Hara, la maga de la música electrónica

CUENTO: ANA GAITERO | ILUSTRACIÓN: JAVIER TASCÓN

Cada vez que tocaba una tecla saltaban las flores por el aire y las notas bailaban en la pantalla de plasma. Cada vez que sus dedos acariciaban una negra o una blanca, el universo se estremecía. Una lágrima se fundía con el brillo del sol y nacía el arcoíris.

Pensaréis que os hablo de una maga y de pócimas estrafalarias… Se trata solo de una niña a la que su padre bautizó con agua sagrada del monte Teleno y a la que su madre, por las noches, le susurraba cuentos que le había contado la abuela y que a su vez la abuelita había escuchado a la bisabuela. Una historia del principio de los tiempos… que transcurre en la era de internet y los robots.

A Hara le pusieron nombre de flor, pero con hache. Una señal de que la música de su vida se escribiría en pentagramas por inventar. Cuando empezó a tocar el piano apenas levantaba un palmo del teclado. Era divertido enseñar a sus dedos a moverse a las órdenes de las partituras.

Hara lo pasaba muy bien en su pequeña ciudad maragata. Tenía amigos y amigas. Y curiosidad por todo. Leía, escribía, pintaba y jugaba a construir casas, personajes y ciudades con los ladrillos de sus Lego. Cada pieza formaba parte de un sistema, como una sinfonía. Se le daban bien las matemáticas, le gustaba cantar y bailar. Quería probar. Experimentar.

Todos sus discos estaban llenos de voces de chicos, pero en casa había un eco más poderoso. Las canciones de su abuela Dominga, que siempre le hablaba «de antes»:

—Cuando yo era moza, las gentes cantaban mientras recogían el trigo. La música era parte de la vida y no una parte de la vida —decía la abuela Dominga a su nietecilla.

Al fin, Hara se hizo mayor.

—¿Qué estudio? —se preguntó— ¡Menudo dilema! Me gustan tantas cosas…

Entonces miró al piano y se dio cuenta de que era lo que más le gustaba y lo que mejor se le daba. Y se dijo:

—¡Ya está! Lo he decidido. ¡Voy a estudiar música!

Así que se fue a una bella ciudad mesetaria. Allí sintió por primera vez el dolor de tocar. Pero siguió arriesgando. Al terminar la carrera, cual ave migratoria, emprendió el vuelo al norte.

Vivió mil aventuras y aprendió otras músicas que nunca antes había escuchado. Transformó algoritmos en notas que volaban de la partitura y sonaban como querían. Piano y ordenador hablaban con ella y entre sí. ¡Qué emoción! Como una danza, un diálogo mujer-máquina. Ingeniería musical.

Y así es como Hara se ha convertido en una pianista, intérprete y compositora de música electrónica que se abre camino, como muchas chicas en Europa, en un mundo que hasta ahora era solo de chicos. A Hara la educaron sin miedo a mirarse en el espejo de los deseos. Y eligió ser libre y feminista. Y a tres mil kilómetros de casa comparte el norte con una bailarina. Pura música.

"Para mí, si el instrumento es la prolongación del cuerpo, el cuerpo del músico es el instrumento primero".
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La protagonista

Hara Alonso
Es pianista, compositora y diseñadora sonora. Colabora en proyectos multimedia, danza, video arte y performance.
Nació en Astorga, León, en 1990.