Federica Montseny, la primera ministra de España
Federica no quiere tocar el piano. No le gusta. Lo aporrea más bien. Tiene solo siete años, pero las ideas muy claras. Prepara discursos que recita ante su abuela y su perrita Ketty. Entonces, su público más fiel.
Federica sabe leer, escribir y muchas cosas más, porque su madre se las ha enseñado. La madre de Federica es maestra y no quiere que su hija acabe en un colegio de curas o monjas donde aprenda a ser solo una buena esposa. Así que, la niña no va a la escuela, pero crece rodeada de libros, muchos libros, y también de periódicos, revistas y obras de teatro.
La casa de Federica es diferente a las de las niñas de su edad. Sus padres publican una revista con ideas que no son muy bien vistas: defienden a los obreros y molestan al poderoso. Hablan de libertad, igualdad y solidaridad, y construyen en su hogar un mundo de ideas libertarias que van calando en Federica como el agua en un día de lluvia.
Y en este ambiente, Federica se convierte en una joven despierta y llena de energía que no tiene la cabeza para bailes ni vestidos cuando afuera, en la calle, hay miseria, opresión y guerra.
—La justicia es injusta si está al servicio de los poderosos —piensa desde bien pequeña, al ver cómo persiguen y hasta encarcelan a su padre y sus amigos por las ideas que defienden.
Y aunque Federica a veces siente mucho miedo y teme que la maten a ella o a su familia, como han hecho con otros compañeros, decide que va a luchar por sus ideales porque ella también quiere cambiar el mundo. Con solo doce años ya acompaña a su padre a tertulias y mítines. Con quince empieza a escribir sus propios artículos y novelas. Y con dieciocho se une a la CNT, el gran sindicato anarquista: la Organización.
—Eres muy trabajadora, pero demasiado lista. Así no te vas a casar nunca —le dicen los muchachos con un poco de lástima. A lo que ella contesta indomable y con soltura:
—No quiero casarme si eso significa tener que abandonar mis ideas y mi trabajo en la Organización. El amor solo puede ser desinteresado y libre.
Ese amor lo encuentra en Germinal, compañero y padre de sus tres hijas. Otro luchador como ella que le apoya en su trabajo.
Poco a poco se convierte en una voz destacada en la Organización. Y la Federica que de chica daba discursos en el salón de su casa, recorre ahora los pueblos desde Andalucía hasta Galicia y llena las plazas allí por donde pasa.
—Ya viene la mujer que habla —dicen al verla llegar, sorprendidos de que una mujer se suba a la tribuna.
Pero entonces llega la guerra civil y Federica vive un momento decisivo: le proponen ser ministra de Sanidad y Asistencia Social. La decisión no es fácil porque el cargo representa todo aquello en lo que ella no cree: el Estado como forma de poder.
—Estamos en guerra: unos batallan en el frente y otros en el Gobierno. Si tú no aceptas, el golpe que representa nombrar a una mujer por primera vez en la historia de España para un cargo como éste, perderá todo el efecto -le dicen algunos de sus compañeros.
Después de la guerra se exilió a Francia donde permaneció el resto de su vida. Nunca dejó de defender sus ideas y siempre vivió siendo libre.
Y así fue cómo Federica, luchadora e indomable, se convirtió en la primera mujer ministra en España y una de las primeras en Europa.