Elena Asins y el alma de las máquinas

CUENTO: MYRIAM GONZÁLEZ | ILUSTRACIÓN: MARTA GALLEGO RUIZ

Desde muy pequeña a Elena le gustaba crear con su mente y con sus manos: escribía, pintaba, dibujaba o tocaba el piano. Pero Elena no era una persona como las demás y con el tiempo, la inspiración empezó a llegarle a través de cosas que la mayoría consideraba raras y excéntricas, como las matemáticas o la geometría.

Poco a poco, Elena empezó a relacionarse con otras personas que tenían intereses como los suyos. Un día, cuando era ya una estudiante de la Escuela de Bellas Artes, llegó al Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid y allí vio por primera vez el aparato que le cambiaría la vida para siempre: una computadora.

Lo que Elena había visto por primera vez en realidad era un ordenador, pero uno de los de hace más de cincuenta años. En aquella época, los ordenadores eran unas máquinas que ocupaban muchísimo espacio. Las habitaciones donde se instalaban eran enormes y estaban llenas de cables, placas y chips.

Con aquellas computadoras se podían hacer muy poquitas cosas, pero algunos jóvenes investigadores pensaban que esas colosales máquinas llegarían a revolucionar y cambiar el mundo ¡Y tenían razón! Elena conoció a alguno de estos expertos y eso le ayudó a encontrar en esos gigantes cacharros un filón de ideas nuevas.

—Voy a hacer arte generado por ordenador —pensó entusiasmada.

Para poder aprender todavía más sobre estas máquinas decidió viajar a París, Alemania y Estados Unidos, donde las computadoras eran más comunes que en España. Aún así, no fue fácil. Cuando se presentó a una beca para estudiar sobre estas nuevas tecnologías en una prestigiosa universidad americana el jurado le preguntó:

—¿Para qué quiere una artista una máquina?

—¿Cómo que para qué? —pensó Elena—¡Pues para entender el mundo!

Aunque aquellos señores no pudiesen entenderlo, ella la necesitaba. Todos estos impedimentos no la frenaron y durante años creó un montón de obras de arte en las que volcó todo aquello que había aprendido.

Aquellas máquinas llegaron a ser para ella algo fundamental y solía bromear sobre ello:

—Las máquinas tienen su almita, su manera de interpretarte y de hablarte. Yo a mi ordenador también le hablo y le llamo de todo.

Los trabajos de Elena Asins no tiene mucho color. Solo líneas y formas geométricas de una perfección matemática, y algunos están casi vacíos.

No fue pintora ni escultora ni escritora y fue todas esas cosas a la vez: sus obras son cuadros, y también poemas visuales, instalaciones y esculturas de formas puras y enigmáticas.

No son muy sencillas de entender, porque no lo muestran todo y buscan la esencia de las cosas, del alma y del mundo… tratan sobre álgebra, geometría y secuencias matemáticas, pero también sobre filosofía y sobre los mitos antiguos y la prehistoria.

Fue tan radical y experimental en esa búsqueda, que su trabajo no era muy conocido y, lo que es peor, no demasiado apreciado. Elena tuvo muchas veces la sensación de que nadie la entendía:

—Soy un poco bicho raro, pero voy a seguir haciendo lo que me gusta. Lo que me pide mi cuerpo y mi alma.

Y se fue a vivir a un pueblo de Navarra, lejos de todo y rodeada de naturaleza para poder dedicarse plenamente a su trabajo. Aquel paisaje sombrío le encantaba porque le ayudaba a concentrarse.

Pasaron los años y cada vez más jóvenes artistas y críticos de arte empezaron a ver que su obra era realmente brillante. Ya mayor, cuando llevaba cerca de veinte años viviendo en Navarra, empezaron a llegarle los premios. Hasta el Museo Reina Sofía le dedicó una exposición en la que se reunían sus trabajos más importantes. Ella agradeció todos estos premios, pero también dijo que quizás habían llegado “un poquito tarde”.

Elena era generosa y amaba el arte, así que, pese a todo, antes de morir decidió que quería que sus trabajos pudiesen ser apreciados por todo el mundo. Por eso donó toda su obra al Museo Reina Sofía, donde ahora existe una sala dedicada exclusivamente a ella.

Y así fue como Elena Asins, con gran perseverancia y esfuerzo, consiguió crear de una forma única y al margen de las modas una obra artística que hoy se considera una de las pioneras del arte asistido por ordenador en España.

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Nacida en Madrid en 1940, Elena Asins fue artista plástica, escritora, conferenciante y crítica de arte. Fue una de las primeras creadoras españolas en utilizar la tecnología como aliada del arte. Falleció en la localidad navarra de Azpíroz el 14 de diciembre de 2015.