Cecilia Böhl de Faber, la escritora que
perdió su nombre

CUENTO: CARMEN MORILLO | ILUSTRACIÓN: LUCÍA SALABERRI

María era nueva en el cole. Su madre había encontrado un nuevo trabajo en otra ciudad y no les quedó más remedio que mudarse ¡otra vez! Valiente rollo. Menos mal que de camino a la escuela había visto una fantástica pista de skate. Ya le salía el shove-it y soñaba con aprender los melongrap de Javi. En unos días, podría ir con su tabla por el carril-bici… Y ese pensamiento la hizo sonreír.

Al entrar en el aula acompañada por la profesora, notó el peso de todos aquellos ojos mirándola con curiosidad.

—Os presento a María, vuestra nueva compañera —dijo la profesora alzando la voz sobre el murmullo, al tiempo que señalaba un pupitre vacío— Vive muy cerca, en la calle Fernán Caballero, como algunos de vosotros. Hoy vamos a hablar un poco sobre esto: ¿Alguien puede decirme quién fue Fernán Caballero?

El aula quedó en silencio. ¿Sería un médico, un político, un abogado, un rey…? se preguntaban unos y otros sin atreverse a hablar.

—Bien, —continuó la profesora— después del recreo, iremos a la biblioteca del colegio para buscar en grupos información sobre este personaje histórico. Creo que os vais a llevar una gran sorpresa. Ahora, sacad el libro de matemáticas y abridlo por la página 15…

Cuando regresaron de la biblioteca, la profe se cruzó de brazos…

—Y bien, ¿qué podéis contarme ahora de Fernán Caballero?

Germán rompió el hielo para explicar que, en realidad, era una escritora del siglo XIX llamada Cecilia Böhl de Faber, que había vivido en muchas partes del mundo, pero sobre todo en Cádiz y Sevilla, donde murió con más de ochenta años.

—Sí, nació en Suiza y vivió en Alemania. Llegó a España con diecisiete años.

—Y ¡Hablaba varios idiomas y, siendo muy joven, publicaba sus novelas en los periódicos! ¡Su vida parece sacada de una de sus novelas! —exclamó Rocío, a quien le parecía genial que viviese rodeada de flores, gatos y pájaros, escribiendo mientras se atiborraba de dulces.

—Era muy observadora, escribía con un estilo totalmente nuevo sobre la gente y las cosas que le rodeaban, reflejaba cómo hablaban y se comportaban los españoles de la época y sus costumbres… No le hacía ni pizca de gracia que el progreso acabase con las tradiciones —afirmó una elocuente Julia.

Paula había descubierto que, durante muchísimo tiempo, se consideró que la literatura era cosa de hombres y que, para que las tomasen en serio, las escritoras adoptaban nombres masculinos. Cecilia eligió el de un pueblo manchego y, ocultando su verdadera identidad, consiguió hacerse famosa.

María levantó la mano con timidez. Pensaba en sí misma, casi siempre la única niña en la pista de skate:

—Es muy injusto —dijo— que el nombre de una escritora tan importante se haya perdido y ahora solo se recuerde su seudónimo. Propongo pedir al Ayuntamiento que cambie el nombre de la calle y que junto a Fernán Caballero figure también el de Cecilia Böhl de Faber.

Se hizo el silencio. Todos miraban a María fijamente. De pronto, alguien de entre todos aquellos compañeros empezó a aplaudir y entonces, toda la clase aplaudió con entusiasmo.

Y así fue como, tras un nombre masculino, Cecilia Böhl de Faber se convirtió en una escritora clave que contribuyó a renovar el arte de novelar, que había perdido el brillo que tuvo en la Edad de Oro de la literatura, y abrió camino a la gran novela española del siglo xix.

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Cecilia Böhl de Faber

Cecilia era el nombre real de la escritora que se escondía bajo el pseudónimo de Fernán Caballero. Nacida en Suiza (hija del cónsul español) en 1796, fue pionera de la novela realista en nuestro país y La Gaviota, publicada en 1849, inaugura un ciclo narrativo que abrirá el paso a la gran novela española de la segunda mitad del siglo XIX.