Lola Flores, el arte que sale del corazón

CUENTO: MARÍA GARRIDO | ILUSTRACIÓN: MARÍA DE LA MARERÍA

Cuando Lola Flores todavía no sabía caminar ya bailaba: ella quería ser artista. Había nacido en un pueblo de Jerez y, antes de cumplir 10 años, todos los vecinos habían ido a verla actuar en la taberna de su padre. Con 15 hacía giras por Andalucía y a los 17 convenció a su familia de mudarse a Madrid.

–Mamá, papá, llevadme a Madrid. En una ciudad grande encontraré mi oportunidad.

Lola no tenía una voz muy bonita, ni siquiera entonaba bien. Pero enseguida adivinó que si a la vez que taconeaba era capaz de cantar, conseguiría ser como las artistas que veía en las fotos de las revistas.

Así que cantó. Cantó sin importarle si las notas se le amontonaban en la garganta o se movían de su sitio mientras ella agitaba su melena y el vestido de lunares. Cantó, aunque algunos decían que solo hablaba. Decidió que iba a mirar siempre al público. Y a sonreírle. Y a hablarle. Y a guiñarle el ojo. Y a hacer flamenco sobre el escenario. Pero el flamenco que a ella le daba la gana:

Ay, pena, penita, pena, pena

Pena de mi corazón

Que me corre por las venas, pena

Con la fuerza de un ciclón

En aquella época, tener más de un novio era pecado y los pecados eran delito, pero ella los tenía de tres en tres. También era un tiempo en el que las mujeres apenas ganaban dinero, aunque Lola peleaba hasta conseguir contratos millonarios. Todos empezaron a llamarla “La Faraona” porque era tremenda y solía lograr lo que se proponía.

Triunfó tanto y llegó tan lejos que la primera vez que actuó en Nueva York el periódico más importante del mundo habló de ella: «No canta ni baila, pero no se la pierdan», publicaron.  Puede que no sean palabras muy bonitas, pero ella las convirtió en la manera de explicarse a sí misma: «No soy la mejor en nada, pero sí soy una gran artista», decía convencida de que hacer las cosas perfectas es menos importante que hacerlas con el corazón.

Lola tenía una hija que se llamaba Lolita. Cuando Lolita iba a casarse se le escapó por la tele que todos los españoles estaban invitados a su boda y, claro, la Iglesia se llenó. Miles y miles de personas querían entrar y allí no se podía respirar. La Faraona cogió el micrófono del cura y se dirigió a la multitud:

–Mi hija no se puede casar. Así que si me queréis a mí, marcharse. ¡Si me queréis algo, irse!

Lola lo soltó con el corazón. No sabía su frase sería tan famosa como ella ni que un país entero la repetiría. Desde entonces, «¡si me queréis, irse!» es la forma más divertida de decirle a alguien que se vaya de algún sitio.

 

Y así fue como Lola Flores, aquella niña que antes de andar ya bailaba, se convirtió en Lola de España y demostró que el mayor secreto del artista es actuar con su corazón.

“¿Sabes por qué yo estoy guapa? Porque el brillo de los ojos no se opera, porque lo que sientes por dentro te sale a flor de piel”.
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La protagonista

Lola Flores

Cantante, bailaora y actriz.
También conocida como Lola de España o La Faraona.
Nació en Jerez de la Frontera, Cádiz, en 1923.