María Isidra de Guzmán, la Doctora de Alcalá

CUENTO: VIRGINIA HERNÁNDEZ | ILUSTRACIÓN: ISMAEL RECIO

Una tarde de junio, cuando ya puedes ir en manga corta sin que te digan “esa chaqueta, que vas a coger frío”, Cecilia iba con sus dos hermanos, Marcos y Álvaro, por el barrio de Cuatro Caminos, en Madrid. Mamá tenía que hacer unos recados y habían cogido el Metro. Una, dos, tres, cuatro… y hasta siete estaciones hasta llegar a su destino.

Las gestiones terminaron pronto y entraron a merendar en una cafetería. Cecilia se había fijado en el nombre de una calle: María de Guzmán.

“Tiene que ser alguien importante”, pensó, “seguro que es una gran pintora.”

Mamá, ¿quién es María de Guzmán?

—Cariño, bébete el Cola-Cao, que se te va a quedar frío. Tenemos que volver a casa, que hay que hacer los deberes.

A Cecilia le tocaba el turno del móvil. Entre sorbo y mordisco de tostada, le dijo al buscador: “María de Guzmán”. El teléfono le devolvió unas cuantas búsquedas. Pinchó en un enlace que le contó tantas cosas, que mamá volvió a la carga.

Cecilia, termina la merienda, que la tienes a medias.

Pero la niña seguía leyendo: María de Guzmán era una chica muy lista y se llamaba en verdad María Isidra. Su profesor, Antonio Almarza, le había enseñado tanto que dejaba asombrado al mismísimo rey, Carlos III. En aquellos años, solo los chicos iban a la universidad. Pero ella pudo ser la Doctora de Alcalá.

¿Alcalá?”, pensó Cecilia. “Allí viven los abuelos y los tíos.”

María Isidra tenía diecisiete años cuando el 5 de junio de 1785 respondió muy bien a todas las preguntas que le hicieron los profesores durante una hora y media. La gente aplaudió tanto que, al día siguiente, se celebró un banquete porque María Isidra había sacado unas notas altísimas y había conseguido el título de Doctora.

Mamá, ¿los doctores no son médicos? ¿María Isidra curaba?

Dame el móvil, Ceci, luego lo miramos. Chicos, ¿tenéis los billetes a mano?

De vuelta en casa, Cecilia cogió de nuevo el móvil.

¿Ya estás otra vez?, pero ¿qué estás mirando? preguntó mamá impaciente.

—Mamá, la Doctora de Alcalá no era médico, sino que sacó sobresaliente como catedrática de Filosofía. Hablaba varios idiomas y tenía una memoria de elefante.

—¿Ah sí?, vaya…—dijo sorprendida mamá—. Es muy interesante, cariño.

Cecilia, el móvil me toca a mí—anunció Álvaro.

No le toca a ninguno—resolvió mamá—. ¡A la ducha y a cenar!

Cecilia siguió pensando en María Isidra un rato más y se dijo: “Yo de mayor voy a ser pintora y mis cuadros se colgarán en todos los museos”.

Y así fue cómo la Doctora de Alcalá consiguió ser la primera española en conseguir este título universitario. En Alcalá de Henares, la ciudad donde logró su hazaña, hay un colegio y un instituto que toman prestado su nombre. Muchos niños saben así quién es María Isidra de Guzmán.

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María Isidra de Guzmán

Nacida en Madrid el 31 de octubre de 1767, María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda, conocida como 'la doctora de Alcalá' fue la primera mujer que consiguió en España el título de doctor y de académico de la lengua.

Gloria Fuertes, la poeta

CUENTO: CHARO MARCOS | ILUSTRACIÓN: RAQUEL HERNANZ

Érase una vez una familia que, en vez de una niña, tuvo una poeta. La poeta se llamaba Gloria. A los tres años, Gloria aprendió a leer y enseguida escribió sus primeras poesías, aunque a su madre aquel lío de palabras no le gustaba nada:

—Gloria, deja esas tonterías y ponte a barrer la casa —le decía.

—Estaba doña Loba,

barriendo con su escoba,

la puerta de su guarida… —respondía ella. Alguna vez se ganó un bofetón.

La familia de Gloria era muy pobre. Tanto, que el primer libro que tuvo fue uno que se hizo ella misma: escribió los cuentos, dibujó las ilustraciones y cosió las páginas con hilo y aguja para unirlas entre sí y que no salieran volando. Tampoco había para juguetes. El primero fue una bicicleta que robó en el parque del Retiro y que le duró poquísimo porque los chicos de su barrio se la quitaron enseguida. Así aprendió que las cosas que uno consigue sin esfuerzo no sirven de nada.

Pero Gloria se esforzó. Se esforzó muchísimo. A los quince años leía sus poesías en la radio y poco después, empezó a publicarlas en periódicos y revistas. Pero entonces le pilló la guerra. Quiso ir a pararla, pero como no la dejaron, decidió escribir poemas que la contaran y que contaran también su vida y la de otras muchachas que, como ella, crecieron en una España partida por la mitad.

Apenas fue a la escuela, pero se preparó y consiguió un título y un trabajo de secretaria en una oficina para ser una mujer independiente. Y mientras tecleaba en su escritorio, mandaba cartas y cumplía con su obligación, a ratos, o de noche, seguía inventando versos llenos de emoción, de tristeza, de amor, y de humor.

Gloria era delgada y algo enfermiza, pero poco a poco se convirtió en una mujer enorme: su cuerpo tuvo que crecer mucho para que dentro le cupiera el corazón, que era más grande que ella.

Gloria la poeta se puso pantalón y una corbata y se paseó por todo Madrid en una moto saludando a los escritores de la época, que la respetaban un montón. Empezó a estudiar inglés, se echó una novia a la que quiso muchísimo, el amor de su vida. Se fue a Estados Unidos y se hizo hippy y pacifista y, aunque nunca fue a la universidad, llegó a enseñar poesía en una de ellas.

Y resulta que Gloria, además de escribir poesías para los mayores, inventó también un sinfín de poemas para los pequeños, porque como ella siempre decía:

—A los poetas les pasa lo mismo que a los niños de dos años: son muy buenos, pero no se les entiende nada.

Así que, cuando volvió a España, se convirtió en una estrella gracias a ellos. Gloria leía por la tele sus poemas y los niños de toda España la escuchaban boquiabiertos mientras se tomaban la merienda, porque aquella señora de pelo blanco y muy corto les contaba cosas de la vida como si fueran adultos y no les hablaba como si se hubiesen quedado tontos.

Se sentaba frente a una mesa camilla o en una enorme butaca, abría sus libros y, a través del televisor, enseñaba a los niños a soñar y, mientras les hacía reír, llenaba sus cabecitas de pensamientos y emociones que sus padres ni siquiera sabían que entendían.

También iba a verlos a sus pueblos y ellos acudían entusiasmados para que Gloria les contara una y otra vez la historia de cuando nació, la de La gata chundarata y la de La oca loca y para que les enseñara con sus palabras cómo dibujarlo todo.

Un día de noviembre, cuando tenía ochenta y un años, Gloria no se despertó. Entonces, sus amigos se reunieron en su casa y descubrieron que la poeta había ganado mucho dinero escribiendo y leyendo sus poemas. Y resulta que, la muy cuca, había dejado dicho que toda esa fortuna había que llevarla a La Ciudad de los Muchachos, que es un lugar en el que cuidan a niños y niñas que no tienen dinero o que se han quedado sin papás. Esa fue su forma de devolverles todo el cariño que los pequeños le habían dado.

Y así fue como Gloria Fuertes, con el viento en contra, se convirtió en una de las grandes poetas de la España de los años 50 y todo un icono para más de una generación de niños y niñas que, gracias a ella, aprendieron a soñar mientras rimaban sus palabras.

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GLORIA FUERTES

Nacida en Madrid el 28 de julio de 1917, Gloria Fuertes fue una poeta ligada al movimiento literario de la Primera generación de posguerra, que la crítica ha unido a la Generación del 50​​ y al movimiento poético denominado postismo. Fue un personaje muy popular gracias a la poesía infantil, que la llevó a la televisión. Murió en Madrid el 27 de noviembre de 1998.

Elena Asins y el alma de las máquinas

CUENTO: MYRIAM GONZÁLEZ | ILUSTRACIÓN: MARTA GALLEGO RUIZ

Desde muy pequeña a Elena le gustaba crear con su mente y con sus manos: escribía, pintaba, dibujaba o tocaba el piano. Pero Elena no era una persona como las demás y con el tiempo, la inspiración empezó a llegarle a través de cosas que la mayoría consideraba raras y excéntricas, como las matemáticas o la geometría.

Poco a poco, Elena empezó a relacionarse con otras personas que tenían intereses como los suyos. Un día, cuando era ya una estudiante de la Escuela de Bellas Artes, llegó al Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid y allí vio por primera vez el aparato que le cambiaría la vida para siempre: una computadora.

Lo que Elena había visto por primera vez en realidad era un ordenador, pero uno de los de hace más de cincuenta años. En aquella época, los ordenadores eran unas máquinas que ocupaban muchísimo espacio. Las habitaciones donde se instalaban eran enormes y estaban llenas de cables, placas y chips.

Con aquellas computadoras se podían hacer muy poquitas cosas, pero algunos jóvenes investigadores pensaban que esas colosales máquinas llegarían a revolucionar y cambiar el mundo ¡Y tenían razón! Elena conoció a alguno de estos expertos y eso le ayudó a encontrar en esos gigantes cacharros un filón de ideas nuevas.

—Voy a hacer arte generado por ordenador —pensó entusiasmada.

Para poder aprender todavía más sobre estas máquinas decidió viajar a París, Alemania y Estados Unidos, donde las computadoras eran más comunes que en España. Aún así, no fue fácil. Cuando se presentó a una beca para estudiar sobre estas nuevas tecnologías en una prestigiosa universidad americana el jurado le preguntó:

—¿Para qué quiere una artista una máquina?

—¿Cómo que para qué? —pensó Elena—¡Pues para entender el mundo!

Aunque aquellos señores no pudiesen entenderlo, ella la necesitaba. Todos estos impedimentos no la frenaron y durante años creó un montón de obras de arte en las que volcó todo aquello que había aprendido.

Aquellas máquinas llegaron a ser para ella algo fundamental y solía bromear sobre ello:

—Las máquinas tienen su almita, su manera de interpretarte y de hablarte. Yo a mi ordenador también le hablo y le llamo de todo.

Los trabajos de Elena Asins no tiene mucho color. Solo líneas y formas geométricas de una perfección matemática, y algunos están casi vacíos.

No fue pintora ni escultora ni escritora y fue todas esas cosas a la vez: sus obras son cuadros, y también poemas visuales, instalaciones y esculturas de formas puras y enigmáticas.

No son muy sencillas de entender, porque no lo muestran todo y buscan la esencia de las cosas, del alma y del mundo… tratan sobre álgebra, geometría y secuencias matemáticas, pero también sobre filosofía y sobre los mitos antiguos y la prehistoria.

Fue tan radical y experimental en esa búsqueda, que su trabajo no era muy conocido y, lo que es peor, no demasiado apreciado. Elena tuvo muchas veces la sensación de que nadie la entendía:

—Soy un poco bicho raro, pero voy a seguir haciendo lo que me gusta. Lo que me pide mi cuerpo y mi alma.

Y se fue a vivir a un pueblo de Navarra, lejos de todo y rodeada de naturaleza para poder dedicarse plenamente a su trabajo. Aquel paisaje sombrío le encantaba porque le ayudaba a concentrarse.

Pasaron los años y cada vez más jóvenes artistas y críticos de arte empezaron a ver que su obra era realmente brillante. Ya mayor, cuando llevaba cerca de veinte años viviendo en Navarra, empezaron a llegarle los premios. Hasta el Museo Reina Sofía le dedicó una exposición en la que se reunían sus trabajos más importantes. Ella agradeció todos estos premios, pero también dijo que quizás habían llegado “un poquito tarde”.

Elena era generosa y amaba el arte, así que, pese a todo, antes de morir decidió que quería que sus trabajos pudiesen ser apreciados por todo el mundo. Por eso donó toda su obra al Museo Reina Sofía, donde ahora existe una sala dedicada exclusivamente a ella.

Y así fue como Elena Asins, con gran perseverancia y esfuerzo, consiguió crear de una forma única y al margen de las modas una obra artística que hoy se considera una de las pioneras del arte asistido por ordenador en España.

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Nacida en Madrid en 1940, Elena Asins fue artista plástica, escritora, conferenciante y crítica de arte. Fue una de las primeras creadoras españolas en utilizar la tecnología como aliada del arte. Falleció en la localidad navarra de Azpíroz el 14 de diciembre de 2015.

Caterina Llull i Sabastida, la primera comerciante del Mediterráneo

CUENTO: MARINA SANMARTÍN | ILUSTRACIÓN: ANA MARTÍNEZ LASALA

Hace mucho, mucho tiempo, tanto que aún faltaban unas décadas para que Colón emprendiera su imprevisible viaje a América, nació en Barcelona Caterina Llull. La pequeña Caterina tenía tres hermanos y una hermana, Joana; y aunque no era muy frecuente que en aquella época se enseñara a leer y escribir a las niñas, los padres de Caterina y Joana sí quisieron que sus hijas aprendieran; gracias a ello, las dos hermanas, que estaban muy unidas, pudieron mantenerse en contacto por carta durante toda su vida.

Cuando se hicieron mayores, ambas hermanas se casaron, pero Caterina, cuyo esposo Joan Sebastida era mercader y funcionario real en Sicilia, se fue a vivir a la ciudad de Siracusa.

Caterina tuvo cuatro hijos, un niño y tres niñas, y se convirtió en una mujer resuelta y con una facilidad para la contabilidad que aprovechaba para gestionar las cuentas del hogar. Cuando era pequeña, también le habían enseñado a contar y esto le ayudó mucho en su vida.

Cuando su esposo falleció y la dejó sola con sus cuatro hijos y el negocio familiar, una de las primeras cosas que ella hizo fue escribirle una carta a Joana en la que le explicaba lo siguiente:

—Querida hermana, ¡qué difícil es abrirse paso siendo mujer en el mundo del comercio, que se mueve entre la acción de los hombres y la acción de Dios!

Joana le respondió:

—No te rindas, Caterina, tú eres una mujer valiente y lista, conoces bien el mundo de las mercaderías. Siempre te ha gustado. Estoy convencida de que muy pronto serás la mejor comerciante del Mediterráneo.

Caterina leyó las palabras de Joana y, al darse cuenta de que su hermana tenía razón, decidió que le haría caso, inspiró hondo, apretó los puños y se dijo a sí misma que, aunque tenía miedo, no se daría por vencida porque quizás en eso consistía ser valiente: no en no tener miedo, sino en ser capaz de enfrentarlo.

Caterina, incansable, defendió sus derechos en toda clase de tribunales e incluso a veces delante de la reina Isabel. Además, siguiendo el ejemplo de sus padres y sabiendo lo importante que había sido para ella, se encargó de enseñar a leer, a escribir y a contar a sus hijos e hijas.

Y así fue como Caterina Llull i Sabastida logró convertirse en la primera mujer mercadera del Mediterráneo, gestionando importantes operaciones comerciales entre Barcelona y Sicilia durante el último cuarto del siglo xv.

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Caterina Llull i Sabastida

Nacida en Barcelona en 1440, Caterina Llull i Sabastida, mercader y empresaria, asumió los negocios de la familia a la muerte de su marido y emprendió largos pleitos para hacer valer sus derechos y los de sus hijos sobre los bienes y títulos que le confió su esposo.

Carme Ruscalleda, la cocinera que transformó las chacinas en estrellas

CUENTO: AINHOA MURGA GONZÁLEZ | ILUSTRACIÓN: BEATRIZ CUESTA

Carme nació en Sant Pol de Mar, un pueblo costero muy cerquita de Barcelona. Desde pequeña, como era una niña curiosa e inquieta, disfrutaba de la belleza de la zona en la que vivía, El Maresme. Unos días corría por la larga playa donde vivía, con aguas azul verdosas y gaviotas graznando a cada paso. Otros, se maravillaba con los colores de los campos donde los agricultores hacían crecer las fresas que tanto le gustaban, los tomates y un montón de verduras y frutas más.

A Carme estos colores le inspiraban grandes cuadros y por eso quería ser una gran artista bohemia. Pero en los años 60, cuando ella era pequeña, a las niñas no les preguntaban qué querían ser de mayor. Así que Carme, que había crecido ayudando a sus padres en la charcutería que tenían, se fue a estudiar cómo se preparan los embutidos para seguir trabajando en la tienda.

Pero trabajando entre chorizos y salchichones se dio cuenta del poder oculto de las chacinas:

—¡Con la comida también se puede hacer arte!

¡Chis! ¡Chas! ¡Chis! ¡Chas!, sonaban sus cuchillos mientras los afilaba animada pensando en nuevas recetas para hacer embutidos aún más ricos. ¡Butifarras de colores!

Por esta época ya se había hecho mayor y se había casado con Toni, su novio. Toni era también de su pueblo y hacían un gran equipo. Juntos transformaron el negocio familiar en un colmado más moderno donde vendían también comida para llevar.

Y Carme descubrió que se le daba muy, muy bien pensar en nuevas maneras de combinar ingredientes y fue experimentando con distintas recetas. Fíjate, a ella tampoco le gustaban las habas cuando era pequeña. Por eso, de mayor, un día pensó:

—¿Y si le ponemos también unos guisantes, unos ajos tiernos y un pellizco de menta?

Et voilà! ¡Una delicia!

Desde el escaparate de su tienda, Carme y Toni veían un viejo edificio que llevaba un tiempo cerrado. Era grande, tenía jardín y vistas al mar y pensaron:

—¿Y si lo compramos y abrimos ahí nuestro restaurante?

Al principio, la idea parecía una locura. Pero Carme lo tenía claro:

—Vamos a intentarlo y si no sale bien, ¡volvemos a la tienda y ya está!

Los padres de Carme les ayudaron a comprar el edificio y a poner en marcha el restaurante, al que llamaron Sant Pau. Al principio fue difícil, ¡cómo atravesar un desierto al sol! No tenían casi clientes y estaban solos ellos dos para hacer de todo: desde cocinar a atender las mesas y lavar los cacharros, pero no perdían la ilusión.

Carme nunca fue a una escuela de cocina. Aprendió a cocinar ella sola, experimentando e inspirándose en la naturaleza que tanto ama. Se inspiraba en los colores del campo y del Mediterráneo y los combinaba con carnes y pescados para cocinar platos únicos.

Los platos que imaginaba y llenaba de color gustaron tanto que la gente empezó a viajar desde los lugares más dispares del mundo para visitar su casa frente al mar y probar sus recetas. Y estaban tan buenos que en el cielo de los grandes cocineros se encendieron ¡una! ¡dos! ¡y hasta siete! estrellas con su nombre: Carme Ruscalleda.

Un día, llegó al Sant Pau un señor que venía de Japón. Comió y bebió lo que Carme preparó y, sin remedio, se enamoró de esos sabores. El señor Shimoyama, que así se llamaba, les dijo a Carme y a Toni:

—Quiero tener un restaurante así en Tokio.

Ellos no le hicieron mucho caso, pero el señor Shimoyama volvió una y otra vez hasta que les contagió la ilusión y se lanzaron a abrir un Sant Pau… ¡en Japón!

Carme tiene dos hijos y desde pequeños les ha enseñado a cocinar y también a comer, todos juntos en familia, sin tele ni móvil. Para Carme, lo que comemos es una forma de unir a las familias y a la gente que vive en distintos países. El estómago tiene ese súper poder: nos enseña a respetar y disfrutar de las tradiciones y alimentos de distintos lugares del mundo.

Después, y por si dos restaurantes fueran poco trabajo, el hijo de Carme y Toni quiso seguir los pasos de su madre y ser cocinero. Así que abrió sus puertas el tercer restaurante con sello Ruscalleda, esta vez en Barcelona.

Y así es como Carme Ruscalleda ha logrado ser una de las mejores cocineras de todo el mundo, porque ha enamorado con su cocina que conecta la modernidad con la naturaleza y las tradiciones. Su manera de pensar y de cocinar ha hecho que gane siete estrellas Michelin, que son los Óscar de los chefs, y otra decena de premios.

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Carme Ruscalleda

Nacida en San Pol de Mar en 1956, Carme Ruscalleda es la cocinera española con más estrellas de la Guía Michelín. Sus platos, basados en la cocina tradicional catalana, se mezclan con técnicas culinarias japonesas que adapta al estilo y los productos de su tierra. Cuenta con numerosos reconocimientos a su labor.

Isabel Quintanilla, la pintora del vaso de cristal

CUENTO: RAQUEL RODRÍGUEZ | ILUSTRACIÓN: NURIA GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

En el taller de Isabel siempre hay mucha luz. Puede venir del sol o del enchufe. Es pintora y tiene pinceles, lienzos, botes de pintura y caballetes por todas partes. Y también mandarinas, flores, frascos de colonia, platos y cucharas, una sandía partida en trozos y un vaso de cristal grueso, de esos que duran toda la vida.

¡Ah, se me olvidaba! Isabel pinta las cosas tal como las ve: en sus cuadros una pera es como una pera de verdad, tiene el mismo tamaño, color y brillo. Es la mejor pintora realista del mundo mundial.

El otro día, Isabel se despertó muy temprano. En su taller estaba todo revuelto y los cuadros que llevaba años pintando estaban en blanco. Las flores, frutas y objetos que tanto esfuerzo le costó dibujar habían desaparecido de los lienzos. Isabel se quedó pálida. Se restregó los ojos y se pellizcó los brazos para comprobar que no era un sueño. ¿Quién había borrado sus cuadros? Solo el vaso de cristal se había quedado quieto en su lienzo.

—¿Qué ha pasado? ¿dónde están todas las cosas que he pintado? —le preguntó Isabel al vaso.

—No lo sé. Esta mañana, cuando el sol todavía no había salido, escuché murmullos y vi como el melocotón, la coliflor y la jarra salían del lienzo y se escapaban de casa. Del resto no tengo noticias, respondió.

Resulta que el membrillo se había marchado a una frutería del barrio, el ramo de espinacas se perdió en el súper, el plato sopero se camufló en una estantería de un centro comercial y el frasco de colonia se coló en un escaparate…

—Pero ¿por qué? —se preguntaba Isabel— ¡Con lo bien que los había pintado!

Los días pasaban y los cuadros seguían en blanco. El vaso de cristal también se puso triste. Se sentía solo. Isabel lo había pintado lleno de agua, pero se iba vaciando poco a poco como si fuesen lágrimas que se evaporan.

En la ciudad, el membrillo se sentía raro en la frutería porque mucha gente lo tocaba, pero siempre lo volvían a dejar en la misma caja. Al ramo de espinacas le ocurría lo mismo. El plato sopero pasaba las horas muertas junto a otros platos iguales, nadie era capaz de distinguirlos. Y el frasco de colonia se aburría de ver pasar gente todo el día sin que nadie lo reconociera.

Una semana después, Isabel miraba por los enormes ventanales de su habitación cuando, de repente, sonó el timbre. La pintora bajó corriendo a abrir la puerta y allí se encontró al melocotón, la coliflor y la jarra; al membrillo, las espinacas, el plato y el frasco de colonia. Isabel se puso muy contenta. Subieron todos juntos y cada uno eligió en qué cuadro meterse. El vaso de cristal, de esos que duran toda la vida, volvió a llenarse.

Y así fue como Isabel Quintanilla siguió pintando bodegones con objetos comunes y corrientes de la vida cotidiana y siguió jugando con su luz y sus texturas para reflejar toda la verdad que hay en las cosas de la gente sencilla.

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Isabel Quintanilla

Nacida en Madrid en plena Guerra Civil, Isabel Quintanilla murió en octubre de 2017. Formó parte del grupo conocido como 'Nuevo Realismo Español'. Durante largo tiempo fue una pintora ignorada en España, pero muy reconocida en países como Alemania, donde vendió gran parte de sus bodegones y donde era respetada. 'El vaso' es una de las obras más conocidas de esta artista de gran talento técnico.

María Teresa León, la niña de ojos grandes que se cayó en una sopa de letras

CUENTO: ITXASO RECONDO | ILUSTRACIÓN: BEATRIZ MENÉNDEZ @voilailustracion

Érase una vez un plato de sopa en el que una niña de enormes ojos jugaba a pescar letras con una cuchara.

–¡María Teresa, otra vez eres la última en comer, estás castigada! –le gritó muy enfadada la monja que cuidaba el comedor del colegio.

–Lo siento, pero es que estoy escribiendo con las letras de la sopa –respondió María Teresa sin levantar los ojos del plato.

–¿Y qué es eso tan importante que escribes? –le preguntó la monja con un tono socarrón.

–Escribo la palabra más importante del mundo, la que nadie debería olvidar: LI-BER-TAD.

Y nada más pronunciarla, cogió el plato con las dos manos, se lo acercó a la boca, y de un solo trago se tomó la sopa.

Aquella palabra que tanto le gustaba la aprendió en casa de sus tíos, Ramón Menéndez Pidal y María Goyri. Los dos estudiaban y leían mucho y tenían una gran biblioteca. María Teresa se pasaba días enteros en aquella casa que olía a papel. Admiraba mucho a su tía, María Goyri, porque había sido la primera española que se doctoró en Filosofía y Letras.

–Yo quiero ir a la universidad como mi tía María y ser escritora –protestaba a menudo María Teresa en el colegio.

Como no se callaba casi nada de lo que pensaba, las profesoras se enfadaban mucho con ella y al final la echaron del colegio. Sus tíos más bien se alegraron, pero a sus padres, en cambio, no les hizo ninguna gracia, así que decidieron irse de Madrid a otra ciudad, a Burgos, para ver si a la niña se le iban esas ideas de la cabeza.

Pero en Burgos María Teresa no se curó de querer ser escritora y, para poder escribir sin miedo se puso un nombre de mentira, Isabel Inghirami, una heroína de un libro que le gustaba mucho.

–Ahora nadie me prohibirá contar lo que pienso –se decía a sí misma recordando su palabra favorita de ocho letras.

¿Recuerdas qué palabra era?

(¡LIBERTAD!)

En Burgos le pasaron muchas más cosas. Conoció a un profesor de universidad y al poco tiempo se casó con él. Entonces solo tenía diecisiete años, era casi una niña, pero sus padres pensaron que a lo mejor así dejaría de escribir cosas raras.

Al poco de casarse, fue mamá de un niño, Gonzalo. Y a los cinco años nació su segundo hijo, Enrique. Ella los quería muchísimo, les cantaba canciones y les leía muchos cuentos, algunos escritos por ella. Pero María Teresa quería estudiar más, conocer a gente que le enseñara historia, literatura, ciencia…

–En Burgos no aprendo nada. Tengo que irme de aquí –le dijo muy triste un día a su marido.

–Si quieres irte, lo harás tú sola, sin mí y sin los niños –le respondió su marido muy enfadado.

–Eso es lo que más me duele –le dijo ella. Y se echó a llorar–. Pero voy a seguir mi camino. Cuando los niños se hagan mayores les explicaré lo que ha pasado.

En aquella época, las mujeres no podían divorciarse de sus maridos, y si lo hacían, por la razón que fuera, perdían a sus hijos.

Por fin volvió a Madrid. Empezó a visitar bibliotecas, a conocer a otros escritores y escritoras, a ir al teatro, a visitar a sus tíos, a inventar historias… Un día le presentaron a un poeta andaluz; se llamaba Rafael. Al saludarse, él exclamó con acento de Cádiz:

–¡Tus ojos son dos luceros! ¿Me dejarás bañarme en ellos?

El poeta era Rafael Alberti, y quería ligar con ella. Así que le empezó a recitar versos y versos y más versos hasta que la luna se quedó sopa, las estrellas bostezaron y por las calles de Madrid solo corrían los gatos. Medio dormida, María Teresa le explicó:

–Yo también escribo cuentos, obras de teatro, novelas… Soy escritora, me moriría sin escribir.

–¡Qué bien!, porque podremos trabajar juntos e iluminaremos el mundo con nuevas ideas.

–Bueno, tú ya deslumbras, Rafael, das tanta luz como un cometa. Yo a tu lado podría ser la cola del cometa –apuntó María Teresa.

A partir de aquí, el cuento se convierte en el cuento de los dos escritores. Juntos aprendieron, juntos publicaron libros, juntos viajaron por un montón de países, juntos apoyaron a los soldados republicanos en la guerra civil española, juntos protegieron de las bombas los cuadros del Museo del Prado, juntos descubrieron el comunismo y juntos se fueron al exilio, juntos tuvieron una hija, Aitana… Juntos vivieron toda la vida y se quisieron mucho.

Rafael se hizo muy famoso. En cambio, María Teresa, que escribía tanto como él, vivió a su sombra, ayudando al poeta con su trabajo, cuidando de su hija, cuidando de que nada les faltara.

¡Eso significaba ser la cola del cometa! Estar a la sombra. Porque poco a poco a María Teresa León, que era su nombre completo y como firmaba sus libros, la empezaron a llamar simplemente «la mujer de Alberti», a pesar de que ella escribía muchísimo y muy bien: obras de teatro, guiones de cine, cuentos, ensayos, novelas…

Un día, mientras Rafael daba las últimas pinceladas a un cuadro, María Teresa, que había empezado a olvidarse de muchas cosas por culpa del Alzheimer, le dijo:

–Tengo ganas de comer sopa, de esa sopa de letras que nos daban en el colegio.

–¿Cómo puedes acordarte de esa sopa si ya no te acuerdas de casi nada? –exclamó sorprendido Rafael.

–Yo soy mujer de letras, Rafael, por eso escribo todos los días de mi vida. No lo olvides nunca, aunque yo me esté olvidando de mí misma. Quiero buscar de nuevo las letras de mi palabra favorita porque echo de menos aquel sabor.

Y así fue como María Teresa León, escribiendo todos los días de su vida, hizo realidad su sueño de ser escritora. Formó parte de la generación del 27 y se convirtió en un referente de la cultura española en el exilio.

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María Teresa León

Mª Teresa León nació en Logroño en 1903 y murió en Madrid en 1988. Vivió 40 años en el exilio. Es autora de más de 20 libros de diverso género: cuento, teatro, novela, ensayo, biografía y guion para cine y radio. Los últimos años de su vida sufrió Alzheimer.

Dolors Aleu, la primera licenciada en Medicina

CUENTO: ARANTZA COULLAUT | ILUSTRACIONES: ÓSCAR TORRAS

Metro de Madrid. En la actualidad.

 

¡Hola tía!

¡Hola!

¿Qué haces?

Buscando información sobre Dolors Aleu.

¿Cómo os imagináis a la primera mujer médico?

No sé… Yo creo que con ganas de curar a muchas personas, valiente y amable…

Pues yo me la imagino como una científica.

1869. Barcelona

Papá, quiero ser médico.

Dolors, tendrás que ir a la Universidad, rodeada solo de hombres, va a ser una época muy difícil.

Lo sé, pero es mi sueño.

  1. Barcelona.

Me miran mal, pero lo conseguiré. Las mujeres también podemos ser médicos, como los hombres.

El catedrático Joan Giné y Partagás…

Antes de comenzar la clase, quiero dar la bienvenida a nuestra facultad a la alumna Dolors Aleu.

  1. Barcelona.

He terminado Medicina, pero no me dejan leer la tesis en Madrid. Creo que voy a abandonar.

No, no voy a abandonar. Quiero tener mi consulta y ser una médico brillante.

¡Lo conseguiré!

  1. Barcelona.

Lo he logrado, profesor.

Me alegro mucho. Ganan la Medicina y las personas. Eres una médico brillante, Dolors.

  1. Barcelona. Consulta de la Doctora Dolors Aleu.

Hola, doctora. Muchas gracias por recibirme.

Hola, ¿qué tal se encuentra?

Centro Socio Sanitario Putget-Dolores Aleu. En la actualidad.

Tía, ¡mira lo que acabamos de encontrar en el móvil! El centro de Dolors es chulísimo y pone que curan a muchísimas personas…

Y así fue como Dolors Aleu se convirtió en la primera mujer licenciada en Medicina de España y la primera en ejercer como ginecóloga y pediatra en su consulta de Barcelona durante más de veinticinco años.

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Dolors Aleu

Nacida en Barcelona el 7 de abril de 1857, Dolors Aleu i Riera fue la primera licenciada en Medicina en España y la segunda en alcanzar el título de doctora. Especializada en Ginecología y Pediatría, llevó una vida profesional muy activa durante 25 años y fue autora de textos de carácter divulgativo, orientados a mejorar la calidad de vida de las mujeres, especialmente en el ámbito de la maternidad.

Las mil vidas (en la sombra) de María de la O Lejárraga

CUENTO: ADRIANA HERREROS | ILUSTRACIÓN: LARA NORIEGA

Es una tarde de finales del mes de diciembre y nieva sobre un valle lleno de bosques de hayas. En este gran valle al norte –en una región que llaman La Rioja, famosa por sus vinos y hortalizas– hay un pueblo, San Millán de la Cogolla; también varias aldeas. A la sombra de su famoso monasterio comienza este cuento.

En esa tarde de finales de diciembre acaba de nacer María de la O Lejárraga, envuelta en copos de nieve. La niña María de la O coge algo de frío al abrir sus ojos por primera vez y llega al mundo siendo friolera.

De espíritu un poco salvaje, nuestra protagonista amará para siempre los bosques de hayas, los montes, las hortalizas y los monasterios.

Un día, siguiendo los pasos del padre Leandro Lejárraga, que era cirujano de profesión, la familia se traslada a vivir a Carabanchel Bajo, en Madrid. En sus calles estrechas, en el piso alquilado, la niña campesina echa de menos el valle.

—Pero, ¿por dónde se sale a la huerta?

—Aquí no hay huerta, María.

—Y, ¿cuándo la traen? ¡Que me traigan la huerta!

Su madre Natividad intenta distraerla y enseña a la pequeña María de la O, por pura diversión y sin obligaciones, geografía, matemáticas, latín, francés y el curioso arte de razonar. Una educación muy diferente a la del resto de niñas.

¿Sabes? Algunas personas viven una vida feliz, pero tranquila, sin cambios; viven la vida que esperan. Otras personas, sin embargo, encuentran varios caminos a lo largo de los años y eligen seguirlos todos; viven muchas vidas en una. María de la O Lejárraga es una de estas personas.

Al cumplir los trece años comienza sus estudios en la Escuela de Comercio, un cole moderno creado por la progresista y nueva Asociación para la Enseñanza de la Mujer. Ahí aprende que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos y practica mucho eso de pensar por sí misma.

Cumple su sueño y obtiene el título de maestra. Al poco, gana su plaza por oposición para las escuelas de Madrid, y empieza su primera vida como maestra en la Escuela Modelo Municipal.

—Voy a montar una gran biblioteca en la escuela y voy a hacer que aprender sea divertido. ¡Verás!

Entonces llega el Modernismo y a María le pica el gusanillo de la literatura. También conoce a Gregorio, un joven poeta, y juntos comienzan a tener ideas, a escribir obras de teatro y a fundar revistas literarias. Empieza su segunda vida como escritora.

María de la O y Gregorio también se casan y pasa algo curioso: esas ideas que tienen entre los dos, incluso las ideas que son solo de ella, aparecen firmadas solo con el nombre de Gregorio.

Hace no tantos años, las mujeres no podían escribir todo lo que les pasaba por la cabeza en libros que luego se vendían en librerías. Era un trabajo que muchos creían destinado a los hombres. Esto era algo tonto y muy injusto. Pero así era.

Con el nombre de Gregorio Martínez Sierra, María de la O escribe muchísimas obras de teatro, zarzuelas, piezas de ballet moderno… estas obras tienen mucho éxito y Gregorio se hace famoso.

—No importa que aparezca solo el nombre de Gregorio. Yo quiero escribir y que todo el mundo lo lea —pensaba María.

Entonces, en un viaje a París conoce al compositor Manuel de Falla. Él le enseña los secretos de la composición y la armonía. Empieza así su tercera vida. María de la O escribe los libretos para obras musicales y se convierte en una elogiada libretista. Siempre en la sombra.

Con la República, participa activamente en política y es una de las principales voces feministas que defienden la igualdad de derechos de las mujeres. Consigue también algo muy importante para una mujer en aquella época: ser elegida diputada. Esa será su cuarta vida.

Después viene la Guerra Civil y María tiene que exiliarse y vivir en otros países ¡Llega hasta a Hollywood! Tiene otra vez muchas ideas y escribe hasta películas. Pero ya no lo hace con el nombre de su marido. Decide usar su propio nombre. Este será el comienzo de su quinta vida, pero eso ya es otro cuento.

Y así fue como María de la O Lejárraga, que vivió y trabajó casi en la sombra, se convirtió en la autora más prolífica e influyente de su generación y en una figura fundamental para la historia cultural española del siglo XX.

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María de la O Lejárraga

María de la O Lejárraga nació en San Millán de la Cogolla, La Rioja, el 28 de diciembre de 1874. Novelista, dramaturga, ensayista, traductora y feminista, escribió las obras con las que su marido, Gregorio Martínez Sierra, alcanzó la gloria. Suyo es, por ejemplo, el libreto de 'El amor brujo', de Manuel de Falla. Sus obras teatrales alcanzaron enorme éxito de crítica y público aunque nadie sabía que la autora era ella.

Anne Hidalgo, la primera alcaldesa de París

CUENTO: ASUN GÓMEZ BUENO | ILUSTRACIÓN: JAVIER TASCÓN

Esta es la historia de una niña que nació en un pueblo de Cádiz llamado San Fernando y que llegó a ser la primera alcaldesa de París.

La historia de Ana, que así se llama esta niña, en realidad empezó mucho antes de que ella naciera.

Era el año 1939. En España había acabado la Guerra Civil y muchos republicanos del bando derrotado huían de España por temor a ser encarcelados. Entre ellos Antonio, el abuelo de Ana.

Antonio cruzó toda España a pie desde Málaga hasta Francia, con su mujer y sus cuatro hijos. El viaje fue muy duro y peligroso, pero lograron llegar todos a salvo a su destino. Desde que llegó a Francia, el abuelo Antonio solo pensaba en volver a su tierra. Le prometieron entonces que, si volvía, le dejarían vivir en paz, así que decidió emprender el camino de vuelta a Málaga.

Pero las autoridades no cumplieron su promesa y en cuanto puso el pie en su tierra le apresaron y le condenaron a cadena perpetua. Así que, los cuatro niños crecieron sin su padre. Uno de esos niños, que también se llamaba Antonio, años después se fue a vivir a Cádiz, y allí tuvo dos niñas: María y la pequeña Ana.

María y Ana crecían felices en el pequeño pueblo de San Fernando junto a sus padres Antonio y María, sin comprender lo dura que en realidad era la vida en la España de postguerra para el hijo de un republicano que estaba en la cárcel.

Antonio, el papá de Ana, no olvidaba el viaje a Francia que hizo cuando era solo un niño. Ese país representaba el sueño de una vida mejor que nunca se cumplió para él y sus hermanos.

—María, —le decía siempre a su mujer— en Francia podremos dar a nuestras hijas una educación y un futuro mejor. Aquí no solo el abuelo Antonio está condenado, estamos condenados todos.

Así que, cuando Ana tenía solo tres añitos, decidieron emigrar a Francia.

Esta vez, el viaje lo hicieron en tren y se instalaron en Lyon, una ciudad muy grande, sobre todo si se compara con San Fernando. No hablaban francés, así que los primeros años no fueron nada fáciles, como no lo es la vida de ningún inmigrante.

El padre de Ana trabajaba como electricista y su madre como modista. Desde pequeñas, les enseñaron a sus hijas que trabajar duro era la manera de mejorar en la vida y siempre les decían:

—Tenéis que estudiar mucho. Trabajando y estudiando, podréis salir adelante y llegar muy lejos.

Y les hicieron caso. María y Ana se convirtieron en dos estudiantes excelentes.

Gracias al trabajo duro, los padres de Ana consiguieron ahorrar algo de dinero y empezaron a ir de vacaciones de verano a San Fernando, un lugar que Ana añoraba mucho, sobre todo por sus primos, el sol, los churros y las tortillitas de camarones.

Pasaron los años y para Ana llegó el momento de decidir qué quería estudiar en la universidad. Ella sabía muy bien lo difícil que era la vida para los trabajadores inmigrantes y tenía, al igual que sus padres y su abuelo, el sueño de mejorar sus vidas. Por eso, decidió hacer la carrera de Derecho y Ciencias Sociales y del Trabajo y después presentarse a un examen muy difícil para ser inspectora de trabajo. Ana logró aprobar y se convirtió en una de las inspectoras más jóvenes de Francia.

Gracias a este trabajo se fue a vivir a París y conoció a Martine, la ministra de Trabajo. Ana trabajó como su ayudante y junto con ella hizo nuevas leyes de igualdad entre hombres y mujeres. De Martine aprendió también que la política sirve para tomar decisiones que pueden cambiar la vida de la gente. Así que Ana supo que en adelante ese sería su camino.

Por eso empezó a trabajar en el ayuntamiento de París. Le encantaba ver cómo su trabajo podía mejorar la vida diaria de muchos de sus vecinos. Le gustaba tanto que un buen día Ana -que ya tenía la nacionalidad francesa y había cambiado su nombre por el de Anne- tomó una importante decisión:

—Me voy a presentar a las elecciones para ser alcaldesa de París.

Era bastante difícil porque si salía elegida, sería la primera mujer en lograrlo, pero Anne lo intentó con todas sus fuerzas. Al final ganó las elecciones y se convirtió en la primera mujer alcaldesa de París.

Anne siempre que puede vuelve a San Fernando, se convierte en Ana y disfruta del sol, el mar, de sus padres y de sus amigos y recuerda los días de veraneo y de juego por los muros, cuando iba a coger cangrejos con su cubo y luego los vendía en la plaza, sin que se enterasen sus padres.

Y así fue como Anne -Ana- Hidalgo, haciendo caso a los consejos de sus padres y estudiando y esforzándose constantemente, ha llegado a convertirse en la primera mujer y la primera inmigrante alcaldesa de París, un trabajo con el que puede luchar para hacer realidad el sueño de una vida mejor para más gente.

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ANNE HIDALGO

Ana María Hidalgo Aleu nació en San Fernando, Cádiz, el 19 junio de 1959. Cuando tenía dos años, su familia​ se trasladó a vivir a Lyon, donde estudió. En 1973 ella y su familia se naturalizaron franceses, cambió su nombre de nacimiento, Ana, por Anne y se trasladó a París. En las elecciones de 2014 se convirtió en la primera mujer alcaldesa de París por el Partido Socialista Francés.