Ana Orantes, la persona que cambió nuestra manera de entender la violencia contra las mujeres
—Mamá, ¿qué estás leyendo?
—Una noticia: le van a poner el nombre de Ana Orantes a una calle de Sevilla.
—¿Quién es Ana Orantes?
—Pues una mujer valiente que tuvo una historia muy triste.
—¿Por qué?, ¿acaba mal?
—Sí… bueno, no; de hecho, es una historia que todavía no tiene final. El final tendremos que ponérselo entre todos.
—Cuenta, mamá, cuéntame la historia de Ana Orantes.
—Ana Orantes nació en un pueblo de Granada y, con solo diecinueve años, se casó con un hombre que resultó ser un ogro. Tuvieron muchos hijos. Durante años, ella trató de protegerse y de proteger a sus hijos de los ataques de ese ogro. Trabajó en la casa y también fuera de casa cuando él perdió su trabajo. Sacó adelante a la familia, pero nada conseguía aplacar la violencia destructora del ogro. Seguía despreciándolos, atacándolos, lastimándolos.
—¿Y por qué no se separó de él?
—Lo intentó. Ana vio que necesitaba ayuda y acudió a la policía y a la justicia: denunció al ogro muchas veces y trató de separarse de él también en varias ocasiones. Pero las autoridades respondieron que lo que ella contaba eran peleas normales en una familia. Al final, logró divorciarse, pero el juez decidió que ella y sus hijos tenían que vivir en una de las plantas de la casa donde vivía el ogro.
—¡Pero así seguían en peligro!
—Sí, y por eso Ana decidió dar un paso más. Entendió que necesitaba mucha más ayuda para luchar contra la maldad del ogro y, con gran valentía, contó su historia a todo el mundo: la contó por televisión. Entonces, el ogro se enfureció y lanzó contra ella toda su rabia y su fuerza destructora.
Cuando se supo lo que el ogro le había hecho a Ana, las autoridades reaccionaron como si fuera un caso aislado, como si los ogros no fueran muchos y no trataran de pasar desapercibidos. Pero nosotras, todas las mujeres, entendimos que éramos como Ana: demasiado pequeñas para luchar solas contra la maldad de los ogros. Y empezamos a exigir cambios: que las leyes protejan nuestras vidas y nuestros derechos, que se reconozca que el de Ana no fue un caso excepcional, que se entienda que los ogros son los únicos culpables del sufrimiento de muchas mujeres y que entre todos tenemos que debilitarlos rechazándolos y condenando su violencia. Solo así, un día, la historia de Ana tendrá su final.
—Claro, mamá. Todos juntos tenemos que luchar contra esos ogros.
Y así fue como Ana Orantes, con su valiente testimonio, rompió el silencio acerca de la violencia que sufren muchas mujeres en la pareja y logró que entendiéramos que nos afecta a toda la sociedad.