Emilia Pardo Bazán, la escritora que se metía en todo
Emilia nació en una casa llena de libros en A Coruña y, cuando aprendió a leer, sus padres le dejaron meter su naricilla en todos los que quiso. Vaya cosa, pensarás, a mí también me dejan abrir todos los cuentos que quiero. Ya, claro, pero es que, en 1851, que es cuando nació Emilia, las niñas no podían leer cualquier cosa ni estudiar lo que quisieran.
La familia de Emilia era rica y sus padres le procuraron una educación nada habitual para las niñas de la época. Hablaba varios idiomas y viajó por todo el mundo, pero en vez de convertirse en una señorita refinada lista para bailar con apuestos jóvenes en los salones de la época, Emilia fue una revolucionaria. Una provocadora. Se convirtió en escritora, ¡una muy buena!, tanto que los grandes autores del momento no tuvieron más remedio que reconocer su mérito, aunque muchos la rechazaron porque envidiaban su talento.
La obra más conocida de Emilia se llama Los pazos de Ulloa y es muy importante en la historia de la literatura europea porque, hasta entonces, la mayoría de las novelas que se publicaban eran relatos de amor romántico que poco tenían que ver con lo que de verdad pasaba en el mundo. Emilia había aprendido en sus viajes que también podía inventar libros que contaran la vida de las fábricas y de los obreros, las cosas de la gente, y eso fue lo que más le gustó hacer.
Con esas novelas, Emilia se convirtió en el altavoz de todas las mujeres de la época, que vivían atrapadas en un mundo en el que los hombres dictaban qué tenían que hacer, decir e incluso pensar. Y aquello, claro, fue un escándalo. Emilia se había casado a los diecisiete años con un joven rico como ella. Tuvieron tres hijos. Pero su esposo no pudo soportar que su mujer causara un alboroto tras otro con sus libros, sus críticas literarias, sus artículos periodísticos y en las conferencias, repletas de intelectuales, en las que participaba. De ella decían algunos que siempre se estaba metiendo en todo. Así que al final su marido le pidió que dejara de escribir y, como ella se negó, se separaron.
Emilia siguió escribiendo novelas en las que las mujeres protagonistas se comportaban como lo hacían los hombres y, por ejemplo, se saltaban las normas que les prohibían ir a una verbena con un chico que no fuera su marido o tener un novio que no hubiera elegido su familia.
Era una mujer con una fuerte personalidad y nunca se dejó acobardar por las críticas. En 1906 fue nombrada presidenta de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, la primera mujer en ocupar este cargo. Sin embargo, no consiguió nunca que la eligieran miembro de la Real Academia Española porque estaba prohibido. La primera mujer que lo logró fue otra escritora, pero ya en 1979, mucho después de que doña Emilia, que es como se la conoce en todo el mundo, muriera a causa de una gripe.
Y así fue como Emilia Pardo Bazán utilizó sus privilegios sociales y culturales para convertirse no solo en una de las grandes escritoras de finales del siglo XIX y principios del XX sino también para reivindicar y defender los derechos de las mujeres.