Maite Mendióroz, la detective del cerebro

CUENTO: RAQUEL MARTOS | ILUSTRACIÓN: LUPE CRUZ

Cuando Maite era niña y le regalaban alguna muñeca, no se fijaba solamente en el vestidito o en el peinado porque lo que más le interesaba era algo que no podía ver: el contenido de su cabeza. Mayte se preguntaba qué habría ahí dentro. ¿Las muñecas tendrían la cabeza llena de pensamientos, como ella?, ¿guardarían allí sus sueños?, ¿almacenarían los recuerdos de su mejor verano, de las canciones del cole, de la primera vez que montaron en bici?

Un día, en la escuela, aprendió que las muñecas no podían pensar, soñar o almacenar recuerdos porque ellas no tenían una cosa importantísima que los humanos tenemos dentro de la cabeza: el cerebro.

¿Qué sería eso del cerebro? Maite sintió tanta curiosidad que una tarde, a escondidas, se subió a una silla para alcanzar la enciclopedia que estaba en la librería del salón de su casa y se puso a buscar por la letra «c».

Cuando descubrió que el cerebro, eso que parecía una nuez pelada, era el gran jefe de nuestro cuerpo, que es él quien da las órdenes y que, si no le pide a nuestra lengua que salga de la boca, no podemos hacer burla y si no ordena a nuestras piernas que salten, no podemos tirarnos a la piscina desde el bordillo, quedó fascinada.

Maite, entusiasmada, corrió a preguntar a los mayores por su nuevo descubrimiento, pero todos le respondían con las mismas palabras:

—¿El cerebro? Es un misterio, se sabe muy poco de él.

Como era una niña inquieta y le encantaba desvelar enigmas, decidió que de mayor se haría experta en cerebros, intentaría saberlo todo de ellos y trataría de curar sus males. Así que estudió mucho y se convirtió en una gran neuróloga e investigadora.

Hoy Maite dirige un laboratorio muy importante en Navarra. Allí ella y su equipo investigan para poder curar los cerebros dañados. Su sueño es llegar a conseguir que ninguna persona pierda sus recuerdos y que todos podamos acordarnos de nuestro mejor verano, de las canciones que aprendimos en el cole y del día en que montamos en bici por primera vez.

Y así fue como Maite Mendioroz llegó a ser neuróloga y se convirtió en una investigadora del cerebro.

“Me incliné por esta rama porque para mí el cerebro es uno de los mayores enigmas del cuerpo y es un órgano esencial para la vida del ser humano”.
COMPARTIR ESTE CUENTO
La protagonista

Maite Mendioroz

Neuróloga, dirige el Laboratorio de Epigenética-Alzhéimer de Navarrabiomed