Isabel Quintanilla, la pintora del vaso de cristal

CUENTO: RAQUEL RODRÍGUEZ | ILUSTRACIÓN: NURIA GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

En el taller de Isabel siempre hay mucha luz. Puede venir del sol o del enchufe. Es pintora y tiene pinceles, lienzos, botes de pintura y caballetes por todas partes. Y también mandarinas, flores, frascos de colonia, platos y cucharas, una sandía partida en trozos y un vaso de cristal grueso, de esos que duran toda la vida.

¡Ah, se me olvidaba! Isabel pinta las cosas tal como las ve: en sus cuadros una pera es como una pera de verdad, tiene el mismo tamaño, color y brillo. Es la mejor pintora realista del mundo mundial.

El otro día, Isabel se despertó muy temprano. En su taller estaba todo revuelto y los cuadros que llevaba años pintando estaban en blanco. Las flores, frutas y objetos que tanto esfuerzo le costó dibujar habían desaparecido de los lienzos. Isabel se quedó pálida. Se restregó los ojos y se pellizcó los brazos para comprobar que no era un sueño. ¿Quién había borrado sus cuadros? Solo el vaso de cristal se había quedado quieto en su lienzo.

—¿Qué ha pasado? ¿dónde están todas las cosas que he pintado? —le preguntó Isabel al vaso.

—No lo sé. Esta mañana, cuando el sol todavía no había salido, escuché murmullos y vi como el melocotón, la coliflor y la jarra salían del lienzo y se escapaban de casa. Del resto no tengo noticias, respondió.

Resulta que el membrillo se había marchado a una frutería del barrio, el ramo de espinacas se perdió en el súper, el plato sopero se camufló en una estantería de un centro comercial y el frasco de colonia se coló en un escaparate…

—Pero ¿por qué? —se preguntaba Isabel— ¡Con lo bien que los había pintado!

Los días pasaban y los cuadros seguían en blanco. El vaso de cristal también se puso triste. Se sentía solo. Isabel lo había pintado lleno de agua, pero se iba vaciando poco a poco como si fuesen lágrimas que se evaporan.

En la ciudad, el membrillo se sentía raro en la frutería porque mucha gente lo tocaba, pero siempre lo volvían a dejar en la misma caja. Al ramo de espinacas le ocurría lo mismo. El plato sopero pasaba las horas muertas junto a otros platos iguales, nadie era capaz de distinguirlos. Y el frasco de colonia se aburría de ver pasar gente todo el día sin que nadie lo reconociera.

Una semana después, Isabel miraba por los enormes ventanales de su habitación cuando, de repente, sonó el timbre. La pintora bajó corriendo a abrir la puerta y allí se encontró al melocotón, la coliflor y la jarra; al membrillo, las espinacas, el plato y el frasco de colonia. Isabel se puso muy contenta. Subieron todos juntos y cada uno eligió en qué cuadro meterse. El vaso de cristal, de esos que duran toda la vida, volvió a llenarse.

Y así fue como Isabel Quintanilla siguió pintando bodegones con objetos comunes y corrientes de la vida cotidiana y siguió jugando con su luz y sus texturas para reflejar toda la verdad que hay en las cosas de la gente sencilla.

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Isabel Quintanilla

Nacida en Madrid en plena Guerra Civil, Isabel Quintanilla murió en octubre de 2017. Formó parte del grupo conocido como 'Nuevo Realismo Español'. Durante largo tiempo fue una pintora ignorada en España, pero muy reconocida en países como Alemania, donde vendió gran parte de sus bodegones y donde era respetada. 'El vaso' es una de las obras más conocidas de esta artista de gran talento técnico.