comer, estás castigada! –le gritó muy enfadada la monja que cuidaba el comedor del colegio.

–Lo siento, pero es que estoy escribiendo con las letras de la sopa –respondió María Teresa sin levantar los ojos del plato.

–¿Y qué es eso tan importante que escribes? –le preguntó la monja con un tono socarrón.

–Escribo la palabra más importante del mundo, la que nadie debería olvidar: LI-BER-TAD.

Y nada más pronunciarla, cogió el plato con las dos manos, se lo acercó a la boca, y de un solo trago se tomó la sopa.

Aquella palabra que tanto le gustaba la aprendió en casa de sus tíos, Ramón Menéndez Pidal y María Goyri. Los dos estudiaban y leían mucho y tenían una gran biblioteca. María Teresa se pasaba días enteros en aquella casa que olía a papel. Admiraba mucho a su tía, María Goyri, porque había sido la primera española que se doctoró en Filosofía y Letras.

–Yo quiero ir a la universidad como mi tía María y ser escritora –protestaba a menudo María Teresa en el colegio.

Como no se callaba casi nada de lo que pensaba, las profesoras se enfadaban mucho con ella y al final la echaron del colegio. Sus tíos más bien se alegraron, pero a sus padres, en cambio, no les hizo ninguna gracia, así que decidieron irse de Madrid a otra ciudad, a Burgos, para ver si a la niña se le iban esas ideas de la cabeza.

Pero en Burgos María Teresa no se curó de querer ser escritora y, para poder escribir sin miedo se puso un nombre de mentira, Isabel Inghirami, una heroína de un libro que le gustaba mucho.

–Ahora nadie me prohibirá contar lo que pienso –se decía a sí misma recordando su palabra favorita de ocho letras.

¿Recuerdas qué palabra era?

(¡LIBERTAD!)

En Burgos le pasaron muchas más cosas. Conoció a un profesor de universidad y al poco tiempo se casó con él. Entonces solo tenía diecisiete años, era casi una niña, pero sus padres pensaron que a lo mejor así dejaría de escribir cosas raras.

Al poco de casarse, fue mamá de un niño, Gonzalo. Y a los cinco años nació su segundo hijo, Enrique. Ella los quería muchísimo, les cantaba canciones y les leía muchos cuentos, algunos escritos por ella. Pero María Teresa quería estudiar más, conocer a gente que le enseñara historia, literatura, ciencia…

–En Burgos no aprendo nada. Tengo que irme de aquí –le dijo muy triste un día a su marido.

–Si quieres irte, lo harás tú sola, sin mí y sin los niños –le respondió su marido muy enfadado.

–Eso es lo que más me duele –le dijo ella. Y se echó a llorar–. Pero voy a seguir mi camino. Cuando los niños se hagan mayores les explicaré lo que ha pasado.

En aquella época, las mujeres no podían divorciarse de sus maridos, y si lo hacían, por la razón que fuera, perdían a sus hijos.

Por fin volvió a Madrid. Empezó a visitar bibliotecas, a conocer a otros escritores y escritoras, a ir al teatro, a visitar a sus tíos, a inventar historias… Un día le presentaron a un poeta andaluz; se llamaba Rafael. Al saludarse, él exclamó con acento de Cádiz:

–¡Tus ojos son dos luceros! ¿Me dejarás bañarme en ellos?

El poeta era Rafael Alberti, y quería ligar con ella. Así que le empezó a recitar versos y versos y más versos hasta que la luna se quedó sopa, las estrellas bostezaron y por las calles de Madrid solo corrían los gatos. Medio dormida, María Teresa le explicó:

–Yo también escribo cuentos, obras de teatro, novelas… Soy escritora, me moriría sin escribir.

–¡Qué bien!, porque podremos trabajar juntos e iluminaremos el mundo con nuevas ideas.

–Bueno, tú ya deslumbras, Rafael, das tanta luz como un cometa. Yo a tu lado podría ser la cola del cometa –apuntó María Teresa.

A partir de aquí, el cuento se convierte en el cuento de los dos escritores. Juntos aprendieron, juntos publicaron libros, juntos viajaron por un montón de países, juntos apoyaron a los soldados republicanos en la guerra civil española, juntos protegieron de las bombas los cuadros del Museo del Prado, juntos descubrieron el comunismo y juntos se fueron al exilio, juntos tuvieron una hija, Aitana… Juntos vivieron toda la vida y se quisieron mucho.

Rafael se hizo muy famoso. En cambio, María Teresa, que escribía tanto como él, vivió a su sombra, ayudando al poeta con su trabajo, cuidando de su hija, cuidando de que nada les faltara.

¡Eso significaba ser la cola del cometa! Estar a la sombra. Porque poco a poco a María Teresa León, que era su nombre completo y como firmaba sus libros, la empezaron a llamar simplemente «la mujer de Alberti», a pesar de que ella escribía muchísimo y muy bien: obras de teatro, guiones de cine, cuentos, ensayos, novelas…

Un día, mientras Rafael daba las últimas pinceladas a un cuadro, María Teresa, que había empezado a olvidarse de muchas cosas por culpa del Alzheimer, le dijo:

–Tengo ganas de comer sopa, de esa sopa de letras que nos daban en el colegio.

–¿Cómo puedes acordarte de esa sopa si ya no te acuerdas de casi nada? –exclamó sorprendido Rafael.

–Yo soy mujer de letras, Rafael, por eso escribo todos los días de mi vida. No lo olvides nunca, aunque yo me esté olvidando de mí misma. Quiero buscar de nuevo las letras de mi palabra favorita porque echo de menos aquel sabor.

Y así fue como María Teresa León, escribiendo todos los días de su vida, hizo realidad su sueño de ser escritora. Formó parte de la generación del 27 y se convirtió en un referente de la cultura española en el exilio.

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María Teresa León

Mª Teresa León nació en Logroño en 1903 y murió en Madrid en 1988. Vivió 40 años en el exilio. Es autora de más de 20 libros de diverso género: cuento, teatro, novela, ensayo, biografía y guion para cine y radio. Los últimos años de su vida sufrió Alzheimer.