Sor Juana Inés de la Cruz, el mejor escritor de América fue una chica

CUENTO: ANGÉLICA RUIZ | ILUSTRACIÓN: ULISES CULEBRO

Hace muchos años, en una aldea mexicana al pie de dos volcanes, una niña muy pequeña llamada Juana se presentó ante su mamá en la cocina de su casa vestida de chico y dijo:

—Mami, quiero que me cortes el pelo como un niño.

Su madre Isabel, sorprendida, dejó de moler el maíz y se giró para mirarla.

—Pero Juanita, cariño, ¿por qué te has vestido así? ¿Y para qué quieres cortarte esa melena tan bonita y larga?

—Quiero ser como un chamaco para poder ir a ese colegio al que solo van ellos que se llama universidad.

—Juana, amor mío, eso no puede ser, aunque te corte el pelo, la universidad es para los hombres. Además, solo tienes cinco años.

—Pero ya sé leer, mami.

—Amor, no puede ser. A tu hermana mayor le enseñan en casa y, aun así, apenas sabe deletrear ¿Cómo has podido aprender?

—Mirando desde la puerta la pizarra de la profesora.

En aquella ocasión, su mamá la calmó y no le cortó el pelo.

Pero la niña no se rindió: si no podía ir a la universidad, aprendería sola con los libros de la gran biblioteca que tenía su abuelo Pedro.

Juana, a pesar de su corta edad, estudiaba allí materias muy difíciles, como latín, el idioma en el que estaban escritos los libros más importantes, para así poder leerlos todos. Y cuando jugaba con otros niños de su pueblo, hablaba con ellos náhuatl, la lengua de los mexicanos.

Juana tenía un truco para motivarse: cuando no se aprendía la lección a tiempo, se cortaba mechones de pelo con una tijera porque “el pelo crece deprisa y yo aprendo despacio”. Y como ya no quería parecer un chico ni hacerse escabechinas en su cabello, conseguía ser la estudiante más veloz.

Entre libro y libro escribía poesías muy bonitas y sabía tantas cosas que empezó a trabajar para los virreyes, que eran las personas que más mandaban en México. En aquella corte, una vez la examinaron los doctores más sabios de la universidad para ver si era tan lista como decía su jefa y amiga la virreina. Juana sacó un diez, porque contesto bien a todas las preguntas.

Por aquellos días, cuando una chica cumplía quince años tenía que elegir entre casarse o hacerse monja y pasar el resto de su vida encerrada en un convento.

¿Sabes qué hizo Juana? Prefirió ser monja.

Y Juana Inés Ramírez pasó a ser conocida como sor Juana Inés de la Cruz. Desde su celda en el convento, se dedicó por entero a leer, a estudiar y a escribir algunos de los textos más bellos, ingeniosos e importantes de nuestro idioma.

Y, por si no lo sabías, para ser monja tuvo que… cortarse mucho el pelo.

Y así fue como, a pesar de vivir en un mundo en el que las mujeres eran consideradas inferiores, Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, más conocida como sor Juana Inés de la Cruz, se convirtió en una persona muy culta y en la escritora más importante del Siglo de Oro en América. Admirada por todo el mundo en México y en España, hasta el punto de que, en honor a esta mujer tan portentosa, algunos billetes mexicanos actuales llevan impreso su rostro.

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Sor Juana Inés de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz nació en la Nueva España, actual México de aquella perteneciente a la corona española, el 12 de noviembre de 1648-1651. De padre español y madre criolla (los criollos eran hijos de españoles nacidos en la Nueva España). Fue una monja y escritora novohispana, exponente del Siglo de Oro de la literatura en español.

Pilar, una heroína flamenca sin capa ni volantes

CUENTO: Lapor | ILUSTRACIÓN: BLANCA ROGEL

La historia comienza en un lugar de Sevilla, a ritmo de flamenco, de castañuelas, de palmas. Hay plantas con muchas flores, olor a naranja y a la gente le gusta decir «¡ay, qué fatiga!».

Allí nace Pilar, nuestra pequeña heroína. No tiene capa ni vuela. Le gustan las tostadas de tomate con jamón y cuando sea mayor, quiere tener un bar donde solo haya tostadas muy ricas.

También le gustan las cosas que están guardadas en los cajones de su casa: braguitas, postales, cubiertos… y los usa para jugar con sus muñecas. Ya de pequeña, se inventa juegos de chicas que se apañan solas, son fuertes y que tienen carácter. Pero no porque sean superheroínas, sino porque confían en ellas, aunque sean de plástico o de porcelana.

En la ciudad donde vive la gente que va a misa adora a las vírgenes. En Semana Santa, se quedan todos callados viéndolas pasar. Ella prefiere asomarse por sitios por donde la gente no suele mirar, para ver las cosas de otra manera y se fija en todos esos hombres que están debajo de la enorme y pesada estructura que sujeta a la virgen, y que avanzan juntos, dando pasitos muy pequeños, como si fueran un ciempiés. Se llaman costaleros. Entrenan todo el año. Les gusta mucho la virgen, por eso la llevan en lo alto, para que todos la vean pasar.

A ella también le gusta la virgen, pero como cuando te cae bien una amiga.

¡Quiere ser artista!

Pilar quiere ser artista. Al principio, los profesores le dicen que no dibuja bien, pero ella, que es muy alegre, un día en la cocina coge la olla exprés (esa que tiene una pequeña chimenea, que gira muy rápido y que pita como si fuera un barco o un tren), porque es un tesoro, o un instrumento musical y se le ocurren un montonazo de cosas que hacer con ella.

A veces quiere volar e irse a conocer mundo. No le gusta estar siempre en la cocina. Tampoco a mamá y a la abuela estar siempre cocinando.

Dicen que aquella olla exprés que un día reinventó en la cocina de su casa aún no ha vuelto, que está volando por ahí, de museo en museo, con unas alas que le  hizo Pilar… ¿La has visto? Acaba de pasar. La he oído pitar.

Y así fue como Pilar se convirtió en artista como ella quería. Y utilizó los mantones y los vestidos de flamenca de lunares, y todas las cosas típicas de Sevilla para cuestionar con su arte el lugar que las mujeres ocupan en la sociedad. Y ahora es famosa y viaja por el mundo entero mostrando a que las mujeres de Sevilla no siempre están bailando en la feria ni cocinado en la cocina. Y que tienen mucho arte.

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Pilar Albarracín

Nacida en Sevilla en 1968, Pilar Albarracín es conocida por sus performances, bordados, collages, vídeos, dibujos e instalaciones. En todos ellos, ha utilizado el vestuario típico andaluz y otros elementos de la cultura sevillana para criticar el rol impuesto a la mujer andaluza. Desde 1993 ha participado en numerosas exposiciones en España y en el extranjero, siendo siempre uno de los principales (y primeros) referentes españoles en la lucha del activismo feminista artístico.

Pilar Careaga, la maquinista valiente que no temía lo nuevo

CUENTO: PILAR VELASCO | ILUSTRACIÓN: MARÍA REQUENA

Ese día, en el tren que iba de Madrid a Bilbao había un revuelo fuera de lo habitual. Los pasajeros cuchicheaban y empezaban a asomarse por las ventanillas del vagón.

—¿Qué pasa?

—Dicen por ahí que una mujer va conduciendo la locomotora…

—¿Una mujer maquinista? No puede ser.

Al llegar a la siguiente estación, ya no quedaba ni un pasajero sentado en su asiento, todos intentaban ver algo por las ventanillas del tren.

Al parecer había un reportero y un fotógrafo entrevistando a una chica joven, vestida como si fuera a pilotar un avión: pantalón bombacho, chaqueta azul, y unas enormes gafas colocadas sobre la cabeza.

—Señorita, ¿qué se siente al ser la primera mujer maquinista de la historia?

Pilar ya estaba acostumbrada a que le preguntaran esas cosas. En esa época, casi ninguna chica estudiaba en la universidad, pero ella lo tenía claro desde pequeña. Siempre le habían encantado las matemáticas y la mecánica y a los trece años ya había decidido que quería ser ingeniera industrial. Su padre le advirtió que tendría que estudiar mucho, pero eso no le asustaba. Pilar pasó todos los cursos y al llegar al último, tenía que hacer prácticas. Ella las hizo nada más y nada menos que conduciendo el ferrocarril.

Mientras revisaba las enormes ruedas de la locomotora la gente la miraba de reojo. A todos les sorprendía la seguridad de la joven ingeniera. Apoyaba un pie sobre la armadura metálica del vagón, movía la palanca de cambios y, con sus grandes guantes amarillos, manipulaba con esfuerzo el regulador. Al terminar se sacudió las manos satisfecha:

—¡Todo listo!

Un grupo de niñas que paseaba por la estación se acercó a Pilar. Se pararon frente a ella y la miraron de arriba abajo.

—¿Eres un chico o una chica? —le preguntaron.

—Una chica, dijo Pilar.

—Pero las chicas no llevan pantalones, ni conducen trenes.

—¿Y eso quién lo ha dicho? Yo creo que las chicas pueden hacer lo que quieran, solo tienen que proponérselo. Así que ya podéis ir pensando qué queréis hacer cuando seáis mayores.

—¿Y acabar llenas de polvo como tú?

—Ah, yo también odio el carbón, no se va hasta el cuarto o quinto baño. Pero qué me decís de llevar a la gente de una ciudad a otra, de ver tantos paisajes, ciudades y pueblos, y de atravesar el viento a toda velocidad sobre esta máquina de acero.

Las niñas se fueron, no muy convencidas.

El reportero le pidió que posara para otra foto.

—Y dígame, señorita, ¿no piensa usted casarse? —le preguntó el reportero.

—¡Pues claro! en cuanto termine las prácticas y la carrera y encuentre un trabajo, seguro que tendré más tiempo libre.

Entre foto y foto, Pilar subió al vagón, arrancó la locomotora de vapor y el tren siguió su camino hacia Bilbao a toda máquina.

Y así fue como Pilar Careaga y Basabe se convirtió en la primera ingeniera de España -dio nombre al curso que se conocería como “la promoción de Pilar”- y en la primera mujer en conducir una locomotora. Y no solo eso, también se dedicó a la política, ¡y hasta fue alcaldesa! Pero esa ya es otra historia…

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Pilar Careaga y Basabe

Nacida en Madrid en 1908 en una familia de la alta burguesía bilbaína, Pilar Careaga se convirtió en los años veinte (1929) en la primera mujer española en licenciarse en ingeniería industrial. Al completar sus prácticas de carrera, fue la primera mujer en conducir un ferrocarril, en pleno esplendor de la máquina de vapor. Admirada por sus compañeros, su curso en la Escuela de Madrid sería conocido como “la promoción de Pilar”. Una vez licenciada, Careaga se dedicó a la política. Fue la primera mujer diputada provincial de Vizcaya, la primera alcaldesa de Bilbao en 1969 (la única hasta hoy) y pionera como regidora de una capital de provincial en España durante el franquismo.

Lolo Rico, la niña que soñó con una bola de cristal

CUENTO: CRISTINA CAMPO GARCÍA | ILUSTRACIÓN: BELÉN GARCÍA MENDOZA

—Mamá, ¿Puedo ver dibujitos?

—Porque es sábado y no hay cole, pero solo un rato, ¿eh?

—Vaaaaaaaaaale.

Al cabo de un rato. —Bueno, Isabel, ya está.

—Un poco más, porfaaaaaa. Un rato así de pequeñitoooooooo.

—Tienes quince segundos para imaginar, si no se te ha ocurrido nada, a lo mejor deberías ver menos la tele —respondió la madre.

—¿Qué?

—Eso lo decían en un programa de la tele que yo veía cuando era pequeña. Era mi favorito. Lo ponían los sábados por la mañana, se llamaba La Bola de Cristal.

Isabel apartó la mirada de la tele por un momento y se volvió hacia su madre.

—¿Salían brujas? —preguntó con cierto interés.

—Pues claro, una muy mala y fea que se llamaba la Bruja Avería, tenía el pelo lleno de cables y siempre decía: “¡Qué mala, pero qué mala soy!” Y soltaba rayos catódicos que hacían desaparecer las cosas.

—¡Ja! ¿En serio?

—Sí. A la Bruja Avería la acompañaban unos bichejos muy traviesos que hacían todo tipo de gamberradas y conseguían que las aspiradoras funcionasen solas y que las batidoras hicieran huelga de puré de verduras (¡puaj!). Se llamaban los Electroduendes.

—¡Abajo el puré de verduras! —dijo Isabel riendo.

—Lo mejor era que esa bruja y sus Electroduendes nos contaban las cosas que estaban pasando a nuestro alrededor ¡que eran un montón! Por fin se había acabado una dictadura muy larga y triste que había habido en España y la gente empezaba a respirar un poco de libertad… En la calle, de repente, los trajes oscuros de los señores y las faldas que vestían las señoras se habían convertido en vaqueros rotos y minifaldas súper cortas. Las chicas ya no llevaban tacones, ¡llevaban botas! y los chicos se habían dejado el pelo largo y se ponían pendientes. Además, ya no solo se escuchaba la música esa que te deja un poco dormido, sino rock and roll a tope… se estaba viviendo una explosión creativa que todavía se recuerda como La Movida Madrileña y Lolo Rico quiso meter todo eso en la Bola de Cristal.

—¿Quién es Lolo Rico?

—Pues la creadora del programa. Era escritora de cuentos, guionista y directora de muchos programas de radio y televisión. Su gran especialidad eran los niños. Había tenido siete hijos, así que los conocía muy bien ¿no crees?

Sabía que a los niños no les gusta que les hablen como si fuesen bebés, y se empeñó en tratarlos como personas que pueden pensar por sí mismas y en enseñarles a ser críticos.

Su programa era como una tarta: una capa de bizcocho, una capa de chocolate y una capa de fresa, para que quien tuviera la boca más grande, mordiera más.

Los más pequeños nos lo pasábamos pipa con La Bruja Avería y los Electroduendes. A los más mayores les encantaba cuando hablaban de cine, de libros muy guays o de música… ¡la música era genial! La presentadora era Alaska, una cantante muy famosa que llevaba el pelo lleno de trenzas de colores. Los cantantes y artistas más vanguardistas del momento, que eran amigos de Lolo, componían canciones super chulas para el programa. Porque ya sabes: ¡Solo no puedes, con amigos sí!

—Seguro que a Lolo Rico también le gustaban los dibujitos de pequeña, ¿no mamá?

—Bueno, cuando ella era pequeña no había tele, o no como ahora, pero seguro que le hubieran gustado. Lo que sí le gustaba era leer. Las historias y los libros le chiflaban. Era una suertuda. Su familia vivía con muchas comodidades; así que su padre le regalaba todos los libros que quería. Además, la animaba mucho a leer.

Cuando se hizo mayor, empezó a comprender que no todo el mundo tenía la misma suerte que ella y se dio cuenta de que a menudo las cosas son injustas. Quiero decir, más fáciles para algunos y muy difíciles para otros, sin ningún motivo.

Y como en la Bola de Cristal se hablaba de todo, eso también quiso contarlo, aunque le causó problemas…

—¿Por qué?

Algunos niños, los más pequeños, cuando la Bruja Avería decía cosas como “Viva el mal, viva el capital” no nos dábamos cuenta, claro; pero otros sí notaban que en realidad estaban hablando de política. Y, bueno, eso que todavía hoy sería muy raro en un programa infantil, a algunas personas mayores no les molaba mucho.

Así que un día mandaron a una persona a vigilar todo lo que se decía en el programa y al final guardaron la bola en una caja de cartón y ya nunca más hubo programa.

—¡Qué pena, mamá!

Pues sí, pero, aunque solo habían pasado cuatro años, el gusanillo de la Bola de Cristal ya se había metido para siempre en el cuerpo de millones de niños, porque se había convertido en el programa más famoso de la televisión que nos «desenseñó a desaprender cómo se deshacen las cosas”.

Y así fue como María Dolores Rico Oliver, Lolo Rico, se convirtió en una pionera de la radio y la televisión en España. Fue la primera mujer directora de un programa de televisión y responsable del área de programas infantiles y juveniles de TVE. Con su espíritu transgresor, creó programas icónicos que forman parte de la memoria colectiva de varias generaciones.

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Lolo Rico

María Dolores Rico Oliver, Lolo Rico, nació en Madrid en 1935. Fue escritora, periodista, guionista y realizadora de televisión. Trabajó en Radiotelevisión Española, donde fue guionista de programas infantiles como 'Un globo, dos globos, tres globos' y firmó otros como 'Dola, dola, tira la bola' o 'La cometa blanca'. Alcanzó la fama con 'La bola de cristal', un espacio pionero de la televisión al estilo de la movida madrileña que triunfaba en los 80. Murió en San Sebastián el 19 de enero de 2019.

María Josefa Wonenburger, la gallega que amaba las matemáticas

CUENTO: OLALLA CERNUDA | ILUSTRACIÓN: LAURA SÁNCHEZ-OSTIZ

A María eso de las cosas poco comunes le iba mucho, como practicar el hockey sobre patines y el baloncesto o hablar inglés y alemán, por ejemplo, aunque la cosa más insólita que a María le gustaba por encima de todas las demás era ¡estudiar Mates!

A ninguna otra niña de Oleiros, su pueblo de A Coruña, le gustaban demasiado las matemáticas, pero eso a María nunca le importó: a ella le fascinaban las sumas, las restas, las ecuaciones y todos los demás cálculos que pudiera hacer.

En aquella época, las demás niñas pensaban más en buscar un marido y formar una familia cuando fueran mayores que en estudiar en la universidad. A nadie se le hubiera ocurrido dedicarse a la Ciencia. Pero María tenía claro desde bien pequeñita que esa asignatura del colegio que a ella le encantaba, las Mates, iba a ser su modo de vida.

Así que, cuando acabó el Bachillerato en su pueblo, María se fue a Madrid para estudiar Matemáticas en la universidad. Y pasó de estar en casa con sus padres y su hermana a vivir sola en la Residencia de Señoritas, un lugar donde podían quedarse las pocas chicas que, por entonces, en los años cuarenta, querían estudiar en la universidad y tenían que irse lejos de su casa.

Y allí pasó cinco años concentrada en las Mates. Tan concentrada, que en clase nunca tomaba apuntes, lo importante era no perderse ni un detalle de lo que el profesor explicaba. Porque nadie dijo que sería fácil comprender pizarras y pizarras llenas de ecuaciones y larguísimas fórmulas. Pero para ella, todo tenía sentido en su cabeza.

 

María era brillante y muy estudiosa, por eso, al acabar la carrera hizo un doctorado y sus profesores, que veían que seguía entusiasmada con las matemáticas, le recomendaron que siguiera estudiando lejos de España.

 

María metió en una maleta todos sus cuadernos de fórmulas y ecuaciones y tomó un barco rumbo a Nueva York, a la Universidad de Siracusa. Lo logró gracias a una beca que conceden a las personas más listas y estudiosas, la beca Fullbright. Fue además la primera mujer española en conseguir una.

 

De ahí pasó a otra universidad norteamericana muy prestigiosa, la Universidad de Yale. María era feliz. Podía dedicarse de lleno a lo que más le gustaba del mundo: jugar con los números y pensar. Así que, después de doctorarse ¡por segunda vez! se fue hasta Canadá, esta vez no para estudiar, sino para enseñar Matemáticas en la Universidad de Toronto. También en esta ocasión fue la primera mujer en conseguirlo. Allí dirigió la tesis doctoral de muchos alumnos, algunos de ellos lograron ser grandes matemáticos gracias a María, que les trasmitió todo lo que sabía y su gran pasión por las Mates.

 

Otros siete años pasó María en Canadá y quince más en Estados Unidos, dando clases, aprendiendo más y más cosas de álgebra, que se convirtió en su especialidad, y compartiendo conocimientos con otros grandes matemáticos ¡Estaba logrando ser una de las mejores matemáticas del mundo!

Pero entonces, algo pasó que cambió el rumbo de su vida: su madre, ya muy mayor, se puso muy enferma y María decidió dejarlo todo y volver a España para cuidarla. Cuando llegó a aquí, quiso seguir dando clases en la universidad, pero se encontró con que todos sus títulos y méritos, muy reconocidos al otro lado del Océano Atlántico, en su país no valían nada. Ninguno de sus dos doctorados estaba reconocido, así que, si quería dar clases, tenía que aprobar una oposición. Casi como volver a empezar.

María decidió entonces retirarse del mundo académico y científico y quedarse en Oleiros, donde vivió el resto de su vida muy feliz junto a su familia.

Pero en realidad, aunque ella no lo sabía, la gente de su pueblo, de las universidades donde estudió y trabajó y de la Real Sociedad Española de Matemáticas, de la que fue miembro, no la habían olvidado, y empezaron a contarles a todos la historia de María, la gallega que amó las matemáticas y que convirtió el álgebra en su forma de vida.

Hoy, los alumnos de María ganan importantes premios matemáticos y siguen empeñados en todo el mundo conozca a la gran matemática María Josefa Wonemburger.

Y así fue como María Josefa Wonemburger se convirtió en una de las matemáticas más brillantes de su tiempo y en un referente mundial en álgebra, la disciplina a la que dedicó su trabajo durante más de veinte años. Como investigadora y profesora universitaria, desarrolló e inspiró varias de las teorías más importantes en este campo de las matemáticas.

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María Josefa Wonenburger

María Josefa Wonenburger Planells, nacida en Oleiros, A Coruña, en 1927, fue una matemática española que desarrolló sus trabajos de investigadora en álgebra en Estados Unidos y en Canadá. Fue la primera mujer española en recibir una Beca Fulbright.

Soledad Antelada, la niña que cruzó el océano para ser ‘hacker’

CUENTO: YOLANDA QUINTANA | ILUSTRACIÓN: RAQUEL LANZA

Hace muchos años, más de cincuenta, no había ordenadores como los que usamos ahora. Tampoco Internet, ni redes informáticas. Algunas personas, en distintas partes del mundo, empezaron a desarrollar estas tecnologías. Se ayudaban entre ellas y eran muy brillantes, con ideas que nadie más tenía. Y se les empezó a llamar hackers. Ser hacker significa que sabes mucho de algo que te encanta y eres capaz de resolver cualquier problema que se te presente, sin importar lo difícil que sea.

Aunque esa palabra se inventó con la informática, puedes ser hacker de cualquier cosa. Si hay algo que te entusiasma, le dedicas mucho tiempo para aprenderlo a fondo, se te ocurren soluciones que otras personas no han pensado y compartes lo que sabes, a lo mejor eres hacker y no lo sabías.

En informática, ser hacker quiere decir que entiendes muy bien cómo funcionan las máquinas, cómo piensan y cómo hablan entre ellas. Por eso, las personas hacker muchas veces se encargan de vigilar que nadie ataque los ordenadores y que los sistemas funcionen bien. Se llama seguridad informática y es algo muy divertido porque se parece a resolver acertijos.

Justo a eso es a lo que se dedica Sole, la niña que, cuando fue mayor, cruzó el océano para ser hacker.

Sole vivía junto al mar, en Marbella, un pueblo muy bonito de Málaga. Era una niña morena, con ojos muy negros y muy alegre. Cuando era muy pequeña sus padres también cruzaron el océano, desde Argentina hasta España, huyendo del gobierno de un señor muy malvado al igual que habían hecho muchos años antes de que ella naciera, pero al revés, huyendo de la falta de libertades en España. Por fin, se quedaron a vivir aquí y Soledad creció muy feliz, jugando en la playa y en las calles de su pueblo.

Sole siempre fue muy curiosa con los aparatos electrónicos y siempre trataba de arreglarlos. También le gustaban las matemáticas.

En el colegio se apuntó a informática. Era un mundo desconocido para ella y que le llamaba mucho la atención, por eso se lanzó a aprenderlo. Le gustó, así que decidió estudiar Ingeniería Informática en la universidad, sin saber muy bien de qué trataba. Nunca había tenido un ordenador y tuvo que esforzarse mucho.

Cuando terminó sus estudios y empezó a trabajar como programadora se dio cuenta, además, de que se le daba muy bien, y pensó “¡Cómo me gusta hablar el lenguaje secreto de las máquinas!”

A Sole le sorprendió al principio, porque en la universidad ningún profesor le había explicado lo buena que podía llegar a ser.

Sole estaba muy contenta desarrollando aplicaciones. Pero, como era una hacker, aunque ella entonces todavía no lo sabía seguro, intuía que había muchas más cosas por conocer sobre los ordenadores y las redes informáticas. Así que buscó y buscó dónde aprenderlas.

Por fin, encontró un lugar donde podían enseñarle todo lo que quería saber.

—Mamá, me voy a San Francisco a aprender a ser hacker —le dijo un día a su madre.

A Sole no le importó que mucha gente pensara que era una locura:

—Pero ¡si ser hacker es muy difícil! Y ¿cómo vas a entenderte con la gente, si no hablas inglés? ¡Es imposible! —le advertían.

Pero ella no los escuchaba. Estaba decidida. Cogió su mochila y todos sus ahorros y cruzó el océano para ser hacker.

Sole logró su sueño y es feliz porque puede destripar las computadoras para develar sus misterios y meterse en las redes por las que navega toda la información del mundo. Además, tiene un club para ayudar a que muchas más chicas sean hackers como ella. Siempre les dice:

—Nunca dejes que nadie te quite un sueño porque ellos no se atreverían a intentarlo.

Y así fue como Soledad Antelada decidió seguir su intuición, y con muchas ganas y esfuerzo, se ha convertido en la primera y única mujer del departamento de ciberseguridad del Berkeley Lab, uno de los mejores centros científicos del mundo. Su trabajo consiste en proteger este laboratorio tan importante de ataques informáticos.

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Soledad Antelada

Nacida en Buenos Aires en 1977, Soledad Antelada es ingeniera informática por la Universidad de Málaga. Es la primera y única mujer que trabaja en la ciberseguridad del Lawrence Berkeley National Laboratory o Berkeley Lab, uno de los centros científicos más prestigiosos de EE.UU., vinculado al Departamento de Energía del gobierno, y un referente mundial en innovación científica en el que han colaborado 13 Premios Nobel. La especialidad de Soledad Antelada es el 'pentesting', que consiste en intentar atacar un sistema buscando dónde está desprotegido, como lo haría un pirata informático, para llegar antes que ellos y arreglarlo. Está considerada como uno de los veinte profesionales latinos más influyentes en el sector de la tecnología en EE. UU. Ha impulsado el grupo ‘Girls can Hack’ (@Girscanhack) para promover la entrada de mujeres en el mundo de la seguridad informática.

María Luz Morales, una periodista que llegó a la meta

CUENTO: LUJÁN ARTOLA | ILUSTRACIÓN: EWA BAJJO

Hace ya mucho tiempo una guerra hizo que en España todo fuera difícil. Las cosas más sencillas que puedas imaginarte, como ir a la escuela o poder jugar en la calle, se convertían en grandes hazañas.

Hombres, mujeres, niños, familias enteras tuvieron que superar muchos obstáculos y ser valientes. Como cuando tú tienes miedo, te tapas en la cama hasta casi no poder respirar y no quieres sacar la cabeza porque no quieres abrir los ojos.

Pero María Luz supo que no podía estar siempre bajo una manta y a oscuras. Y así, desde que llegó con sus padres a Barcelona desde Galicia no paró de estudiar. Primero en el colegio. Después, cuando se hizo mayor, siguió estudiando en la universidad y empezó a escribir. Y no paraba de leer.

En medio de ese esfuerzo, ¿a que no te imaginas a quién trajo a España? Ni más ni menos que a Peter Pan. Sí, no pongas esos ojos. Entonces muchas de las obras literarias estaban solo en inglés. Y para hacer más fácil su lectura en España, tradujo al castellano una de las más bellas historias escritas. Y así, niños y mayores pudieron entender Nunca Jamás.

Pero ahí no quedó todo. María Luz siguió escribiendo y empezó a trabajar en uno de los periódicos más importantes de entonces y de hoy. Se llama La Vanguardia. En aquella época, que las mujeres pudieran trabajar en los periódicos no era nada habitual.

Después, la situación política en nuestro país se puso horrible y estalló aquella guerra que tanto dolor trajo. Justo en esos momentos tan difíciles sus propios compañeros propusieron que fuera ella la directora del periódico. Y así María Luz se convirtió en la primera mujer que ocupó un puesto de semejante responsabilidad.

Se comprometió de tal manera, que hasta fue encarcelada por algo tan simple como ser periodista. La libertad de poder escribir, contar lo que pasa, las noticias llenas de palabras pueden llegar a ser uno de los grandes enemigos de los malvados. Algo tan sencillo como construir frases, se puede convertir en una profesión muy arriesgada.

Ella lo sabía y seguro que tuvo miedo, pero supo vencerlo. Una mujer valiente con ideales y firme hasta el final. Por eso, llegó a la meta.

Y así fue como María Luz Morales, con mucho compromiso y amor por su profesión, se convirtió en la primera mujer en dirigir un periódico de tirada nacional y en una pionera del periodismo cultural en España.

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María Luz Morales Godoy nació en A Coruña el 1 de enero de 1889. Fue escritora y periodista pionera y la primera mujer en España directora de un diario de tirada nacional, La Vanguardia. Estuvo al frente del rotativo entre 1936-1937, al inicio de la Guerra Civil.​

El cuento de Rosalía

CUENTO: PIEDAD MORILLAS | ILUSTRACIÓN: CARLOS RAMOS

 

Érase una vez la niña

que llamaron Rosalía.

Escuchó a un tal Camarón,

y le dio un vuelco el corazón.

 

Y decidió ese día…

¡Que cantaora sería!

y con la música daría

a su cante un nuevo aire.

 

No tenía formación,

¡pero sí duende y tesón!

Así que empezó a estudiar

cómo era aquello de cantar.

Y a Flamenco se apuntó.

 

“¿Dónde vas Rosalía?

Este es un arte sagrado,

no es para aficionados

¡y menos para una chica!”

Había quién le decía.

 

“A mí me brota de dentro”,

respondía ella al momento.

“Mi piel no es marrón oscuro

y no gustaré a todo el mundo,

pero flamenca me siento.

 

Tanto quería aprender,

que no se perdía una clase

ni aunque le diluviase.

Y allí empezó a florecer

el germen de El Mal Querer.

«Será mi proyecto final,

un disco conceptual,

una novela cantada,

en un libro antiguo basada:

¡El Román de Flamenca!”

 

Habla sobre una mujer,

víctima del maltrato

que sufre por un ingrato,

y cómo escapa de él

y de un matrimonio cruel.

 

 

Una historia de pasión,

celos y liberación.

Donde el quererse a uno mismo,

no es cosa de egocentrismo,

si no de pura razón.”

|Y a componer empezó.|

Después de su graduación

con su compañero Guincho,

fueron dando forma al disco

con valentía, emoción…

¡Y bien llenito de flow!

Una pizquita de rap,

un poquitito de pop,

la cuestión era mezclar,

probar y experimentar.

Y el resultado fue… ¡Tra, trá!

|Escúchalo, ya verás|

Era un sonido moderno.

donde añadía al flamenco,

ritmos sin venir a cuento.

Tan refrescante y urbano,

que a los jóvenes gustó.

|¡Y hasta dos Grammy ganó!|

Espero que esto te aliente,

a creer siempre en ti misma.

A pesar de lo que digan

mira la vida de frente,

y nada irá “malamente”.

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Rosalía Vila

Rosalía Vila Tobella, más conocida como Rosalía, es una cantante y actriz española que nació en San Esteban de Sasroviras, Barcelona, el 25 de septiembre de 1993. Comenzó a cantar a los siete años animada por su padre y estudió en la Escuela Superior de Música de Cataluña, donde recibió clases de flamenco. En 2018 se convirtió en la española con más premios Grammy Latinos por un único trabajo. Su canción «Malamente» obtuvo dos galardones de cinco nominaciones.

Marisa Flórez, la fotógrafa de la Transición

CUENTO: ANDREA ABRIL | ILUSTRACIÓN: ALBA ZUJAR

Cuando Marisa nació, en España no existía la libertad de expresión. Esto significa que las personas no podían decir libremente lo que pensaban o lo que sentían. Nuestro país llevaba años bajo una dictadura, un régimen totalitario en el que una única persona –el dictador, que se llamaba Francisco Franco– decidía todo lo que pasaba, sin tener en cuenta lo que la mayoría de las personas quería. Los años de la dictadura fueron de color gris para mucha gente.

A pesar de todo, Marisa creció feliz en su ciudad, León, donde jugaba y jugaba cerca de la catedral. A veces, Marisa quería ser médico. Otras quería recorrer el mundo y observar todo lo que pasaba en él. Como lo de los viajes le gustaba mucho, decidió irse a Madrid a estudiar Turismo. Fue allí donde conoció a un chico muy simpático que se llamaba Raúl, y al poco tiempo se enamoraron y se casaron.

Raúl era fotógrafo y cuando Marisa le veía trabajar siempre pensaba: “A mí también me gustaría hacer fotos”. Desde pequeña siempre le habían fascinado las imágenes. Tenía un álbum de fotos antiguas que se pasaba las tardes mirando. También le encantaba el cine. Iba todas las semanas con su abuela.

Así que un día, ni corta ni perezosa, agarró una cámara y empezó a capturar imágenes de lo que veía a su alrededor. ¡Chas! ¡Chas! sonaba la cámara al apretar el disparador. Y Marisa se emocionaba escuchando aquel chasquido.

El día que Raúl vio sus fotos, se quedó alucinado:

—¡Pero Marisa! Estas imágenes son increíbles. ¡Podrías publicarlas!

—¿Lo dices en serio?

—¡Pues claro! Estas fotos hablan por sí solas, yo creo que deberías enseñárselas a algún periódico porque seguro que las utilizan para contar las noticias.

Marisa decidió probar y como las fotos eran tan buenas, la contrataron como fotorreportera. A partir de entonces, Marisa iba cargada con su cámara allí donde estuviera la noticia.

Si el periódico le decía “Marisa, hoy toca hacer fotos de unos futbolistas”, ella se iba corriendo al vestuario del campo de fútbol y les hacía retratos.

Poco después, el dictador se murió. Y entonces, España se despertó y empezó a moverse y dejó de ser gris y se pintó de colorines. Esta época se conoce como la Transición, una palabra que significa “cambio” y fue muy importante porque el país empezó a trabajar para volver a ser una democracia.

Como había mucho trabajo por hacer, los políticos se reunían cada dos por tres para ver de qué manera podían ponerse de acuerdo. Y allí, con ellos, en el Congreso, siempre estaba Marisa, preparada para capturar todo con su cámara.

Las fotos que Marisa hizo durante estos años eran únicas y se publicaron junto a muchos titulares y noticias de los periódicos, que ahora sí, podían contar libremente todo lo que estaba pasando.

Como su trabajo era tan especial, le dieron el Premio Nacional de Fotoperiodismo, un reconocimiento muy importante.

Y así fue como Marisa Flórez, siempre con su cámara en mano, preparada para hacer la mejor foto posible, se convirtió en una pionera del fotoperiodismo en España y en la fotógrafa de la Transición. Gracias a sus fotografías únicas podemos revivir ese momento tan importante de nuestra historia reciente.

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Marisa Flórez

Marisa Flórez es una de las primeras reporteras gráficas en la historia de la fotografía española. Fotografío la Transición y la formación de la democracia. Comenzó a trabajar en la prensa en 1971 y en 1976 llegó a El País. Suyas son algunas de las fotografías más icónicas de nuestro país.

Luz Rello, la niña con dislexia que consiguió todo lo que se propuso

CUENTO: MALU BARNUEVO | ILUSTRACIÓN: MALU BARNUEVO

La profesora sentó a los niños en círculo.

—Hoy vamos a leer —dijo mientras repartía unas fichas—. Iremos en orden y cada uno leerá una palabra.

Luz miró el papel que le había dado su profesora, exactamente igual que el de sus compañeros. En él había cuatro dibujos: un bote, un dado, un pato y un queso, y debajo de cada dibujo, una palabra escrita.

¡Qué nervios! Luz quería hacerlo muy bien, así que decidió practicar para cuando le llegara el turno. Miró las palabras concentrada. Veía las letras, veía una “p”, veía una “a” …, pero por mucho esfuerzo que hacía, no conseguía leer la palabra completa. ¿Qué estaba pasando? No podía ser, lo intentó otra vez: “p” … “a” … Los demás niños iban leyendo sin problemas, pero ella ¡nada! No podía leer lo que estaba escrito, ¡y le iba a tocar ya su turno!

“A ver”, pensó Luz, “si cuento cuántos niños faltan… 1, 2, 3, 4… pues me va a tocar la misma palabra que a Paula. Voy a prestar mucha atención a lo que lea ella y digo lo mismo.”

Entonces Paula leyó en alto:

—Pata.

Y Luz, tres niños después, repitió:

—Pata.

La profesora movió la cabeza en señal de aprobación y dijo:

—Muy bien, Luz.

Pero no, no estaba bien. Luz sabía que no había conseguido leer aquella palabra por sí misma, aunque la profesora no se hubiera dado cuenta.

Desde ese día, Luz pensó que era menos inteligente que el resto de sus compañeros. Así que decidió aprenderse las palabras de memoria para que nadie notara que en realidad no las podía leer bien.

Con el tiempo, los cursos empezaron a ser más y más difíciles y llegó un momento en que aquello dejó de funcionar y Luz empezó a sacar malas notas, porque te puedes aprender algunas cosas de memoria, pero todo, todo… ¡fiuf!

Ella se esforzaba muchísimo, porque quería ser como los demás, y practicaba en los recreos, practicaba en casa, en la bañera, en la cama, desayunando… pero suspendía.

Su sueño de ser investigadora estaba cada vez más lejos –¡Ah! sí, que no os lo había contado, Luz quería ser investigadora, como Marie Curie, pero ¿cómo iba a ser investigadora si ni siquiera era capaz de leer y escribir bien? –.

—Quizá es que no es muy lista —comentaban unos.

—Yo creo que es despistada —afirmaban otros.

—Nada de eso, no lo entendéis —dijo un día una profesora muy perspicaz—. Lo que le pasa a Luz es que tiene dislexia.

—¡¿Que tiene qué?! —se oyó en todo el colegio.

—Dislexia —repitió la profesora—. Es una dificultad específica del aprendizaje que afecta a la lectura y a la escritura, pero no afecta a la inteligencia.

—¿Cómo? Entonces, ¿soy tan inteligente como el resto de mis compañeros? —preguntó Luz.

—Claro —respondió la profesora—, tu cabeza es tan normal como la de cualquier persona, solo que tienes una dificultad para leer y escribir, pero no te preocupes porque tiene solución: con trabajo específico y esfuerzo, llegarás a ser lo que quieras en la vida.

—¿Podré ser investigadora?

—Podrás ser lo que quieras si te esfuerzas, como todo el mundo.

Y ¿sabéis qué? Que aquella profesora tenía razón. Porque ahora Luz es licenciada en Lingüística –¡una chica con dislexia! –, doctora en Ciencias de la Computación y… tachán, tachán ¡investigadora!

Trabaja con inteligencia artificial y crea aplicaciones informáticas que ayudan a los niños y a las niñas con dislexia a superar sus dificultades, para que puedan ser en sus vidas todo aquello que deseen.

—Que nunca se os olvide —nos dice Luz—, si alguien os dice que no podéis, se equivoca.

 

Y así fue cómo Luz Rello, con mucho trabajo y confianza en sí misma, no solo superó su dificultad, sino que hizo de ella una oportunidad para mejorar. Luz se ha convertido en una de las personas que más sabe sobre la dislexia del mundo y ha dedicado todos sus esfuerzos para lograr que la dislexia no impida a ningún niño o niña seguir aprendiendo y alcanzar sus metas.

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Luz Rello

Nacida en Madrid en 1984, Luz Rello es investigadora, doctora por la Universidad Pompeu Fabra. Estudió Lingüística en la Universidad Complutense de Madrid, especializada en Procesamiento del Lenguaje Natural y Tecnologías del Lenguaje Humano. Autora de numerosas publicaciones, ha recibido numerosos premios y dedica su trabajo al desarrollo de herramientas y modelos de trabajo para ayudar la educación de los niños con dislexia.