Clara Campoamor, la defensora de las mujeres
Había una vez una niña que era muy traviesa, se llamaba Clara.
Sus padres la mandaron a un internado y allí creó una sociedad secreta con algunas compañeras de su confianza: tenían que conseguir comida, aprovechando cualquier descuido de las monjas, para montarse banquetes a escondidas por las noches. ¡Qué bien se lo pasaba Clara en el colegio estudiando e inventando juegos!
Pero cuando tenía doce años su padre murió y su vida cambió de repente. La madre de Clara montó a toda prisa un taller de costura para mantener a sus hijos. Ella tuvo que dejar el colegio para ayudarla y las dos se pasaban día y noche entre telas, hilos y agujas. Cuando tenía un minuto libre, Clarita hacía lo que más le gustaba: leer todo lo que caía en sus manos.
—¡Cuánto me gustaría poder seguir estudiando! —pensaba Clara concentrada para no pincharse con la aguja.
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Nadie se podía imaginar al verla así lo que lograría esa niña en la vida contando solo con sus armas: curiosidad, pasión y mucha determinación.
Cuando se hizo mayor, Clara consiguió un puesto de telegrafista y en aquel trabajo empezó a hacerse muchas preguntas: ¿Por qué las mujeres no van a la universidad? ¿Por qué los jefes son siempre hombres? ¿Quién dijo que las mujeres seamos inferiores?
—¡De eso nada! ¡Esto tiene que cambiar! —dijo Clara decidida.
Y como no había muro que la hiciera detenerse ni obstáculo que no pudiera saltar, se puso manos a la obra para alcanzar su sueño. Trabajó mucho, consiguió el dinero necesario para ir a la universidad y se hizo abogada. Con su título en la mano, se atrevió con algo extraordinario para una mujer en aquella época, abrió su propio despacho.
—Ahora podré defender a las mujeres que sufren injusticias —pensó Clara muy contenta.
Pero se dio cuenta de que, para hacer justicia, necesitaba cambiar las leyes que no reconocían los mismos derechos a las mujeres y a los hombres y que, por ejemplo, no permitían a las mujeres votar.
Como veía que los hombres no estaban por la labor, se propuso llegar al Parlamento para tomar parte en esas decisiones tan importantes y salió elegida diputada. Allí, Clara defendió sus ideas sola frente a un mundo de hombres, pero creía tanto en lo que defendía y con tanta determinación lo hizo, que alzó su voz por encima de todas las demás y logró lo impensable, ¡el derecho al voto para las mujeres!
Y así fue como esta luchadora hizo justicia a las mujeres y consiguió que, por primera vez en España, pudieran votar.