Rosalía, la niña que podía hacerse invisible
Había una vez una niña que se llamaba Rosalía. Su papá nunca vivió con ella, y la niña creció con la tristeza de ser invisible a los ojos de un padre. En sus primeros años, a Rosalía también le faltó su madre. No pudieron estar juntas hasta que cumplió cinco años, así que se crió con una tía muy buena en un pueblo de Galicia llamado Padrón. ¡Sí! El de los pimientos, esos que a veces pican y otras no.
Muchos días, deseaba ser invisible de verdad porque así se sentía mejor. Entonces, se metía en su cuarto, se ponía su capa de la invisibilidad, como Harry Potter, y empezaba a escribir cosas que le hacían sentirse bien. Eso la consolaba, porque escribir lo que sientes, aunque parezca mentira, alivia un montón.
—¡Rosalía, no me hables en gallego! —le riñó un día su profesor.
Ella no le contestó, porque era una niña muy dulce y educada, pero se marchó cabizbaja y con muchas preguntas en la cabeza. ¡No entendía nada!
Hacía por lo menos una semana que no veía a Maruxa, la lechera que siempre le regalaba un vaso de leche al salir del cole. Su tía le contó que había tenido que emigrar a América porque vender leche en aquel pueblo no le daba de comer.
Así que Rosalía, invisible otra vez, decidió irse a pasear a su rincón favorito, en las orillas del río Sar, donde escuchaba cantar a los campesinos y podía hablar con los pájaros de todas las injusticias que veía a su alrededor:
—¿Por qué no me dejan hablar en gallego los profes? Y mis vecinos, ¿por qué tienen que cruzar el Atlántico para poder trabajar? ¿Por qué la gente del campo canta esas canciones?
¿Por qué?¿Por qué? ¿Por qué?
Rosalía solo encontraba respuesta a estas preguntas cuando escribía. Lo hacía en gallego, aunque estuviera mal visto, porque era la lengua en la que mejor se expresaba y porque era su manera de rebelarse contra lo que no le gustaba. Las palabras tenían para ella un poder mágico que le hacía sentirse muy poderosa.
—Porque todavía no se les permite a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben.
Por eso escribía. Lo hacía tan bien que se convirtió en una escritora universal, la gallega más leída y traducida de todos los tiempos. Aquella niña que de pequeña se hacía invisible, hoy va volando por el mundo entero en un avión que lleva su nombre: Rosalía de Castro.