Carme Ruscalleda, la cocinera que transformó las chacinas en estrellas

CUENTO: AINHOA MURGA GONZÁLEZ | ILUSTRACIÓN: BEATRIZ CUESTA

Carme nació en Sant Pol de Mar, un pueblo costero muy cerquita de Barcelona. Desde pequeña, como era una niña curiosa e inquieta, disfrutaba de la belleza de la zona en la que vivía, El Maresme. Unos días corría por la larga playa donde vivía, con aguas azul verdosas y gaviotas graznando a cada paso. Otros, se maravillaba con los colores de los campos donde los agricultores hacían crecer las fresas que tanto le gustaban, los tomates y un montón de verduras y frutas más.

A Carme estos colores le inspiraban grandes cuadros y por eso quería ser una gran artista bohemia. Pero en los años 60, cuando ella era pequeña, a las niñas no les preguntaban qué querían ser de mayor. Así que Carme, que había crecido ayudando a sus padres en la charcutería que tenían, se fue a estudiar cómo se preparan los embutidos para seguir trabajando en la tienda.

Pero trabajando entre chorizos y salchichones se dio cuenta del poder oculto de las chacinas:

—¡Con la comida también se puede hacer arte!

¡Chis! ¡Chas! ¡Chis! ¡Chas!, sonaban sus cuchillos mientras los afilaba animada pensando en nuevas recetas para hacer embutidos aún más ricos. ¡Butifarras de colores!

Por esta época ya se había hecho mayor y se había casado con Toni, su novio. Toni era también de su pueblo y hacían un gran equipo. Juntos transformaron el negocio familiar en un colmado más moderno donde vendían también comida para llevar.

Y Carme descubrió que se le daba muy, muy bien pensar en nuevas maneras de combinar ingredientes y fue experimentando con distintas recetas. Fíjate, a ella tampoco le gustaban las habas cuando era pequeña. Por eso, de mayor, un día pensó:

—¿Y si le ponemos también unos guisantes, unos ajos tiernos y un pellizco de menta?

Et voilà! ¡Una delicia!

Desde el escaparate de su tienda, Carme y Toni veían un viejo edificio que llevaba un tiempo cerrado. Era grande, tenía jardín y vistas al mar y pensaron:

—¿Y si lo compramos y abrimos ahí nuestro restaurante?

Al principio, la idea parecía una locura. Pero Carme lo tenía claro:

—Vamos a intentarlo y si no sale bien, ¡volvemos a la tienda y ya está!

Los padres de Carme les ayudaron a comprar el edificio y a poner en marcha el restaurante, al que llamaron Sant Pau. Al principio fue difícil, ¡cómo atravesar un desierto al sol! No tenían casi clientes y estaban solos ellos dos para hacer de todo: desde cocinar a atender las mesas y lavar los cacharros, pero no perdían la ilusión.

Carme nunca fue a una escuela de cocina. Aprendió a cocinar ella sola, experimentando e inspirándose en la naturaleza que tanto ama. Se inspiraba en los colores del campo y del Mediterráneo y los combinaba con carnes y pescados para cocinar platos únicos.

Los platos que imaginaba y llenaba de color gustaron tanto que la gente empezó a viajar desde los lugares más dispares del mundo para visitar su casa frente al mar y probar sus recetas. Y estaban tan buenos que en el cielo de los grandes cocineros se encendieron ¡una! ¡dos! ¡y hasta siete! estrellas con su nombre: Carme Ruscalleda.

Un día, llegó al Sant Pau un señor que venía de Japón. Comió y bebió lo que Carme preparó y, sin remedio, se enamoró de esos sabores. El señor Shimoyama, que así se llamaba, les dijo a Carme y a Toni:

—Quiero tener un restaurante así en Tokio.

Ellos no le hicieron mucho caso, pero el señor Shimoyama volvió una y otra vez hasta que les contagió la ilusión y se lanzaron a abrir un Sant Pau… ¡en Japón!

Carme tiene dos hijos y desde pequeños les ha enseñado a cocinar y también a comer, todos juntos en familia, sin tele ni móvil. Para Carme, lo que comemos es una forma de unir a las familias y a la gente que vive en distintos países. El estómago tiene ese súper poder: nos enseña a respetar y disfrutar de las tradiciones y alimentos de distintos lugares del mundo.

Después, y por si dos restaurantes fueran poco trabajo, el hijo de Carme y Toni quiso seguir los pasos de su madre y ser cocinero. Así que abrió sus puertas el tercer restaurante con sello Ruscalleda, esta vez en Barcelona.

Y así es como Carme Ruscalleda ha logrado ser una de las mejores cocineras de todo el mundo, porque ha enamorado con su cocina que conecta la modernidad con la naturaleza y las tradiciones. Su manera de pensar y de cocinar ha hecho que gane siete estrellas Michelin, que son los Óscar de los chefs, y otra decena de premios.

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Carme Ruscalleda

Nacida en San Pol de Mar en 1956, Carme Ruscalleda es la cocinera española con más estrellas de la Guía Michelín. Sus platos, basados en la cocina tradicional catalana, se mezclan con técnicas culinarias japonesas que adapta al estilo y los productos de su tierra. Cuenta con numerosos reconocimientos a su labor.